La justicia divina es una de las bienaventuranzas presentadas por Jesús en el «Sermón de la Montaña»[1]. En él, Cristo nombra a grupos de personas (a los que llama «bienaventurados») que tendrán prioridad en el Reino: los humildes, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los pacificadores y los perseguidos por la justicia. Es importante observar que la justicia aparece en dos momentos durante el Sermón: los que tienen hambre y sed de justicia, y los perseguidos por la justicia. El Salvador cita a esas personas que, imposibilitadas de alcanzar el éxito por sus propias fuerzas, dependen de la gracia y del favor divino para alcanzarlo.

Federico Ozanam, cofundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl, además de conocer perfectamente el concepto divino de justicia, procuraba adaptarlo a su tiempo, defendiendo la «justicia social» como camino para reducir las desigualdades entre pobres y ricos, entre propietarios de bienes y empleados, entre industriales y obreros. Él mismo, refiriéndose a la Parábola del Buen Samaritano, dijo una vez: «La caridad no basta. Trata las heridas, pero no detiene los golpes que las producen. La caridad es lo que hizo el samaritano al derramar aceite en las heridas del viajero que fue atacado. El papel de la justicia es impedir los ataques»[2].

La presencia de Ozanam al lado de las clases desprotegidas produjo, en él, un elevado y mejorado sentido social. Además, como profesor de Derecho Comercial, estudió profundamente las relaciones en el mundo del trabajo, apuntando soluciones que luego fueron añadidas a la encíclica «Rerum Novarum» (del Papa León XIII). Federico escribió mucho sobre el tema, siendo reconocido como precursor de la Doctrina Social de la Iglesia. Ozanam fue, por encima de todo, el apóstol de la caridad y de la justicia social.

Ozanam reflexionó sobre la noción del «salario justo», afirmando que había explotación cuando la retribución real del trabajador era inferior a sus necesidades básicas. Así, su ideal no quedó restringido solo al servicio de las capas excluidas de la sociedad, minimizando los sufrimientos materiales, sino que luchó, sobre todo, para que todos, independientemente de su clase social, pudieran ser conscientes de la necesidad real de la justicia social en el mundo.

Ozanam, que era un cristiano comprometido por los derechos de los pobres, siempre trataba del tema de la justicia, tanto en sus conferencias como en su vida personal, profesional y académica. Al comparar la caridad con la justicia, él decía que «la política solo tiene en cuenta la justicia, que hiere, corta y divide; por el contrario, la caridad tiene en cuenta las debilidades: cicatriza, reconcilia, une y no se contenta mientras haya un mal sin remediar»[3].

Y hoy, para nosotros, ¿qué significa la justicia? Para nosotros, vicentinos, la justicia consiste en cuidar de los pobres, promoviendo los cambios estructurales necesarios en la sociedad actual; por ejemplo: luchando por la justicia social y los derechos de los excluidos. El fuerte sentido de la justicia era una de las principales virtudes de Ozanam, y debe ser obviamente una cualidad esculpida en todos los vicentinos. Federico Ozanam y los demás cofundadores supieron vivir intensamente ese principio y lucharon, con coraje, por la defensa de los pobres, por la justicia social y por la dignidad de los más necesitados.

Notas:

[1]     Mt 5, 1-12.

[2]     Federico Ozanam, en el periódico La Nueva Era, el 31 de mayo de 1848.

[3]     Id.

Renato Lima de Oliveira
16º Presidente General de la Sociedad de San Vicente de Paúl

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