Año 2020: dedicarse a los pobres rechazados y a los vergonzantes

por | Ene 1, 2020 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Buscar a los pobres

A primeros del año 1654 las Señoras de la Caridad (AIC), establecidas en Bernay, ciudad importante en el norte de Francia, en Normandía, pidieron Hijas de la Caridad para llevar una escuelita de niñas, dar catequesis a las mujeres y cuidar a los enfermos pobres. En la mente de Luisa de Marillac, recordando su situación antes de ser Hija de la Caridad, estaba atender también a los pobres vergonzantes (personas pudientes venidas a menos). Las Hijas de la Caridad estarían a las órdenes de las Señoras. Dos años después, las Señoras de la Caridad pensaron que, en vez de visitar a los enfermos pobres en sus casas, sería mejor hacer un hospital donde fueran acogidos y cuidados. Santa Luisa se opuso rotundamente y le escribió a Sor Bárbara Angiboust: “No sabía la situación del hospital para los pobres. Pero, Dios mío, querida Hermana, ¿quiénes lo ocuparán y qué será del ejercicio de las Señoras de la Caridad si se obliga a los enfermos a ir al hospital? Ya verá usted cómo los pobres vergonzantes van a verse privados del socorro que era para ellos la comida ya preparada y las medicinas y que la pequeña cantidad de dinero que se les proporcionaba ya no se empleará en sus necesidades. Estamos obligadas, tanto como podamos, a través de nuestras caritativas advertencias, a impedir que esto ocurra” (c. 553).

Y se opuso firmemente porque las Señoras de la Caridad habían sido fundadas para visitar personalmente a los enfermos pobres en sus casas, donde se les podía dar fácilmente la catequesis a ellos y a su familia con un contacto humano que da calor a la ayuda material y espiritual. A esto se añadía que la situación y las condiciones de los hospitales eran tan calamitosas que solamente los pobres iban a ellos. Los ricos tenían su médico particular en casa o le mandaban venir. Por esta razón, los pudientes venidos a menos o pobres vergonzantes nunca irían a un hospital, y quedarían abandonados. Al hospital iban otra clase de pobres, los soldados, malditos para el pueblo, por sus rapiñas y atrocidades, pero abandonados y dignos de lástima cuando ingresaban en los hospitales, como en el hospital de La Fère.

La Fère era una ciudad pequeña, situada estratégicamente en el sur de Picardía, en la frontera entre Francia y los territorios del Imperio Austriaco continuamente en guerra. Los reyes de Francia habían establecido en La Fère un hospital para los soldados heridos y los convalecientes que solían agruparlos sobre paja en una esquina de la sala del Hospital ventilada por ventanas en lo alto. Las camas se alineaban en tres filas, en las paredes y en el medio. En un extremo se levantaba un altar para celebrar la eucaristía y conservar el Santísimo, convirtiéndose en una especie de iglesia. Pero en las Iglesias solo podían hablar los sacerdotes y, por excepción, los hombres bien formados en religión, pero nunca las mujeres. Y Sor Juliana rompió esta regla explicando en público el catecismo a los enfermos y heridos.

Santa Luisa lo aprueba sin miedo a los tabúes que dominaban aquella sociedad, apoyándose en las estampas que les enviaba todas las Navidades para que dirigieran los pasos de las Hermanas durante el año, y rompe con el criterio vicenciano de hacer todo en humildad, sin llamar la atención y enumera varios conversiones que habían logrado las Hermanas en otros lugares: “Mi querida Hermana: Suplico a Jesús venido a este mundo, que sea su fuerza y su consuelo en estos primeros días del año. Hábleme de lo que hacen en el servicio de ese hospital y de los enfermos que hay por la ciudad y sobre lo que ya le he dicho acerca del catecismo. Temo que no haya sido bien comprendido el modo de dar la catequesis que tiene Sor Juliana. Este verano se han convertido, en el hospital de San Dionisio, dos o tres herejes. Dios lo sabe y basta. Nuestro Señor prohibía a los Apóstoles que dijeran lo que hacía. Si ha llegado el tiempo de que brille a plena luz lo que las Hijas de la Caridad han venido haciendo con sordina, ¡bendito sea su santo Nombre! En cuanto a los soldados convalecientes, hará bien en dejarlos en algún ángulo de las salas o en otro lugar, pero con una puerta de seguridad para que no puedan pasar a comunidad; ya sabe usted la importancia que dan las reglas a esta norma y la prohibición de que estemos con hombres” (c. 716). Si encontrarse a solas con un hombre era fatal para una mujer, mucho más con un soldado, y la Hijas de la Caridad para muchos era una mujer seglar, como otra cualquiera.

Los presos o encarcelados comunes

A los galeotes en Paris, antes de pasar a la cadena que los llevaría a las galeras de Marsella, se los encadenaba en un calabozo lleno de vigas de madera, distantes un metro unas de otras. En las vigas se clavaban cadenas de hierro de medio metro con un collar que se ponía al cuello del galeote y se cerraba a mar­tillazos sobre un yunque. En cada viga había veinte hombres que no podían ponerse de pie y se veían obligados a estar siempre sentados con la cabeza inclinada o sentarse en el suelo sobre la paja donde podían haber hecho sus necesidades.

Para darles la comida, las Hermanas pasaban entre los bancos escuchando groserías y amenazas de tocamientos de unos hombres que ya no les importaba la muerte. La vigilancia de guardianes no era suficiente porque estaban corrompidos por dinero, de tal manera que tuvo que estar presente durante las comidas una Señora de la Asociación de Caridad (AIC) para que su categoría social impidiera extralimitarse a presos y a guardianes. Santa Luisa de Marillac conocía esta situación y un día escribe a san Vicente de Paúl: “Nuestra Hermana que está con los Galeotes vino ayer a verme deshecha en lágrimas porque no puede conseguir pan para esos pobres hombres, por lo mucho que debe al panadero y por la carestía del pan. Pide prestado y mendiga por todas partes, y para colmo de sus penas, la Duquesa de Aiguillon quiere que le haga una lista de los que a ella le parece pueden ser puestos en libertad. Yo encuentro a esto tres dificultades graves: una es que no puede conocer a esos hombres sino por el trato que ellos le dan, unos la injurian otros la alaban, y siendo así, puede cometer una injusticia; otra dificultad es que algunos de ellos ofrecen dinero a su capitán y al conserje, los cuales ya han empezado a reñirla y acusarla de ser la causa de su desorden; y la tercera dificultad es que los que continúen encarcelados, en la «cadena», creerán que ella tiene la culpa. Y ya sabe usted, mi muy Honorable Padre, lo que esos hombres son capaces de decir y de hacer” (c. 413).

Nada de esto se puede aplicar hoy a los presos comunes en las cárceles modernas. Las leyes y normas internacionales lo prohíben, y Amnistía Internacional y otras muchas organizaciones vigilan su cumplimiento. Dicen que hay cárceles modernas que parecen hoteles, pero sin el contacto humano de las personas. El encarcelado se siente solo y aislado. Desde un recinto, los guardianes controlan todo por televisión y por megáfono dirigen a los presos hacia los pasillos y las puertas que se abren y se cierran automáticamente sin otra presencia humana que la del preso.

Algunos encarcelados sufren además el dolor de los hijos, esposa y familiares que lloran su situación, más, si los hijos son pequeños; otros sienten la ausencia de familiares y amigos que los rechazan, los ignoran o no tienen recursos para ir a visitarlos y ayudarlos. La Familia Vicenciana no puede ignorar la situación de estos desgraciados. Ya hemos visto la postura de santa Luisa de Marillac, igual a la de san Vicente de Paúl y a la del Beato Federico Ozanam. Ellos nos dicen que son pobres rechazados por la mayoría de la gente y que muchos han sido construidos por la sociedad moderna que luego los rechaza.

Prudencia, ilusión, ánimo y energía

En enero de 1660, dos meses antes de morir, Luisa de Marillac ya se sentía enferma de muerte, pero no había perdido las energías para programar los meses que venían, como si quisiera animar a los vicencianos a organizarse dentro de la rama de la Familia Vicenciana a la que pertenezcan, en el servicio apostólico tanto corporal como espiritual en los comienzos de cada curso.

Al programar los objetivos, los medios y las tareas del nuevo año que comienza sería un despropósito estar dominados por el lucimiento personal o buscar en primer lugar el prestigio de la rama vicenciana a la que se pertenece y no la gloria de Dios y el bienestar de los pobres. Porque llevaría a poner todo el empeño en que no tuviera ningún fallo la tarea encomendada, como una realización perfecta y un éxito propio. Sin embargo, el vicenciano lo es porque en su misión solo busca solucionar las necesidades que los pobres encuentran en la vida.

Necesita ilusión para sentirse contento en una labor añadida a la vida ordinaria de familia y de amistades, requiere ánimo fuerte para cargar con una tarea que, aunque sea divina, humanamente es pesada y está condicionada por la energía que, a veces, está debilitada en las personas, aunque se hayan ofrecido voluntariamente al Padre Dios Todopoderoso.

También hoy la Familia Vicenciana está obligada a buscar a los pobres más rechazados o avergonzados, como pueden ser los migrantes y las personas que sienten vergüenza de aparecer necesitadas y hay que tratarlas con toda la dignidad de seres humanos, hijos del Padre, redimidos por Jesucristo y hermanos nuestros. En la sociedad actual acaso lo más importante sea ayudarles a encontrar trabajo.

Si hoy viviera santa Luisa de Marillac, encaminaría a la Familia Vicenciana a buscar remedios que ayuden a inmigrantes y a los que se han empobrecido por no encontrar trabajo sin humillarlos, tratándolos con la dignidad de todo ser humano, hijos de Dios, redimidos por Jesucristo y puestos por este al cuidado de la Virgen María. Es cierto que puede haber fraude y engaño en los inmigrantes y en los pobres venidos a menos, pero, como solución, no se debiera depositar las ayudas en las instituciones, de tal manera que abandonemos la caridad persona a persona en la que tanto insistía san Vicente de Paúl y de la que seremos juzgados al final de los tiempos, como nos anuncia Jesús en el evangelio. Por otra parte, habría que esforzarse por que quienes gobiernan las instituciones no hagan o decreten nada que cause perjuicios a cualquier clase de pobres. Es un problema duro que enfrenta la caridad a la justicia, cuando se trata de ayudar a personas que nunca han salido de la pobreza y a quienes han caído en ella, a nativos que llevan años trabajando por el bienestar de un lugar o a inmigrantes que acaban de llegar. La justicia se fija en los derechos y la caridad, en las necesidades. 

Cuestiones para el diálogo

¿Qué concepto tienes de los presos comunes? ¿Y de los presos llamados políticos? ¿Has visitado a algún preso? ¿Te han permitido visitarlo? ¿Te gustaría que tantos “presuntos” que molestan estuvieran encerrados? ¿Qué piensas sobre dejar en libertad a delincuentes reincidentes?

P. Benito Martínez, C.M.

Etiquetas:

0 comentarios

Enviar comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

homeless alliance
VinFlix
VFO logo

Archivo mensual

Categorías

Sígueme en Twitter

colaboración

Pin It on Pinterest

Share This
FAMVIN

GRATIS
VER