Origen y extensión de los belenes
La primera Navidad en la que se montó un belén fue en la Nochebuena de 1223. Lo montó san Francisco de Asís en una gruta del pueblecito de Greccio, en la Umbría, en el centro de Italia. Cuentan Tomás de Celano y otros autores que se celebró la misa nocturna acompañada de una representación del nacimiento, mediante un pesebre sin niño, pero con el buey y la mula. Tras celebrar el sacerdote la misa, Francisco, que era solamente diácono, cantó el evangelio y predicó la homilía sobre el nacimiento de Cristo, hijo de Dios, en circunstancias tan humildes como las de aquel momento: en una fría noche de invierno, en el interior de una cueva, donde comían unos animales que calentaban al Niño con su aliento. Poco a poco se fueron popularizando los belenes en las iglesias. A partir del siglo XIV, el montaje de los belenes por Navidad se consolidó en Europa y en 1465 se fundó en París la primera empresa en fabricar figuras para los belenes que ya eran corrientes, como escribía santa Luisa de Marillac a las Hijas de la Caridad de Chantilly: “Me invitáis a que vaya junto al Pesebre para encontrarme con vosotras a los pies del Niño Jesús y de su santa Madre. Tal como me lo decís, me parece que allí encontráis unidas y llenas de amor a nuestras Hermanas y a mí, aunque yo voy poco, sólo al volver de Misa. Este año está en la gruta pequeña, a los pies de Jesús Crucificado, en un nicho grande que nos parece que representa el establo de Belén mejor que los años anteriores. Del Niño Jesús aprenderéis los medios para practicar las sólidas virtudes que su santa Humanidad ejercitó desde su Nacimiento en el Pesebre; de su Infancia lograréis cuanto necesitáis para llegar a ser verdaderas cristianas y perfectas Hijas de la Caridad, si le pedís su Espíritu tal como os lo dio en el santo Bautismo” (c. 712).
Motivos para poner los belenes y visitarlos
La Iglesia católica fomenta la devoción a montar belenes y a visitarlos porque, además de ser un acto de culto, nos lleva a Dios, y siempre que estamos en contacto con Dios, hacemos oración; un belén puede ser un apoyo sencillo para hablar con Dios. El conocimiento de las cosas empieza por los sentidos, y contemplar las escenas de un belén puede llenarnos de gratitud y de amor hacia Jesús, María y José o a imitar a los pastores que le llevan lo poco que tienen.
Es un motivo para poner un belén en las casas, en las comunidades y en las reuniones de los vicentinos durante las Navidades en las que debiera estar presente Jesús recostado entre pajas, como lo recostaron María y José. A veces parece que da vergüenza poner un belén, si no hay niños en la familia, como si representar el nacimiento de Jesús fuera algo infantil.
Santa Luisa añade un motivo llamativo y simpático para visitar los belenes: que, al visitar los belenes todos los miembros de la Familia Vicenciana quedamos unidos, como en una “corona de adviento”, por la misma visión de fe, esperando las mismas gracias del Niño nacido, atados por el amor de hermanos e impulsados por el mismo carisma de servicio a los pobres. Al visitar un belén, quedamos atados nativos e inmigrantes, cristianos y musulmanes, creyentes e increyentes, porque todos formamos la única humanidad a la que también pertenece el mismo Dios desde esa primera Navidad.
En el ambiente navideño de colores, luces, turrones y villancicos, visitar belenes gusta a adultos y a niños, y no es embarazoso animar a familiares y amigos a visitar belenes sencillos o que llamen la atención por su valor histórico y artesanal como verdaderas obras de arte o por su belleza y creatividad moderna y simbólica. El Papa Francisco ha agradecido a primeros de diciembre de 2019 a las delegaciones del Trentino y el Véneto el árbol y el pesebre de la Plaza de San Pedro, y ha añadido que «el pesebre es un signo simple y hermoso de nuestra fe y no debe perderse”.
A pesar de aparecer movimientos críticos contra esta corriente, como si fuera algo de épocas pasadas sin criterio científico, en algunos pueblos y ciudades las autoridades han levantado belenes enormes para recreación y admiración de la gente, bien en estilo tradicional bien modernizándolos con un puesto de castañas y un sintecho durmiendo en la calle; o han recuperado tradiciones de pasear el Portal a hombros por las calles, acompañando la marcha con música y villancicos. Aunque no tengan especial interés religioso, sino político y social, regalan prospectos con rutas de belenes que se amplían cada Navidad incorporando nuevas ubicaciones y más actividades en colaboración con Asociaciones Belenistas. Dan solemnidad social con el Pregón de Navidad, abren rutas en horario nocturno y se realizan diferentes actividades para atraer al público al que reparten chocolate caliente y entretienen enfrentando a orfeones en un duelo de villancicos.
La sociedad moderna fomenta las celebraciones navideñas como un negocio de compra y venta. Los comercios se atiborran de artículos navideños, pero no tanto religiosos, y las calles y los comercios se convierten en un derroche de luz y color o animan a escaparse a la nieve con hoteles confortables para los esquiadores.
Sin embargo, los belenes también pueden ser ocasión de fomentar en muchos lugares una Vigilia de Oración que monta un belén espiritual en nuestro corazón y viene a ser también un material de apostolado que da a conocer el evangelio comenzando por el nacimiento en la tierra de la Segunda Persona de la Trinidad, añadiendo la vida de Jesús con sus palabras, doctrina, muerte y resurrección. Es la labor de todo cristiano, en especial de los continuadores de san Vicente de Paúl, santa Luisa de Marillac y del beato Federico Ozanam hacia los pobres.
La ignorancia del momento preciso en que ha de suceder la venida del Señor otorga importancia a todos los momentos de la vida y obliga a vivir vigilantes como si fuera la última oportunidad. Evadirse de las situaciones comprometidas y de la circunstancia en la que vivimos no es propio de los vicencianos. Lo vicenciano es sumergirse en la situación para cambiar la realidad y emerger en un mundo mejor; es forzar las estructuras de este mundo para que cedan y venga el Reino de Dios. Y, si los sentimientos del corazón entran por los sentidos, el primer paso del apostolado durante las Navidades puede ser animar a familiares, amigos y compañeros a visitar algunos belenes. El ambiente navideño es extenso y abundan las exposiciones de belenes.
P. Benito Martínez, C.M.
0 comentarios