“Bendito seas para siempre, Señor”
Dn 5, 1-6. 13-14. 16-17. 25-28; Dn 3; Lc 21, 10-18.
Hoy recordamos la aparición de la Santísima Virgen María a santa Catalina Labouré el 27 de noviembre de 1830, en París, en la capilla de la Casa Madre de las Hijas de la Caridad. Esta aparición dio origen a la Medalla Milagrosa, y de ella tomó también su nombre la fiesta de la Virgen Inmaculada de la Sagrada Medalla, instituida por León XIII el 23 de julio de 1894.
En la liturgia especial para la fiesta, el libro del Apocalipsis nos habla de una figura portentosa que apareció en el cielo. Algunos de los signos expresados están en la Medalla. El texto del Evangelio de San Juan nos habla de la boda en Caná de Galilea.
Que María de Caná, la mujer atenta a la realidad y dispuesta al cuidado de los otros, nos enseñe a poner la mirada en Jesús y escuchar lo que nos dice.
Es costumbre en esta fiesta hacer la difusión de la Medalla Milagrosa. Sería deseable que se hiciera sin olvidar que lo más importante es el mensaje que la Virgen nos trajo y del que quedó constancia en la Medalla.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Sor Carolina Flores H.C.
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