Después de la crucifixión de Jesús, el desengaño devolvió a los discípulos a Galilea, a su pueblo, a su oficio de marineros, al trabajo que tenían antes de que siguieran a Jesús. Y una noche Simón Pedro les dice a Tomás, a Natanael, a los hijos de Zebedeo y a otros dos discípulos: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «‘También nosotros vamos contigo’. Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada» (Jn 21, 1-3). Y según el simbolismo de Juan, parece decir que no pescaron nada, porque aquella noche habían ido al trabajo como a una tarea cualquiera y no como a un ministerio apostólico. Lo indica la frase de Pedro, voy a pescar, es decir, me vuelvo a mi trabajo anterior. Pedro ha vuelto a coger su identidad de marinero. Y es interesante, porque el simbolismo de Juan indica que, una vez que han sido llamados por Jesús, ya no pueden separar pescador de peces y de hombres, recordando aquel yo te haré pescador de hombres, que le había dicho Jesús.
También en un vicenciano hay continuidad entre el trabajo humano de hombre y el de misionero. Necesita la autoconsciencia de que, una vez que ha ingresado en la Familia Vicenciana, en todo momento es un misionero. Ya no se le permite trabajar unas veces con su identidad de un hombre sin más, y otras, con su identidad de misionero.
Al alba, Jesús se presenta en la orilla, pero los discípulos no le reconocieron, porque la resurrección había trasfigurado su cuerpo. Y Jesús les interpela acerca de su trabajo humano de pescador: Muchachos, ¿tenéis pescado? Respondieron: no. Jesús nos obliga a hacer una reflexión sobre nuestro fracaso, cuando queremos actuar únicamente por nuestra cuenta. ¡Hemos trabajado tanto, hemos leído tanto, tantos cursillos, y no han servido de nada porque inconscientemente ha sido para instruirnos! Estamos desilusionados. Jesús intenta dar ilusión: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. Es la ilusión que da Jesús opuesta a nuestros deseos humanos. Porque «voy a pescar» quiere decir soy yo quien decide lo que quiero hacer. Pero viene la orden divina: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. Y hay que decidir entre obedecer a mis gustos o a la Palabra divina que se manifiesta por las inspiraciones del Espíritu Santo, por la Sagrada Escritura y por los sucesos de la vida. Pero viene la trampa: como soy yo quien la interpreta, la interpreto según mi parecer, como si ese fuera el deseo divino. Abiertamente no solemos enfrentarnos a la voluntad de Dios, sino que la interpretamos según nuestros sentimientos, olvidando que la sinceridad al Espíritu Santo es la sencillez del espíritu vicenciano. San Vicente aclara que en la duda hay que hacer lo que sea mejor para los pobres, aunque duela. En sus conferencias insiste en que la Palabra de Dios que se manifiesta en la oración y por las necesidades de los pobres no quita iniciativas ni creatividad. Pero poner el resultado de nuestra actividad solo en los medios materiales, no es evangelizar.
Reunidos alrededor de las brasas
«El discípulo a quien amaba Jesús dice a Pedro: Es el Señor», porque en la pesca milagrosa reconoce la divinidad en Jesús resucitado. Es el amor, simbolizado en el discípulo a quien Jesús amaba, el primero en reconocer la presencia de la divinidad en Jesús. El amor y no la fe, porque la fe, sin obras, está muerta, decía otro discípulo del Señor, el apóstol Santiago (St 2, 17-26).
Pedro estaba desnudo. San Juan siempre quiere decir algo más allá de las palabras, y parece querer decir que la condición del ser humano es la desnudez, y que solo quedamos vestidos, cuando estamos revestidos el Espíritu Santo: «Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra». Había sucedido el milagro que de nuevo los llenó de ilusión. «Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: ‘Traed algunos de los peces que acabáis de pescar’. Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Jesús les dice: ‘Venid y comed'».
Un pez sobre brasas. Siguiendo el simbolismo de Juan, podría ser el símbolo de la Eucaristía. La carne de Cristo ardiendo en el fuego de la divinidad, como se manifestó en la Transfiguración, y a Moisés en la zarza que ardía sin consumirse, cuando Yahvé hizo alianza con el pueblo escogido. La eucaristía es la nueva Alianza que hace Dios con la humanidad. Como Cristo convocó a los discípulos a participar en la comida del pez asado en el fuego y luego los envió a extender su Reino, así ahora nos convoca a participar en la comida de su cuerpo ardiendo en las brasas de la eucaristía, porque cuando la comunidad celebra la eucaristía se convierte en el Cuerpo de Jesucristo.
Jesús resucitado no fue al templo a decir a los judíos vedme, estoy aquí, he resucitado, ahora os lo explico. Jesús se aprovecha del fracaso de sus amigos para reunirlos y manifestarse a ellos formando de nuevo una comunidad. Comienza la única historia que quiere tejer, la historia de quienes van a servir y a evangelizar, aunque confundidos vayan por su cuenta, y los reúne de nuevo en torno a la comunidad eucarística, donde sienten su presencia. Porque el fin de evangelizar a los pobres no se entregó a un vicenciano o vicenciana como persona particular, sino a la institución a la que pertenece, a la comunidad reunida en la eucaristía convertida en el fuego donde Cristo se da en un banquete de amor. Poco antes Juan había descrito la aparición de Jesús a los discípulos, estando ausente Tomás, y luego Jesús tuvo que aparecerse de nuevo estando Tomás integrado en la comunidad.
Enviados por Jesús a los pobres
En la escena anterior Jesús les había dicho “Como el Padre me envió, así yo os envío a vosotros” (Jn 20, 21). Dios no está atado a nuestra opinión ni a nuestro tiempo, pero sí a los pobres. Y si está atado a los pobres, lo está también a las personas que los sirven, los evangelizan y echan las redes donde él indica. Ciertamente son enviados por la comunidad, pero con la fuerza del Espíritu Santo. Y Jesús añade que son enviados como corderos en medio de lobos y que no encontrarán un terreno fácil ni alabanzas frecuentes. Siempre encontrarán dificultades, pero las superarán, ya que la mayoría de las dificultades no provienen de las situaciones sociales ni de la clase de pobres ni de lo duro de la evangelización, sino de nosotros mismos, y se superan cambiando nosotros por medio de la ilusión que nos infunden los Hechos de los Apóstoles cuando dicen que las persecuciones remuevan a la Iglesia de tiempo en tiempo, haciéndola caminar, avanzar, cambiar de itinerario (Hch 5, 41). Debiéramos tener miedo de aparecer como grupos de cristianos desencantados, impropio de estos tiempos, un miedo que destruiremos si estamos ilusionados por anunciar al mundo de los pobres el evangelio de Jesús. Y, si vemos que es el Señor, dejaremos que él mismo tome el proyecto en sus manos.
P. Benito Martínez, C.M.
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