“Bendito seas, Señor, Dios nuestro”
1 Mac 4, 36-37. 52-59; 1 Cron 29; Lc 19, 45-48.
La expulsión de los mercaderes del Templo, que se nos presenta en el pasaje de hoy, nos muestra una cara de Jesús muy sorprendente. Tras haber llorado por Jerusalén, parece contradictorio contemplar, después de aquel momento de ternura, otro de dureza casi inmediato. Los sumos sacerdotes, los escribas y notables del pueblo saben muy bien de qué se trata todo esto y quieren quitarlo de en medio, que no les paralice ni boicotee sus negocios. Jesús une al gesto de expulsar a los vendedores dos referencias de la Escritura: “Mi casa será llamada casa de oración” (Is. 56, 7) y “¿Será un refugio de ladrones esta casa mía sobre la cual se pronuncia mi nombre?” (Jr 7, 11).
El templo es el lugar donde Jesús se dirige al Padre y ofrece su enseñanza. La actividad comercial lo ha desprovisto de su exclusiva misión: El encuentro con la presencia de Dios. Jesús exige un cambio de rumbo: Purificar el templo y conducirlo a su función originaria. Esta era la razón por la que las autoridades del templo buscaban matarlo.
No usemos el templo para nuestros intereses, más bien, formemos la Iglesia que es camino de ≠salvación.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Sor Carolina Flores H.C.
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