La celebración de la fiesta de Santa Luisa nos encuentra este año recogidos cada uno en nuestras casas, asumiendo con responsabilidad las orientaciones de protección y cuidados ante la crisis provocada por la pandemia del coronavirus.
1. Un sufrimiento que nos estremece
Los datos que vamos conociendo sobre los efectos provocados por la pandemia nos sobrecogen: se cuentan por miles las personas que han muerto a consecuencia de este virus desconocido; el dolor por la muerte de las personas queridas se incrementa con la imposibilidad de despedirlas y encontrarse con familiares y amigos; la celebración de los funerales ha quedado aplazada y los procesos de duelo incompletos; nos estremecen los pronósticos sobre caída de empleo y recesión económica que sucederán a la crisis sanitaria; la pandemia y sus efectos alcanzan geográficamente al mundo entero, a todo tipo de personas y comprometerán el futuro de todos los pueblos y del orden internacional; y sobre los más pobres son exponencialmente más graves cada uno de los efectos provocados por la pandemia.
Santa Luisa de Marillac y San Vicente de Paúl conocieron en su tiempo situaciones de pandemia, de sufrimiento y de muerte. A la subalimentación crónica en la que vivía la mayor parte de la población, se unían las guerras, casi ininterrumpidas en distintas regiones de Francia, y la peste que reducía sensiblemente el número de habitantes. A lo largo del siglo en que vivieron San Vicente y Santa Luisa, a pesar del elevado índice de natalidad, la población total no se incrementó debido a la mortalidad ocasionada por la peste, el hambre y las guerras: la peste es fruto otoñal de malas cosechas en primavera; y da lugar al éxodo de campesinos hacia las ciudades, propiciando el surgimiento de revueltas y guerras; las guerras, a su vez, dificultan la producción y distribución de alimentos que dan paso a las hambrunas.
El 24 de julio de 1655, San Vicente de Paúl comunica en la repetición de oración su comprensión del sufrimiento que viven las víctimas de estas crisis recurrentes:
Si por cuatro meses que hemos tenido la guerra encima, hemos tenido tanta miseria en el corazón de Francia, donde los víveres abundaban por doquier, ¡qué harán esas pobres gentes de la frontera, que llevan sufriendo esas miserias desde hace veinte años! Sí, hace veinte años que están continuamente en guerra; si siembran, no están seguros de poder cosechar; vienen los ejércitos y lo saquean y lo roban todo; lo que no han robado los soldados, los alguaciles lo toman y se lo llevan. Después de todo esto, ¿qué hacer? ¿qué pasará? No queda más que morir (SVP XI, 120).
¿Qué hacer? Es la pregunta emocionada que se hacía Vicente de Paúl y es también la cuestión que todos nosotros, miembros de la Familia Vicenciana, en comunión con las comunidades cristianas de cada lugar, nos planteamos.
La experiencia de Santa Luisa de Marillac, comprometida en el servicio a los pobres y siempre atenta al sentir de la Iglesia, puede ayudarnos a encontrar caminos de compromiso para con las personas, grupos y pueblos que sufren hoy y en el próximo futuro las consecuencias de la pandemia.
2. Una carta de ayer que podemos releer hoy
Encontramos en la correspondencia de Santa Luisa de Marillac varias cartas dirigidas a Sor Bárbara Angiboust. Entre las que le dirigió a Brienne, a donde había sido enviada para atender a las víctimas de las guerras, encontramos la escrita el 11 de junio de 1652, que transcribo casi por completo (C. 410):
… En nombre de Dios, queridas Hermanas, no se desanimen por sus trabajos ni por pensar que no tienen más consuelo que el de Dios. ¡Ah! si supiéramos los secretos de Dios cuando nos pone en tal estado, veríamos que debería ser éste el tiempo de nuestros mayores consuelos. ¡Pues qué! Ven ustedes cantidad de miserias que no pueden socorrer; Dios las ve también… Lleven con ellos sus penas, hagan todo lo posible por ayudarles en algo, y permanezcan en paz.
Es posible que ustedes tengan también su parte de necesidad, y ese ha de ser su consuelo, porque si estuvieran ustedes en la abundancia, sus corazones no podrían soportarlo viendo sufrir tanto a nuestros (Señores) y Amos… Si la bondad de Dios no nos expone a las miserias más grandes, démosle gracias por ello, y estemos persuadidas de que es sólo su misericordia, sin ningún otro mérito…
El señor Vicente, nuestro muy Honorable Padre, y el señor Portail están bien de salud gracias a Dios, y también todas nuestras queridas hermanas. La mayoría de las de los alrededores de París se han visto obligadas a refugiarse, pero gracias a Nuestro Señor no han recibido ningún daño ni disgusto hasta ahora.
… Lo que Dios pide actualmente de ustedes, queridas Hermanas, es una gran unión y tolerancia mutua, y que trabajen juntas en la obra de Dios, con gran mansedumbre y humildad; que lo que ocurra entre ustedes, no salga más allá, para que sirvan de edificación a todo el mundo. Le ruego, Sor Bárbara, que como ya tiene usted edad y está gastada, si ve que Sor Juana tiene demasiado trabajo, sin que usted pueda aliviarla, le busque ayuda, porque ahora no podemos mandársela. Nos vemos obligadas a hacer lo mismo en esta ciudad, donde hay parroquias en las que se cuentan cinco mil pobres, a los que se les da la sopa. En nuestra parroquia damos a dos mil, sin contar los enfermos…
La lectura de esta carta hace aflorar en nosotros espontáneamente expresiones que durante las últimas semanas hemos pronunciado o escuchado y que, si es posible, podríamos comentar en nuestro grupo o comunidad.
Subrayemos algunas de estas expresiones y tratemos de descubrir en ellas sugerencias para nuestro compromiso.
3. Nuestro compromiso a la luz de la experiencia de Santa Luisa
Escribe Santa Luisa “Ven ustedes cantidad de miserias que no pueden socorrer… Lleven con ellos sus penas, hagan todo lo posible por ayudarles en algo y permanezcan en paz“.
La magnitud de los efectos de la pandemia, como nos ha recordado el Papa y como afirman cuantos han escrito sobre el tema en estos días, supera las fuerzas de una familia, de un municipio, de un país o de un continente. Requiere la participación y el compromiso de todos y cada uno.
Este es el tiempo favorable del Señor, que nos pide no conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo. Este es el tiempo propicio de animarnos a una nueva imaginación de lo posible con el realismo que solo el Evangelio nos puede proporcionar. El Espíritu, que no se deja encerrar ni instrumentalizar con esquemas, modalidades o estructuras fijas o caducas, nos propone sumarnos a su movimiento capaz de “hacer nuevas todas las co sas” (Ap 21, 5) (Francisco. Un plan para resucitar).
Voy a intentar en estas páginas formular algunas propuestas para nuestro compromiso como Familia Vicenciana a la luz de la experiencia de Santa Luisa de Marillac.
3.1. Com-padecer e interceder
Afirma Santa Luisa: Ven ustedes cantidad de miserias que no pueden socorrer; Dios las ve también…
Los miembros de la Familia Vicenciana sabemos de la importancia que tiene, para todo servicio, conocer de cerca el sufrimiento de nuestros hermanos, con nuestros propios ojos. No con la mirada del estudio sociológico, económico o demográfico, sino con la mirada del buen samaritano, que no puede continuar impasible su propio camino.
El Papa Francisco nos ha invitado en varias ocasiones a ponernos de rodillas ante los hermanos que sufren: contemplar al que sufre, estando nosotros de rodillas, nos ofrece la perspectiva adecuada para llegar a padecer con él, com-padecer.
Como creyentes, nuestro com-padecer se eleva hacia Dios, que ve y conoce también el sufrimiento, y se hace intercesión. La intercesión es el primer servicio que podemos prestar a cuantos sufren las consecuencias de la pandemia. Y es el servicio que no podemos dejar de prestar, ya que está al alcance de todo creyente, sea cual sea la situación de salud, edad, lugar o condición.
Com-padecer implica también, para los miembros de la Familia Vicenciana, participar de alguna forma en el sufrimiento de las víctimas. Afirma Santa Luisa: Es posible que ustedes tengan también su parte de necesidad, y ese ha de ser su consuelo. Muchos de nosotros participamos en nuestra propia familia o comunidad, entre nuestros allegados, de las consecuencias de la pandemia. Pero todos hemos de exigirnos alguna participación solidaria con quienes sufr en directamente a causa de esta crisis: renunciando no sólo a lo super fluo sino a parte de lo necesario para contribuir a que quienes lo han perdido todo puedan encontrar mejores condiciones de vida. Y es que, como advierte Santa Luisa, no sería coherente que viviéramos en la abundancia y en la comodidad viendo sufrir tanto a nuestros (Señores) y Amos…
3.2. Cercanía, acogida, escucha, ternura
La complejidad de las dimensiones de la crisis provocada por el coronavirus va a exigir la adopción de medidas de gran envergadura, a nivel internacional y a nivel local. Pero exige igualmente cercanía, capacidad de acogida y de escucha, con el bálsamo de la ternura.
Afirma Santa Luisa que el tiempo de grandes sufrimientos puede llegar a ser el tiempo de nuestros mayores consuelos. Para los miembros de la Familia Vicenciana, la cercanía, la acogida, la escucha, la ternura… son disposiciones largamente experimentadas en el servicio a los pobres. Los sufrimientos derivados de la pandemia requieren sin duda una intensificación de estas actitudes, porque las llagas a curar son más profundas y el dolor más persistente.
Santa Luisa de Marillac vivió la cercanía, la acogida, la escucha, la ternura con las personas que fue encontrando en su camino: con su esposo y con su hijo, en primer lugar; con las jóvenes y niñas en la escuela; con las Hijas de la Caridad; especialmente, con los pobres a los que sirvió personalmente en la cárcel, en las parroquias, en las distintas formas de desvalimiento de su tiempo.
3.3. Práctica del cuidado y atención integral a cada persona
Desde las intuiciones de San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, la persona y su cuidado integral (corporal y espiritual, en su lenguaje) ocupan el centro de la misión de cada cristiano, y específicamente de los miembros de la Familia Vicenciana.
Hoy se utiliza la expresión “práctica del cuidado” para describir el conjunto de atenciones que requiere la persona: sanitaria, psicológica, humana, espiritual, familiar, sacramental… La perspectiva del cambio sistémico resume en el término “holístico” la totalidad de las dimensiones que han de ser contempladas en la promoción de las personas, de los pueblos y de la transformación de la realidad global para un mundo nuevo justo y equitativo.
El Papa Francisco, en su plan para resucitar, retoma el concepto de civilización del amor: La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar… Ojalá nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor, que es una civilización de la esperanza: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio. La civilización del amor se construye cotidianamente, ininterrumpidamente. Supone el esfuerzo comprometido de todos. Supone, por eso, una comprometida comunidad de hermanos.
Compromiso de todos y atención integral a toda persona guiaron la vida de Santa Luisa de Marillac. En colaboración con San Vicente de Paúl, animó y acompañó a diversos grupos de personas, especialmente mujeres, en campos y ciudades para que se implicaran en el servicio de los pobres. Y la atención corporal y espiritual están presentes en todas las obras que emprendió y en los reglamentos que escribió para su funcionamiento.
3.4. Colaboración con personas, grupos e instituciones
Hacer frente a las enormes consecuencias derivadas de la pandemia sólo será posible desde una colaboración de instituciones públicas y privadas, de los diversos grupos sociales y asociaciones y de todas las personas.
Hoy, más que nunca, la colaboración de los grupos de la Familia Vicenciana y la colaboración en la Iglesia y como Iglesia con otros grupos y asociaciones, y no el heroísmo altruista de solitarios intrépidos, podrá hacer visibles los signos del Reino de Dios en medio del mundo sacudido por la pandemia.
La tradición vicenciana está llena de buenas prácticas de colaboración a todos los niveles. La Iglesia nos invita hoy a sumar nuestras fuerzas y recursos, cada uno según nuestras posibilidades. Santa Luisa recuerda a las Hermanas de Brienne: hagan todo lo posible por ayudarles en algo, y permanezcan en paz. Y pide a Sor Bárbara que busque ayuda de otras personas, ya que el trabajo en el servicio a los pobres es superior a sus fuerzas.
3.5. La esperanza más fuerte que la muerte
El Papa Francisco, al proponernos su plan para resucitar, aborda la crisis de esperanza que acompaña a la crisis provocada por la pandemia:
Como las primeras discípulas que iban al sepulcro, vivimos rodeados por una atmósfera de dolor e incertidumbre que nos hace preguntarnos: “¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?” (Mc 16, 3). ¿Cómo haremos para llevar adelante esta situación que nos sobrepasó completamente? El impacto de todo lo que sucede, las graves consecuencias que ya se reportan y vislumbran, el dolor y el luto por nuestros seres queridos nos desorientan, acongojan y paralizan. Es la pesantez de la piedra del sepulcro que se impone ante el futuro y que amenaza, con su realismo, sepultar toda esperanza.
Santa Luisa de Marillac, cuando escribía a sus Hermanas, las motivaba para superar sus debilidades con la invitación a contemplar a Jesucristo, el Señor Crucificado, que es también el Señor Resucitado, el Señor de la Caridad, que invita: “aprended de mí” y también “venid, benditos de mi Padre…”
Añade el Papa Francisco: Cada vez que tomamos parte de la Pasión del Señor, que acompañamos la pasión de nuestros hermanos, viviendo incluso la propia pasión, nuestros oídos escucharán la novedad de la Resurrección: no estamos solos, el Señor nos precede en nuestro caminar removiendo las piedras que nos paralizan. Esta buena noticia hizo que esas mujeres volvieran sobre sus pasos a buscar a los Apóstoles y a los discípulos que permanecían escondidos para contarles: “La vida arrancada, destruida, aniquilada en la cruz ha despertado y vuelve a latir de nuevo”. Esta es nuestra esperanza, la que no nos podrá ser robada, silenciada o contaminada.
Los seguidores de Cristo, el Señor Resucitado, no podemos resignarnos ante las situaciones de pobreza ni acostumbrarnos a ellas, ni mucho menos justificarlas con reflexiones fatalistas (“siempre ha habido pobres y siempre los habrá”… “el mundo es como es”…). Nos corresponde ser instrumentos de esperanza: promover la vida, la dignidad de las personas, brindar motivos para la superación, abrir sendas para una nueva justicia y fraternidad.
Como concluye el Papa Francisco:
En este tiempo de tribulación y luto, es mi deseo que, allí donde estés, puedas hacer la experiencia de Jesús, que sale a tu encuentro, te saluda y te dice: “Alégrate” (Mt 28, 9). Y que sea ese saludo el que nos movilice a convocar y amplificar la buena nueva del Reino de Dios.
Conclusión
En su carta a las Hermanas de Brienne, Santa Luisa les recuerda que en las circunstancias que están viviendo de tanto dolor y sufrimiento a su alrededor, lo más importante es vivir su vocación con autenticidad: Lo que Dios pide actualmente de ustedes, queridas Hermanas, es una gran unión y tolerancia mutua, y que trabajen juntas en la obra de Dios, con gran mansedumbre y humildad.
Cada uno de nosotros, miembros de la Familia Vicenciana, hemos abrazado nuestra vocación en respuesta a la llamada de Dios. Nuestra vocación comporta una forma de vida, con sus virtudes propias y características. Somos conscientes de la actualidad de nuestra misión al servicio de los pobres y la urgencia de responder a quienes sufren los efectos de la pandemia. ¡Vivamos con autenticidad lo que somos! ¡Actualicemos la radicalidad de nuestro compromiso con Dios en el trabajo con los pobres y por los pobres, por los que más sufren hoy!
Autor: Corpus Juan Delgado, CM
Fuente: Boletín Provincial, provincia de Zaragoza de la Congregación de la Misión, número de mayo de 2020.
0 comentarios