“Le rogaban que les dejara tocar el borde de su manto”
1 Re 8. 1-7, 9-13; Sal 131; Mc 6, 53-56.
Jesús va de camino y la gente lo reconoce y se acerca a Él para ser curados de sus males físicos; su fe es tan grande que solo con tocar el borde de su manto quedarán curados de sus enfermedades y dolencias. Es la historia de tantos heridos en el camino. Jesús ha venido para darnos vida (Jn 10, 10) y muchos quedaban curados por el poder de Jesús, pero al lado de ese poder estaba la fe incondicional de quienes a Él se acercaban.
Vivimos en una sociedad herida y enferma por la falta de valores humanos y evangélicos. Muchas personas ignoran que su verdadera enfermedad está a niveles muy profundos. No se dan cuenta que el deterioro de su salud comienza a gestarse en su vida absurda y sin sentido, en la carencia de amor verdadero, en el deseo centrado egoístamente en uno mismo, o en tantas dolencias que impiden el desarrollo de una vida sana.
Nuestro ser más profundo pide sentido, esperanza y sobre todo amor. Por eso la experiencia de sabernos amados incondicionalmente por Dios nos puede curar. Esta experiencia de amor genera estabilidad y paz en nuestro interior.
Y Jesús se deja “tocar” en la Eucaristía, en el sacramento de la reconciliación, en su Palabra, en el hermano, en el pobre.
Toca a Jesús, Él curará tus heridas.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
P. Benjamín Romo cm
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