“La paz les dejo, mi paz les doy”
Hech 14, 19-28; Sal 144; Jn 14, 27-31.
Mirar el mundo y tantas realidades tristes nos lleva a la conclusión que donde hay muerte, dolor sufrimiento y pobreza de corazón, hay una gran ausencia de Dios. El ser humano cada vez se aleja más de Él, y es entonces cuando cae presa de la desesperanza e intranquilidad, viviendo constantemente en la zozobra, refugiado en sus propias seguridades, sin atreverse a luchar por construir una sociedad distinta.
Jesús resucitado nos comunica su paz, que es para nosotros fuente de seguridad y protección.
Su paz no es solo una palabra, la paz surge de la vida de quien se adentra en Dios y dirige su vida por el camino del Evangelio. La paz dada por el Señor arranca de nosotros los miedos e inseguridades, para poder enfrentar la vida de manera distinta.
Nuestra permanencia en la paz no depende de nosotros, sino de hacernos disponibles a la acción de Jesús para poder recibir su paz.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Sor Elizabeth Sánchez Rangel, H.C.
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