El desencanto resignado
Jesús anunciaba que había venido al mundo para implantar un Reino de justicia, de amor y de paz y lo confirmaba con signos y milagros. Sin embargo, muchos de sus seguidores se sintieron desilusionados cuando le vieron morir crucificado. Les pareció que su mensaje había fracasado. También hoy, los pobres se preguntan en qué ha venido a desembocar la civilización cristiana, y la respuesta que escuchamos es que están “desencantados”.
Vivimos en una época desencantada, convencida de que no llegará un futuro mejor para muchas personas que viven en la pobreza y lo asumen como su forma natural de vivir, aunque haya otros pobres ocasionales, que forman una variante de los llamados pobres vergonzantes, que no pueden aceptarlo. Son familias que viven en sus casas sin que les llegue a final de mes el salario, la pensión o la ayuda que les dan las Instituciones públicas o privadas. Son familias desilusionadas por la corrupción de los políticos y por creer que la crisis que padecen es consecuencia inevitable de una economía globalizada para la cual dicen que no hay alternativa.
La Familia Vicenciana es portadora del mensaje del Reino de Dios que anunció Jesús e intenta animar con una esperanza evangélica a unos pobres desencantados. Sin embargo, también entre nosotros surge la desilusión, cuando vemos la edad avanzada de la mayoría y las pocas vocaciones que entran. No queremos resignarnos, e intentamos superarlo con la actividad, aunque respire el desencanto que llevaban los dos discípulos camino de Emaús. Ese “nosotros esperábamos, pero ya van tres días” podría ser la desilusión que siente el corazón de algún vicentino, hombre o mujer.
El antídoto no es la resignación ni solucionar las situaciones ocasionales con pequeñas ayudas. La ayuda ocasional es necesaria, porque los pobres no pueden esperar y necesitan auxilio urgente, aunque sea coyuntural. Muchos se han salvado gracias a esta asistencia. Pero no basta; mientras los pobres estén resignados, todo seguirá igual, pues son ellos los primeros que tienen que esforzarse por salir de la pobreza. Y nosotros también necesitamos ser animados, como los discípulos de Emaús o los que quedaron en el cenáculo. Necesitamos actividades que infundan esperanza y coraje, no vivir resignados, sino evangelizar para que los pobres tengan una existencia digna. Y si lo ven los jóvenes, nos seguirán. Hay que confiar en Dios, decía san Vicente, pues si “el Salvador del mundo, al pensar en su Iglesia, confía en el Padre para su dirección, para un puñado de personas, que tan claramente ha suscitado y reunido su Providencia, no fallará” (II, 130). Urge una visión positiva, urge una Familia Vicenciana más innovadora sin culpar a los superiores de no hacer cambios. Echar la culpa a otros es fácil.
La esperanza, el antídoto del desencanto
El panorama del mundo moderno enloquece, cuando un tercio de la humanidad vive y muere en la miseria más espantosa y es arrastrada a la desesperación, rabiosa y revolucionaria, en algunos, y resignada en otros. Este panorama incita a meditar dos pasajes del Evangelio que hablan del fracaso y la esperanza: la del hombre asaltado por los ladrones que bajaba de Jerusalén a Jericó y la de los discípulos que se alejaban de Jerusalén a Emaús (Lc 10, 29-37; 24, 13-35). Las dos situaciones son similares. En el desencanto lleno de razones de Cleofás, late una ausencia de esperanza. Y es lo que conmueve las entrañas misericordiosas de Jesús, que los acompaña y se oculta lleno de ternura en esos pequeños gestos de amistad cercana con palabras de aliento, de escuchar y de partir el pan. Y ellos recobraron la fe porque reconocieron que era Él. Lo mismo sucede en el dolor del hombre herido que yace sin posibilidad de salvarse, pero Jesús se compadece, se acerca y sus manos de amigo tocan las heridas, las restañan con aceite y con vino y las vendan, indicando que nada es imposible, si tenemos a Dios.
La cercanía del Señor resucitado que camina con los pequeños del pueblo, como un amigo en la sombra, y que suscita en tantos corazones la compasión del Samaritano, es lo único que puede encender el fuego de la esperanza en los corazones de los cristianos, para volver a la sociedad con el entusiasmo de los discípulos de Emaús y salir a proclamar el encanto del Evangelio. Tenemos que acercarnos al pobre para curar sus heridas, para desbaratar desencantos y ofrecerles la alegría y la dignidad humana. Las dos escenas dan respuesta a la pregunta de cómo lograr que tengan la ilusión del evangelio y desaparezcan el desengaño y la resignación en los pobres y en las comunidades.
Muchas Congregaciones religiosas han sido capaces de crear esperanza y encantar a los pobres del mundo de hoy, respondiendo con acierto y responsabilidad a los embates del pensamiento moderno, dedicándose a los pobres sin caer en el materialismo e incorporando la tecnología sin caer en la lucha de clases, porque han sabido cambiar los odres viejos por otros nuevos.
La cercanía da esperanza y crea amistad
El Señor que se aproxima cuando encuentra a hombres heridos y carga con ellos hasta la posada y en Emaús se sienta a cenar con ellos es el mismo que se hace presente en nuestro interior y en la Eucaristía. Muchas veces nos ha socorrido, pero nuestros ojos no lo han reconocido porque no somos sensibles a su presencia aún cuando le comemos en forma de pan. La promesa de pagarnos “lo que hayamos gastado de más” sólo vale para los que le sienten cercano.
La cercanía es necesaria para que surja la amistad. La cercanía del Espíritu Santo es tan profunda que pone su morada en nuestro interior. El Espíritu Santo nos ayuda a descubrir a Jesús en nuestros hermanos pobres, porque, cuando nos acercamos a la carne de un miembro sufriente de Cristo, es cuando brilla en el corazón de los pobres la esperanza de haber encontrado el amigo cercano que andaban buscando. Un amigo cercano ofrece apoyo y un oído para escuchar. Porque, además de necesidades materiales, los pobres tienen problemas emocionales. Hay que estimar lo que puede significar tener un amigo para una persona que se siente sola. No va a dar la solución a los problemas, pero los seres humanos -y más, si son pobres- necesitan sentir que tienen un amigo que está a su lado en los apuros y los escucha. Las expresiones de aliento son tan importantes como el alimento y la vivienda.
La humildad nos lleva a buscar a otras personas o congregaciones que puedan ayudarlos eficazmente cuando nosotros no podemos o no sabemos. Nuestros programas pueden proporcionar soluciones a unos pobres en algunos lugares y en cierto tiempo, pero para otros lugares, para otros pobres y para otros tiempos debemos conocer otros programas y organizaciones. En el mundo actual, dominado por las migraciones, conviven hombres de muchas razas, nacionalidades y credos, que buscan la cercanía entre los seres humanos.
Las diversas ramas de la Familia Vicenciana no pueden encerrarse en el cenáculo. Si los gobiernos subvencionan a las empresas emprendedoras, porque son necesarias para el progreso, también hay que ser emprendedores para instaurar y hacer progresar el Reino de Dios. No podemos abandonar desilusionados la comunidad y huir a un Emaús tranquilo; tenemos que sentir a Jesús como compañero de camino y emprender la vuelta a la comunidad. Es una obligación de justicia, por ser humanos, miembros del Cuerpo de Cristo e integrantes de una comunidad vicenciana.
P. Benito Martínez, CM
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