“Dame, Señor, la paz junto a ti”
Rom 12, 5-16; Sal 130; Lc 14, 15-24.
Jesús ha sido invitado a comer a la mesa de un jefe de fariseos. Ahí habla del Reino de Dios contando la historia de un banquete.
Los invitados se disculpan. Más que compartir en una fiesta, muestran su interés por sí mismos y sus asuntos. ¡Es difícil escuchar la voz de Dios cuando uno gira sobre sí mismo!
Comprometidos sí, pero no tanto; seguidores de Jesucristo sí, pero no demasiado; ocupados en las cosas de Dios sí, pero no demasiado. Este “no demasiado” nos empequeñece.
El que daba el banquete se molestó porque había sido despreciado. Entonces manda a sus sirvientes para que obliguen a las personas a venir a su fiesta.
Les obliga a que acepten el don del banquete como un obsequio, a que reconozcan que el amor de Dios es el regalo más grande que pueden tener.
La salvación es gratuita. Jesús ha pagado ya la fiesta. De nuestra parte sólo hay que abrir el corazón y poner el esfuerzo que esté a nuestro alcance.
Quienes ponen los propios intereses por encima de los del Reino, quedan excluidos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Sor Carolina Flores H.C.
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