La fidelidad es difícil encontrarla en la sociedad. Hay personas que abandonan su trabajo por otro mejor pagado, con mejores condiciones o de más categoría. Y hay políticos que cambian de ideología y de partido porque les aporta más beneficios. Sin embargo, la lealtad es necesaria en la sociedad y en las comunidades. El mejor regalo que pueden ofrecerse familiares, amigos y compañeros de trabajo es ser leales, mantener la confianza, no criticarse cuando las cosas se tornan difíciles, no alejarse por sentirse decepcionado o herido, permanecer a su lado aun cuando choquen, no aislarse ni guardar silencio por sentir que no son valorados, participar en la vida social, familiar o comunitaria, pase lo que pase, contra viento y marea. Eso es fidelidad, lealtad.
En cualquier relación familiar, comunitaria o laboral no se puede prometer que no habrá desilusiones, que nunca se lastimará la amistad, que no se chocará ni se ofenderán. Pero, si no se abandona, las heridas se curan, y con el tiempo, incluso la amargura puede trocarse en amor. El mejor don que se pueden hacer los miembros de la Familia Vicenciana es la promesa de intentar ser leales. Aunque seamos débiles, todos podemos prometer que intentaremos superar la decepción, el malestar o la ofensa. Pero no vale prometer con la condición tácita de ser fiel y leal mientras no me decepcionen o no me hieran. Con esta premisa, no hay amistad que sobreviva, porque es imposible vivir y trabajar juntos sin decepcionarse alguna vez. El amor hacia los compañeros permite que los tropiezos sean superados por medio de la comunicación.
La fidelidad a la vocación
Toda persona que viene a la vida trae el objetivo de dar gloria a Dios y extender su Reino en la tierra, pero cada uno de forma distinta, de acuerdo con su personalidad y las situaciones familiares y sociales que envuelven su existencia. Es lo que llamamos su vocación. Y la fidelidad es permanecer fiel a su vocación, a una forma concreta de vida, de acuerdo con la invitación de Jesús a seguirle y a continuar su misión. La invitación es clara, pero genérica: “El que quiera seguirme”. Y la respuesta también debe ser clara, pero no genérica, desencarnada; la respuesta está condicionada por circunstancias personales, familiares y sociales, ya que Dios manifiesta su voluntad a través de las realidades creadas por él para que cada hombre encuentre la felicidad. Al ser un llamamiento genérico, un hombre concreto puede dudar de cuál sea la voluntad de Dios. Dios respeta la libertad del hombre y acepta como voluntad suya la respuesta que dé, sea la que sea, célibe, casado, sacerdote, religioso, si la da de buena fe, de acuerdo con la razón, con su condición familiar y con las costumbres de la sociedad en que vive, sabiendo a qué se compromete y con la decisión de cumplir sus obligaciones.
La fe no es simplemente un asentimiento firme de que Dios existe, es, además, un compromiso a una forma de vida concreta. Y como la salvación de los pobres es primordial para la gloria de Dios y la extensión de su Reino, toda vocación debe preocuparse por el bienestar de los pobres. Tener fe significa vivir considerando a los pobres como hermanos y ayudarlos en sus necesidades. La fidelidad a su vocación en un vicenciano incluye servir a Dios en los pobres con un espíritu humilde, sincero y cordial, cambien o no las circunstancias sociales, y sin un salario, aunque hoy día el trabajo esté remunerado. A lo largo de la vida, los vicentinos trabajan desinteresadamente al lado de seglares y personas consagradas, pero ellos se sienten vinculados a un grupo concreto de personas que forman la Familia Vicenciana.
San Vicente de Paúl siempre fue fiel a los pobres. Cuentan que durante la Revolución francesa una muchedumbre asaltó la casa de los padres paúles y al entrar en la iglesia se encontraron con la tumba de san Vicente. Recordando al santo que tanto había luchado en favor de los pobres, la muchedumbre se descubrió la cabeza, se arrodilló y cogiendo el ataúd a hombres, lo acompañaron en silencio a una casa vecina con todo el respeto. Luego volvieron y desvalijaron la casa y la Iglesia. Aquellos pobres tenían el sentimiento de que san Vicente fue fiel a los pobres, que los consideró seres humanos e hijos de Dios, cuando los pobres habían dejado de creer en ellos mismos. Si en tu funeral alguien dice eso de ti, es que has sido fiel a tu vocación, aunque muchas veces las cosas no hayan ido bien. Lo que esos revolucionarios indicaron sobre el sacerdote Vicente de Paúl fue que la palabra fidelidad a los pobres significa precisamente confiar en ellos, sin criticarlos cuando tienen algún fallo, ayudarlos para que mejoren y manifestarles confianza y respeto, aunque no compartan la misma fe o las mismas ideas.
Ser leales cuesta
Ser fieles a un compromiso cuesta, y más en la época en que vivimos. Los tratados internacionales los hacen los Estados poderosos para obligar a los débiles, pero ya no los cumplen ni los Estados pequeños. Los políticos han generalizado el ambiente de promesas electorales no cumplidas, el matrimonio ya no conserva la aureola de fidelidad de antaño y se considera como un contrato al que cualquiera de las dos partes puede encontrar motivos para romper, y la libertad individual lleva a considerar los compromisos como algo relativo que las circunstancias pueden invalidar.
Fiel es el vicenciano que no falta a su compromiso de ser lo que debe ser, uniendo tradición y creatividad. Tradición para que cada rama vicentina sea la que fundaron san Vicente, santa Luisa y el beato Ozanam. Pero ser fiel no a todo el pasado, sino a lo que aún sirve para los tiempos presentes. El vicentino que se empeña en ser fiel a todos los compromisos anteriores, valgan o no valgan para hoy, se convierte en un fanático o en rutinario. Si fuera fiel a los desaciertos, su fidelidad se llamaría terquedad; si se empeñara en ser leal a cosas sin importancia, sería mezquindad u obstinación. El Espíritu Santo señala que debe permanecer invariable el compromiso de servir a los pobres material y espiritualmente. También tiene que permanecer el espíritu vicenciano, aunque haya que interpretar a la luz del Espíritu Santo qué dirección llevan hoy la humildad, la sencillez, la tolerancia y la caridad. La organización de los grupos debe acomodarse a las situaciones actuales de acuerdo con el Espíritu vicenciano y el servicio apropiado a cada época y lugar. El Espíritu Santo da luces para discernir lo que aún vale de la tradición y lo que debe ceder ante la creatividad. Desoírlo es ir contra la voluntad de Dios.
La lealtad en la vida comunitaria
La fidelidad discierne “cómo responder de manera nueva a las llamadas de los pobres de hoy”. Esta “manera nueva de ayudar a los pobres de hoy” se centra en la cooperación del grupo, ya que el servicio individual es insignificante si no forma equipo con otras personas. La colaboración exige ser leales y confiar unos en otros. Y no solo por la eficacia, los vicentinos colaboran en equipo porque aman a los pobres, a los compañeros de trabajo y a otras asociaciones y quieren que también ellos sean fieles a su misión. La lealtad es una llave que abre la puerta a confiar que un compañero estará a nuestro lado siempre que lo necesitemos.
Hay vicentinos que después de los años vuelven la vista atrás y ya no sienten las heridas ni las amarguras que formaban parte de su vocación. Todo ha quedado purificado con el tiempo. Con frecuencia se observa esta fidelidad en compañeros que ya son mayores y han tenido momentos difíciles. El simple hecho de tener que tratarse mutuamente durante años, los ha llevado a un rico entendimiento mutuo, por encima de las diferencias.
P. Benito Martínez, C.M.
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