Las Hijas de la Caridad, contemplativas en la acción[1]
Terminado el ciclo Pascual hemos entrado en la vida de cada día, aunque esté empapada de coronavirus que obliga a clamar a Dios que nos libre del contagio, y nos recuerda que además de la vida material hay una vida espiritual. El interés por dar predominio a lo espiritual, lleva años cuajándose en el mundo. Desde aquella frase que lanzó André Malraux «el tercer milenio será espiritual o no habrá milenio», muchos han trabajado para que se cumpla. En 1992, Jacques Delors volvió a declarar: «Si en los diez años que vienen no hemos logrado dar un alma, una espiritualidad, un significado a Europa, habremos perdido la partida». Aunque con presupuesto modesto, en 1997 se aceptó oficialmente el programa «dar un alma a Europa, ética y espiritualidad», programa que la epidemia que sufrimos lo llena de urgencia.
En los años que siguieron al Concilio Vaticano II hubo crisis de oración, motivada por el ansia de dedicarse a los pobres. Sin embargo, hoy se percibe un reencuentro con la oración, consecuencia de un cansancio del materialismo que le lleva a Karl Rahner a afirmar que «el cristiano del futuro será un contemplativo o no será cristiano». La oración no es puntual, es esencial, casi el único sostén de la Hija de la Caridad. Lo vemos en medio de esta pandemia que dice que hacer oración es obligación, es necesidad y no hacerla no es un pecado, es una desgracia. Pero aunque no hubiera epidemia, la vida activa exige a las Hijas de la Caridad hacer oración. La Hermana que no hace oración, languidece en su vida interior, se asquea de la comunidad y se cansa del servicio. Luisa de Marillac supo unir acción y oración, aunque pocas veces diga qué es oración. Eso se lo dejaba al director Vicente de Paúl. Ella era mujer y en aquel siglo explicar la doctrina en público pertenecía al clero, a los religiosos y a algún seglar bien preparado.
San Vicente estaba convencido de que si las Hijas de la Caridad no hacían oración, su vocación se arruinaba. Se lo inculca en las conferencias, lo repiten ellas y lo comenta él (IX, 373s, 381s). Tanta importancia daba a la oración que fue la única condición que exigió para ser Directora del Seminario (IV, 50). Las primeras Hermanas comentaban que nadie sobrevive sin alimento material ni espiritualmente sin oración; que la oración es el alma del alma, y sin oración la vida interior languidece y muere, ya que la oración ocupa en la vida espiritual el papel que en la vida corporal desempeñan las defensas que inmunizan contra las pandemias.
San Vicente fundó las Hijas de la Caridad para servir a los pobres en todo momento, y a los misioneros para misionar en ciertas épocas del año a los campesinos que entonces eran los pobres. A ellas les recomienda que no salgan nunca de la oración, y a los misioneros les impone un tiempo de oración cada día incluso en las misiones: Dadme un hombre de oración y será capaz de todo. La Congregación durará mientras se practique la oración, porque la oración es un reducto inexpugnable, que pone a los misioneros al abrigo de cualquier ataque y les proporciona las armas para defenderse y atacar a los enemigos de la gloria de Dios y de la salvación de las almas[2]. Aseguraba que «si perseveramos en la vocación, es gracias a la oración, si tenemos éxito en los trabajos, es gracias a la oración, si no caemos en pecado, es gracias a la oración, si permanecemos en la caridad y nos salvamos, es gracias a Dios y a la oración. Así como Dios no niega nada a la oración, tampoco concede casi nada sin la oración» (XI, 285). Y define la oración como «una elevación del espíritu a Dios, por la que el alma se despega de sí misma para buscar a Dios y establece con él una comunicación en la que Dios dice interiormente al alma lo que quiere que sepa y que haga, y donde el alma dice a su Dios lo que él le da a conocer que tiene que pedir» (IX, 384). Y santa Luisa recalca que «cuando hacemos oración hablamos con Dios con grandes ventajas, ya que Dios nos da a conocer su bondad, al abajarse él y elevarnos a nosotros» (IX, 377).
A orar se aprende orando, dándose cuenta de que habla con Dios, y es más sublime cuanto más se siente la presencia de Dios. Las preocupaciones excesivas, la vida superficial, la televisión, las revistas pueden malbaratar la oración. Dios es como una central eléctrica que produce energía, pero quien no instala cables no recoge esa energía. Existen métodos de oración, pero el verdadero maestro es el Espíritu Santo. San Vicente no quiso imponer ningún método de oración que se llamase vicenciano. Al comunicarse con Dios, cada persona lo hace a su manera. Sin embargo, teniendo en cuenta que san Vicente dijo a las Hermanas «no salgáis nunca de la oración» (IX, 379), y algo parecido a los misioneros, se puede afirmar que hacer oración durante la pastoral, el servicio y el ajetreo comunitario es la forma de oración vicenciana. Un mes antes de morir santa Luisa escribió a una Hermana: Dígame «si mientras trabajan en el servicio exterior su interior se ocupa en velar sobre sí mismas. Sin esto, ya sabe que las acciones exteriores, aunque sean en servicio de los pobres, no pueden agradar mucho a Dios ni merecernos recompensa, al no estar unidas a las de nuestro Señor que trabajaba siempre mirando a Dios su Padre» (c. 722). Para facilitarles la oración, san Vicente expuso a las Hermanas que hablasen con una imagen o se examinaran cómo pasar el día sin pecar, que meditaran la vida de Jesús, en especial su Pasión, que hicieran lectura sosegada en libros piadosos o recitaran oraciones despacio sintiendo las palabras o que expusieran sus miserias y pidieran ayuda (IX, 390s).
El desarrollo ha revolucionado la sociedad. No hace mucho las Hermanas estaban ocupadas todo el tiempo que las dejaban libres sus rezos. Pero, al disminuir las horas de trabajo remunerado, está creciendo la ocupación voluntaria. Y las Hermanas a las que no se les permita trabajar más de las horas establecidas por convenio o por la edad, seguirán ocupadas en bien de los pobres sin dejar de hacer oración.
Se piensa que en medio del ajetreo no se puede escuchar al Espíritu Santo y nos recogemos en el silencio, aunque san Vicente lo temía: «Después que yo me vaya surgirán falsos hermanos que no viven más que en un pequeño círculo, que limitan su visión y sus proyectos a una pequeña circunferencia en la que se encierran como en un punto, sin querer salir de allí; y si les enseñan algo fuera de ella y se acercan para verla, enseguida se vuelven a su centro, como los caracoles a su concha» (XI, 395s). Lo dice a los misioneros, pero vale para las Hijas de la Caridad, porque cada vez más, por la edad y la secularización, tendrán que trabajar unidas a seglares y a otras Congregaciones.
Los Evangelios cuentan que el Espíritu Santo conducía a Jesús al desierto y a la montaña para hacer oración, o convertía su vida entera en oración. Poseído del Espíritu divino, sentía su presencia en cada actuación. Si la Hija de la Caridad está llamada a incorporarse a la humanidad de Jesucristo, «intentando que su vida sea una continuación de la suya» y procurando que sus acciones «estén unidas a las de Nuestro Señor», decía santa Luisa (E 85, 98), su oración debe ser la de Jesús que condena la oración vanidosa del fariseo, critica la oración rutinaria y condena la oración mercancía de los legistas (Mt 6, 7s). Si no encontramos a Dios en la oración, tampoco en los pobres, pues quien está junto al fuego y no siente calor, el fuego está apagado. Pero sentir a un Dios que sea Persona, pues se están extendiendo corrientes, como la Meditación transcendental, el Zen, la Nueva Era, que muchas personas acogen con agrado como terapia, pero no es oración cristiana, al preocuparse únicamente de traspasar lo personal para penetrar en un panteísmo difuminado en todas las cosas, sin llegar a un Dios personal.
De acuerdo con san Vicente de dejar a Dios en la oración para encontrarlo en los pobres, hay quien entiende que el servicio es oración, y no lo es. Ayudar al pobre es amor que nos une a Dios y nos santifica, pero para que sea oración hay que ser conscientes en cada momento de ver a Dios en el pobre. San Vicente decía que había que dar la vuelta a la medalla y ver con «la fe que son ellos los que nos representan al Hijo de Dios, que quiso ser pobre… ¡Dios mío! ¡Qué hermoso sería ver a los pobres, considerándolos en Dios y en el aprecio en que los tuvo Jesucristo!» (XI, 725).
La Universidad Pontificia de Salamanca dedicó la VIII Semana de Estudios de Teología Pastoral a saber dónde está Dios[3]. Sin embargo, las Hijas de la Caridad saben que Dios está en los pobres, su interrogante es saber cómo entrar en contacto con Dios que está en el pobre. San Vicente da la respuesta: «Pero hay tantas cosas que hacer, tantas tareas en la casa, tantas ocupaciones en la ciudad, en el campo; trabajo por todas partes; ¿habrá que dejarlo todo para no pensar nada más que en Dios? No, pero hay que santificar esas ocupaciones buscando en ellas a Dios» (XI, 430). Y a las Hijas de la Caridad: «Es preciso que vosotras y yo tomemos la resolución de no dejar de hacer oración todos los días. Digo todos los días… ¡Pero la oración me impide hacer esta medicina y llevarla, ver a aquel enfermo, a aquella dama! ¡No importa, hijas mías! Vuestra alma nunca dejará de estar en la presencia de Dios» (IX, 386). Ver en todo lo que sucede a Dios es estar en oración continua. Ladislao Boros lo identifica con la indiferencia activa[4]. Y es la oración de la que no debieran salir nunca las Hijas de la Caridad al sentir la cercanía de esta pandemia.
P. Benito Martínez, CM
Notas:
[1]Jerónimo Nadal aplica a san Ignacio de Loyola la frase en latín: simul in actione contemplativus (al mismo tiempo contemplativo en la acción).
[2]XI, 778; X, 407; XI, 28, 385s.
[3] ¿Dónde está Dios? Itinerarios y lugares de encuentro, EVD, Estella, 1998
[4] Experimentar a Dios en la vida, Herder, Barcelona 1979, comentando a Jean-Pierre Caussade, p. 183.
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