“Vio un gran gentío y sintió compasión”
1Re 3, 4-13; Sal 118; Mc 6, 30-34.
La compasión de Jesús por la humanidad no tiene límites, ni conoce el encerramiento, es disponibilidad y atención inmediata a quien lo necesita. Así lo vemos en el evangelio de hoy. Aunque sigue un programa con sus discípulos, es capaz de desprogramarse para dar una respuesta a los necesitados, los que lo buscan.
La caridad de Jesucristo no conoce el ensimismamiento en los propios problemas o dificultades. Él nos enseña a salir del círculo estrecho de mi yo y mis circunstancias, sean éstas felices o penosas. Cuando más queramos encerrarnos en nosotros mismos, levantemos la mirada del corazón y veamos a Cristo en la barca, predicando sin descanso a sus hermanos.
Imitemos su ejemplo y extendamos su Reino con generosidad. Pensemos en lo que realmente vale la pena: la salvación.
Gracias Jesús por enseñarme a mirar las necesidades de los demás antes que las propias. Ayúdame a entender que sólo el contacto contigo en los sacramentos, en la oración y en el servicio a los pobres, lograré que mi corazón cambie. Haz que anhele el recogimiento de mi espíritu, ese humilde sagrario donde me habitas y me esperas para enseñarme a vivir como Tú.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
P. Benjamín Romo cm
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