La Hija de la Caridad da una llave al pobre para que pueda entrar en su hospedería

por | Nov 2, 2019 | Benito Martínez, Formación, Hijas de la Caridad, Reflexiones | 0 comentarios

La Hija de la Caridad hospitalaria

Jesús es una hospedería que guarda un mensaje y la Hija de la Caridad es la hospedera que tiene la llave y abre la puerta. Es un mensaje que denuncia las injusticias y propone remedios. La imagen es atrevida, pues la humilde Hija de la Caridad recibe de Dios la llave que pueda abrir la hospedería y se ponga a disposición de los viajeros. El filósofo católico Gabriel Marcel escribe que la persona acogedora es aquella con la que siempre se puede contar, hasta tal punto que el único uso que hace de su libertad es para reconocer que no se pertenece a sí misma, sino a los demás. Y añadía que recibir a uno de fuera es introducirlo en la zona reservada de la intimidad. No se trata de llenar un vacío con una presencia extraña, sino de hacer partícipe al otro de su intimidad. Dar hospitalidad es dar a otros algo de uno mismo.

La hospitalidad no se reduce solo a la acogida del extraño en el hogar o en su ciudad, desde el momento en que lo acoge es responsable de su bienestar. Alojarlo supone aceptar a cada pobre tal como es, bueno o pecador, guste o no, con una disposición que va más allá de simpatías y antipatías. El filósofo judío Lévinas expresa la postura que debiera asumir una Hija de la Caridad: me importa poco lo que el otro sea, es asunto suyo; para mí, él es ante todo aquel de quien yo soy responsable ante Dios.

Una cultura individualista difícilmente ve en el pobre a un semejante de cuyo destino es responsable. Sin embargo, el pobre es un hombre concreto en su fisonomía y en su pobreza, que Dios ha puesto a su cuidado y le está diciendo: te necesito, soy de los tuyos, no huyas de mi piel distinta, no te avergüence mi pobreza, no rechaces mi forma de ser. Una Hermana disponible se hace la pregunta ¿estoy dispuesta a acoger a todo pobre que haya escuchado el mensaje divino que le ofrezco?

San Juan Pablo II decía que “desde el punto de vista del individualismo, actuar «junto con otros», lo mismo que existir «junto con otros», es una necesidad a la que el individuo tiene que someterse. Para el individualista, los «otros» son una limitación; puede incluso dar la impresión de que representan el polo opuesto en una serie de intereses enfrentados; el que pide hospitalidad es un estorbo, alguien que impide «mi derecho a ser yo mismo», es una carga que lastra el propio proyecto personal”. Si se forma una comunidad, su propósito es proteger al individuo del peligro de los «otros». El individualista siente que los otros limitan sus derechos y piensa que no tiene obligaciones, que son los otros los que tienen la obligación de darle bienes y honores y, cuando no los recibe, están conculcando sus derechos. Y aparece el resentimiento amargo por no recibir lo que piensa que merece. Por el contrario, la Hija de la Caridad ofrece su hospedería a los pobres, como a huéspedes puestos a su cuidado.

Los forasteros y migrantes

Hace años ya se decía que la hospitalidad era una obra de misericordia que todos estaban obligados a practicar con sus semejantes, como pueden ser hoy los migrantes. También el Evangelio habla de acoger a los forasteros y dar posada al peregrino. En épocas pasadas, los pueblos contaban con albergues para pobres y transeúntes. Y ante las oleadas de inmigrantes que llegan a España, rebrota una ética de la hospitalidad para que todos abran sus puertas a los demás, sin mirar si son nativos o inmigrantes. El nativo debiera entender que la hospitalidad va más allá de acoger al otro, y que es un conjunto de virtudes que permiten ponerse en la piel del otro, aceptarle como uno más en nuestro espacio y estar dispuestos a compartir con él lo que creemos que es nuestro y que a lo mejor no lo es. Con esa ética podemos hacer de la hospitalidad una vía pacífica hacia la convivencia. La hospitalidad no solamente significa invitar a los demás a tu casa, sino que tiene el significado amplio de que si hoy nos toca ser anfitriones, a lo mejor mañana seremos huéspedes. España es un ejemplo: hace poco era un país exportador de migrantes, y hoy es un país receptor.

Pero también los inmigrantes tienen la obligación de no presentarse como invasores que no se integran en las costumbres del país que los acoge ni respetan su cultura y su religión. Un camino para aplicar la ética de hospitalidad es conocerse los nativos y los inmigrantes, sobre todo musulmanes que forman una gran comunidad en España. También ellos deben aportar bienestar y no sólo reclamar sus derechos, pues también tienen obligaciones, al igual que los nativos. Es evidente que en la actualidad, muchos de diferentes religiones y culturas respetan la diversidad, pero ¿hay alguna religión que quiera dominar el mundo y acabar con las demás religiones? ¿Qué dice la religión islámica de la diversidad y de la igualdad entre el hombre y la mujer? ¿Cómo la ética musulmana de la acogida puede ayudarnos a conocernos y a respetarnos?

La hospitalidad comunitaria

La primera dimensión de la hospitalidad se dirige hacia las Hermanas de comunidad. Ante esta hospitalidad resuenan las palabras de Henri Nouwen, a propósito de la escena evangélica del hijo pródigo. Modernamente alabamos al hijo pródigo y denigramos al hermano que se quedó en casa. Pero ¿por qué no considerar la parábola desde el ángulo del hermano mayor? El hermano mayor también podría haber pensado “veo mi vocación de anfitrión con toda claridad al mismo tiempo que me parece imposible seguir esa vocación. No quiero quedarme en casa mientras todos se marchan. Yo siento los mismos impulsos y quiero correr como los demás ¿Pero quién estará en casa cuando vuelvan cansados, desilusionados o avergonzados? ¿Quién les convencerá de que hay un lugar seguro a donde volver y ser abrazados? Si no soy yo, ¿quién será el que permanezca en casa?”. Yo me quedo, guardaré la casa y les abriré la puerta, cuando vuelvan. Esto también es hospitalidad. Por eso el Padre le dice: Tú siempre has estado conmigo, me has atendido y todo lo mío es tuyo. El hijo mayor pensaba que con el banquete el Padre premiaba la escapada de su hermano.

Existe estrecha relación entre la disponibilidad y la hospitalidad en la amistad, cuando san Vicente decía que la comunidad es un grupo de amigas que se quieren. Las amigas, en especial las Hermanas mayores que se quedan en casa, son hospitalarias con sus compañeras. Su papel parece insignificante, menos relevante que la que sale, pero es quien abre la puerta y mantiene el fuego del hogar. Ella acoge a las Hermanas que han salido a su ocupación, dialoga con ellas, las escucha, las anima, se interesa por su bienestar sin quejarse, las ama y se pone a disposición de todas.

Quien sale al encuentro de la amiga que llama a su puerta, puede comprender que esté alegre o que sufra y quiera volver a la casa del Padre. La amistad, es un regalo precioso que da la comunidad cuando se sabe encontrarla entre compañeras. La persona instalada, a diferencia de la amiga que sale al encuentro, culpará a las personas que no son como ella de muchos de sus males. Una Hermana hospitalaria se esfuerza por ensanchar el corazón para que todas las que están a su lado encuentren en ella palabras de ánimo, miradas de aprecio y brazos que auxilien.

Antiguamente en muchos pueblos las puertas de las casas estaban abiertas. En la actualidad las casas cierran las puertas. La inseguridad ha llevado a trabar puertas, poner cámaras de seguridad y desconfiar del extraño que llama. La puerta cerrada es un símbolo de la sociedad moderna y marca su estilo de vida. La puerta de mi intimidad está cerrada para los extraños. Son pocos los que pueden atravesarla. Pero blindar las puertas de mi intimidad puede hacerla impermeable al amor. Mientras las puertas de las casas están cerradas, las puertas de los comercios y de los lugares de diversión están siempre abiertas.

La imagen que pone el Papa Francisco de una puerta que hay que cruzar para poder encontrar la fe, el amor y el Reino de Dios, aparece en el Nuevo Testamento. Dios toma la iniciativa y llama a la puerta de nuestros corazones: Mira, estoy a la puerta y llamo, si alguno escucha mi voz y abre la puerta entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo (Ap 3, 20). No se puede poner blindaje a la puerta del corazón que impida entrar al Espíritu Santo, especialmente durante la oración. Es lo que llamamos experiencia de Dios. Al abrir la Virgen María la puerta de su interior en aquella aldea humilde de Nazaret, empezó a entretejerse la alianza nueva que Dios tenía preparada para la humanidad. Como ella, una Hija de la Caridad también abre la puerta de su intimidad para que entre Jesús, pero abrirle la puerta a Jesús es abrírsela a los pobres, porque Jesús siempre está encadenado a los pobres. Lo dice él mismo: tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.» (Mt 25, 35s). Las Hermanas se salvarán con los pobres o no se salvarán. Los tienen que cobijar en sus entrañas maternales. No hay nada más opuesto al Espíritu Santo que instalarse, encerrarse. Jesús llama a la puerta de cada persona para que le deje atravesar el umbral de su vida. No tengáis miedo, abrid de par en par las puertas a Cristo decía san Juan Pablo II al inicio de su pontificado. La llave que abre la puerta del corazón para que entren Jesús y los pobres es la compasión que tuvo María, cuando el ángel le comunicó que su anciana pariente iba a tener un hijo. San Lucas dice que María llena del Espíritu Santo se puso en camino con rapidez. La Hija de la Caridad debe asumir aquella bienaventuranza que el Espíritu puso en labios de Isabel y que resuena a lo largo de la historia: Feliz tú, por haber creído que mi Señor se aposentaría en ti. Los pobres cruzan el umbral de la puerta de una Hermana y entran en su vida, cuando la identifican con Jesús, porque se ha revestido de sus mismos sentimientos (Flp 2, 5).

P. Benito Martínez, CM

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