La fidelidad de las Hijas de la Caridad

por | Sep 14, 2019 | Benito Martínez, Formación, Hijas de la Caridad, Reflexiones | 0 comentarios

Las Hijas de la Caridad sirvientas, no criadas

El origen de las Hijas de la Caridad es sencillo. Comenzaron por ser las mujeres que servían en la Cofradía de Caridad fundada por Vicente de Paúl y compuesta por señoras de categoría y de dinero. En muchos casos sustituyeron a dos empleadas asalariadas que trabajaban en las Cofradías, y en las ciudades, a las criadas de las señoras a las que enviaban a hacer trabajos de limpieza y a cuidar a algunos enfermos sin recursos. Las empleadas y las criadas de las señoras lo hacían por un salario, esas otras mujeres lo hacían gratis, por amor de Dios, por vocación. Eran conocidas como las chicas, las sirvientas de las Caridades[1]. Santa Luisa decía: “No hemos sido llamadas por Dios más que para socorrer a las Damas en el servicio de los pobres; y por ello, no somos más que las sirvientas de unas y de otros” (c. 588).

En pocos años se fueron independizando de las Damas y los fundadores se convencieron de que eran sirvientas de los pobres más que de las Cofradías. Claramente se lo explicó san Vicente a las Hermanas en varias conferencias. Con el paso de los años y el cambio de la sociedad ya no son sirvientas ni de las Caridades ni de los pobres. Aún hoy día, sólo por servir a los pobres se hacen Hijas de la Caridad, pero la mentalidad moderna y las estructuras laborales impiden que se las considere sirvientas. Para la gente son monjas y para la Iglesia (CDC. cán. 731s) pertenecen a una Sociedad de Vida Apostólica que se asemeja a una institución de vida consagrada (C. 1 y 16). No obstante, ellas se sienten sirvientas de los pobres y pretenden ser fieles a este sentimiento de acuerdo con la disposición que describía san Pablo a los cristianos de Corinto: “Por tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se exige a los administradores es que sean fieles”[2]. Postura que las especializa en servir con humildad y sencillez, como cualquier sirvienta de la sociedad, y con caridad, como una enviada de Dios, o con tolerancia, mansedumbre y cordialidad, concretaba santa Luisa de Marillac (E 108).

La sociedad actual

Ser fieles a un compromiso cuesta, y más en la época en que vivimos. Los tratados internacionales los hacen los Estados poderosos para obligar a los débiles, pero ya no los cumplen ni los Estados pequeños. Los políticos han generalizado el ambiente de promesas electorales no cumplidas, el matrimonio ya no conserva la aureola de fidelidad de antaño y se considera como un contrato al que cualquiera de las dos partes puede encontrar motivos para romper, y la libertad individual lleva a considerar los compromisos como algo relativo que las circunstancias pueden invalidar.

Fiel es la Hermana que no falta a su compromiso de ser lo que debe ser, uniendo tradición y creatividad. Tradición para que la Compañía siga siendo la que fundaron san Vicente y santa Luisa. Pero ser fiel no a todo el pasado, sino a lo que aún sirve para los tiempos presentes. Cuando una Hermana se siente obligada a cambiar, no ha roto la fidelidad, sino que ha comprendido. La lealtad ahora se llama comprensión y no versatilidad.

Comprender que aún es actual la entrega radical en castidad, pobreza y obediencia que hicieron a Dios en el pasado y renuevan todos los años. Santa Luisa exclamaba alborozada: “¡Cómo quiero a mis queridas Hermanas por dar tantas pruebas de fidelidad a su vocación!”. Y desafiaba a las Hermanas a “que se animasen unas a otras en la fidelidad a su santa vocación” (c. 170, 468). De tal manera deben ser fieles a su vocación que no pueden desfallecer, aunque las abucheen o las tengan “en mal olor”, y ella se sentía curada de sus enfermedades al conocer la fidelidad de sus hijas que se consideraban felices por cuidar a tantos enfermos pobres (c. 713, 533). Y temiendo que rompieran su estilo de vida contagiadas de la vida que llevan los seglares, afirmaba que, si no perseveran en la fidelidad, la Compañía no puede subsistir[3]. Siendo una anciana y preparando lo que diría en la conferencia que iba a dar san Vicente “sobre la conservación de la Compañía”, puso como último medio ser fieles en “adquirir el Espíritu de la Compañía mediante la práctica de la humildad, sencillez y verdadera caridad” (E 81).

Es cierto que evolucionan el ambiente que las rodea y los lugares donde viven; y aunque la persona siga siendo la misma, ha modificado el valor que da a las cosas. El Espíritu Santo señala que debe permanecer invariable la entrega a Dios en pobreza, castidad y obediencia para servir a los pobres material y espiritualmente. También tiene que permanecer en vigor el espíritu vicenciano, aunque haya que interpretar a la luz del Espíritu Santo qué dirección llevan hoy la humildad, la sencillez y la caridad. El estilo de vida personal y comunitaria, así como la organización de la Compañía, deben acomodarse a las situaciones actuales de acuerdo con el Espíritu de la Compañía y el servicio apropiado a cada época y lugar. Santa Luisa decía que el Espíritu Santo da luces para discernir lo que aún vale de la tradición y lo que debe ceder ante la creatividad[4]. No escucharle es terquedad. Pero sólo se debe cambiar cuando el Espíritu de Jesús comunica que es obligación cambiar en conciencia. Desde los comienzos de la Compañía santa Luisa recomienda la fidelidad a la voluntad divina (c. 7, 694), manifestada hoy en las Constituciones, Estatutos, Asambleas, Normas Generales o Provinciales. Y, temiendo que la Compañía desapareciera, le escribía a san Vicente “que se redactara por escrito la manera de vida… Y para que cada una la conozca se podría hacer lectura de ello todos los meses… Y como en la Compañía siempre habrá espíritus poco cultivados y como la repetición de actos termina en costumbre, sería necesario que a cada artículo acompañara una explicación de la intención con la que se ha escrito” (c. 374).

La fidelidad y la renovación de las Hijas de la Caridad

Un día una mujer, movida por el Espíritu Santo, hace a Dios la entrega de su persona y de su vida para servir a los pobres en humildad, sencillez y caridad, y lo renueva todos los años. Renovar encierra un doble sentido: hacer de nuevo algo que se había agotado, es decir, permanecer, y el de hacer nueva una cosa que ya estaba deteriorada, es decir, perseverar, continuar haciendo. El sentido de hacer de nuevo encierra el compromiso de no abandonar. La renovación propiamente no es de la entrega, que la hizo para siempre, sino de los votos que hace por un año y va unido al compromiso de fidelidad en un acto de religión, por el que las Hijas de la Caridad quieren que su castidad, su pobreza y su obediencia sean un acto de culto divino, obligándose a ser leales y permanecer en la Compañía toda la vida. Con esta condición fue admitida, de lo contrario no la habrían aceptado (c. 490). “Para seguir siendo miembro de la Compañía, las Hijas de la Caridad tienen que hacer los votos y renovarlos a su debido tiempo” (C. 40c). En este sentido la Hija de la Caridad renueva el compromiso de permanecer toda la vida en la Compañía; es un compromiso de fidelidad. Aunque cada año renueve, no queda en libertad de poder marcharse. Ciertamente es libre todo el año, pero ella se comprometió para toda la vida. Así lo decía santa Luisa: “Es suficiente hacer esta ofrenda por un año y renovarla todos los años” (c. 354). Lo cual supone que la obligación y el derecho que tuvo la Hija de la Caridad de hacer los votos por un año, los tiene de renovarlos toda la vida. A quien no da muestras evidentes de permanecer, no se le concede los votos ni se la admite en la Compañía. “No recibimos a ninguna joven que no tenga intención de vivir y morir en la compañía”, le aseguraba Luisa de Marillac a la Gran Princesa, esposa del Gran Condé (c. 541).

El motivo que pone Luisa de Marillac para renovar los votos de año en año es parte del dinamismo de la vida espiritual de las Hijas de la Caridad. Es lo que, con respuesta afirmativa esperada, preguntaba a las Hermanas de Richelieu: “¿No pensáis que esto le será muy agradable a Nuestro Señor, pues recobrando, al cabo de un año, la propia libertad, aún se puede hacer con ella un nuevo sacrificio?” (c. 354). Y es la idea que la machacaba desde que conoció a Vicente de Paúl y en 1657 lo plasmó en unos Ejercicios, preguntándose: Si ya pertenezco a Dios “por su único ser y por la creación que son los dos fundamentos de mi pertenencia, me he visto pertenecerle también por la conservación, que es el sostén de mi ser y como una creación continua”, ¿qué sentido tiene entonces, volverme a entregar en la renovación de los votos? Y concluye que lo que entrega es la “voluntad libre”. ¡Qué maravilla “que la criatura esté de tal manera unida a Dios que vaya a la par de su Creador en lo que le concierne”! (E 98).

El segundo sentido de renovar es hacer nueva una vida ya gastada y hay que rehacerla, hay que perseverar viviendo el estilo humilde y sencillo propio de la Compañía. Se puede sentir la tentación de abandonar por los enigmas de la persona y de la vida que quiere convencen que a los pobres se les puede servir siendo seglar, pero la fidelidad al compromiso de servir a los pobres no se encamina solo al hecho material de servirlos, se orienta en tres direcciones: fidelidad en servirlos corporal y espiritualmente; fidelidad en servirlos con humildad, sencillez y caridad, y lealtad para servirlos viviendo en comunidad. La entrega del primer día supuso el compromiso de vivir en comunidad de tal manera que las Hermanas vivan unidas y en paz, como amigas que se quieren. Este es el problema crucial en la perseverancia. Como siempre, santa Luisa va a lo concreto y resume la fidelidad en perseverar viviendo “una cordial tolerancia de unas con otras, en la condescendencia, docilidad y buena concordia” (c. 176, 420).

Muchas veces santa Luisa escribe a sus hijas que vivir la fidelidad es costoso y difícil porque cercena la libertad personal[5], y explica que para ser fiel a una forma determinada de vida y de servicio es preciso mortificarse, no con penitencias exteriores, sino por medio de la “sumisión que nace de una verdadera y sólida humildad”. A pesar de todo, piensa que, si la Hermana es humilde, sencilla y está dominada por el amor, la fidelidad es posible, porque ya no se fundamenta en el esfuerzo humano, sino en la confianza que le da el Espíritu Santo como un don gratuito. Este es el motivo por el que la fidelidad de las Hijas de la Caridad es una fidelidad alegre, porque en esta alianza que Dios hace con ella, aunque falle la Hermana, él es fiel y misericordioso y nunca fallará.

Porque las Hermanas pueden fallar, aunque quieran ser fieles y llevar una vida de acuerdo con el programa de Jesús. Una puede ir atrasándose lentamente y dejar pasar el tiempo sin entregarse de una manera decidida. Es la infidelidad de quien se instala. Otra se va renovando con devoción, pero se para de vez en cuando y vive la consagración de una manera rutinaria, sin ambición. Otra avanza de mala gana y lleva una doble vida, como si estuviera arrepentida de haber hecho el compromiso de seguir a Jesús. ¡Cómo le dolían a santa Luisa sus infidelidades! Un día la llevaron a lamentarse ante San Vicente: “Soy indigna de las disposiciones de la divina Providencia de la que su caridad me hace el honor de advertirme para sacarme de mis infidelidades” (c. 143).

Fidelidad en buscar la santidad sirviendo a los pobres

Ante todo, las Hijas de la Caridad tienen que ser leales al Espíritu de la Compañía, el Espíritu Santo que se fía de ellas y ellas confían en él. San Pablo escribía: “que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige a los administradores es que sean fieles” (1Co 4, 1-4). Y santa Luisa exigía que “las Hermanas deben amar mucho su vocación, la práctica de sus reglamentos y demostrar con su conducta que quieren adquirir, o lo tienen ya, el espíritu de la Compañía, que es humildad, sencillez y caridad” (E 74).

Esto supone ser fieles en buscar la santidad. “Trabajad todas -decía santa Luisa- por adquirir la perfección y la fidelidad que Dios pide de vosotras”; “dígale que mi corazón es enteramente como ella lo desearía en el asunto sobre el que me ha escrito, y que sabe bien que la quiero y que deseo que sea una gran santa por la fidelidad que debe a Dios en la mortificación y desprendimiento de todas las cosas, para llegar al puro Amor que él le pide” (c. 160, 451). Él es el Espíritu Santo, pero “depender del Espíritu Santo es dejarle crear en ella la semejanza con Cristo, manso y humilde de corazón. Este espíritu evangélico es el que, según san Vicente, debe animar a la Compañía” (C. 18). La fidelidad de una Hermana consiste en ser fiel a Jesucristo, como “los Fundadores lo descubren: Adorador del Padre, Servidor de su designio de Amor, Evangelizador de los pobres” (C. 8), o sea, humilde y sencillo por amor.

Los pobres piden a las Hijas de la Caridad que sean fieles a su Espíritu cuando los sirven[6]. Pero ser fieles al Espíritu de la Compañía se reduce a ser auténticas. Cuando es fiel a las exigencias humildes de su condición de sirvienta, no de criada, es auténtica, si obra según la misión que ha asumido por amor, es responsable y, si es leal a la vida que debe llevar y al servicio al que se ha comprometido, es fiel a su vocación. Más de cuarenta veces santa Luisa expresaba ser fieles a Dios y a su vocación, y preguntaba: “¿No es razonable que, pues Dios nos ha distinguido llamándonos a su servicio, nosotras le sirvamos en la forma que a él le agrada?” (c. 249). Pero también afirmaba que la fidelidad comprende firmeza en perseverar: “No dudo de que cada una ha pensado hacer el propósito de ser en adelante su fiel sirvienta renunciando más que nunca a ella misma” (c. 276). A una Hija de la Caridad se la considera fiel en la actualidad si acep­ta el compromiso que hizo en el pasado con intención de seguir cumpliéndolo en el futuro. Es la perseverancia de la que felicitaba a Sor Margarita Chétif el día de la Renovación, a pesar de las pruebas dolorosas en el servicio (c. 630). ¡Cómo le agradaba a Luisa de Ma­rillac recordar momentos felices de su vida y qué dolores sentía con recuerdos de ingratitud e injusticias! Pero asumía su vida pasada. Recordar algunos años del pasado de su hijo le causaba dolor, pero lo aceptaba (c. 311, 143). También una Hermana tiene que asumir su pasado que la ha hecho lo que es. Y de su vida pasada, la entrega que hizo de servir y vivir en humildad, sencillez y caridad es una parte esencial que no puede suprimir. Si suprime la entrega, no sería lo que es, y debe mirarla con gratitud sobrenatural.

Perseverar en su estilo de vida y servicio tiene por base la humildad y también la pobreza: “¿No seríamos unas ruines criaturas, si el amor a nosotras mismas, el apego a esto o aquello nos impidiera esta perseverancia tan necesaria e importante?” La pobreza vicenciana se apoya en la humildad y en la sencillez de tener que pedir sin engaño los permisos que impiden comportarse como dueña de las cosas. El voto de pobreza de las Hermanas se centra en pedir permiso para usar los bienes propios, igualándolas a los pobres que no pueden usar de los bienes porque no los tienen. Y ellas, como si no los tuvieran, pues no pueden usarlos sin permiso de los superiores que nunca se lo darán para beneficio personal.

P. Benito Martínez, CM

Notas

[1] En francés la palabra usad es fille que, además de “hija”, significa muchacha, soltera, sirvienta…

[2] 1Cor 4. 1-2. Santa Luisa escribe en una carta: “Ya que sois de nombre Hijas de la Caridad y sabéis que la verdadera caridad lo ama y lo soporta todo, hasta las contradicciones y repugnancias más difíciles, espero que la practiquéis, pero no lo podréis hacer si no habéis sido fieles a la práctica de todas las advertencias puestas en vuestros pequeños reglamentos” (c. 249).

[3]c. 475, 559, 587, 692; E. 101, 108.

[4]c. 263, 300, 321, 332, 500.

[5] c. 7, 33, 49, 211, 226,  321, 332, 383, 435, 517, 540, 561, 609, 638, 649…

[6] Santa Luisa manifiesta las ideas de este párrafo en las c. 33 y 540. Aunque algunos escritores han pretendido fechar la carta 33 hacia 1640, pienso que ambas fueron escritas hacia 1656. Ver c. 186, 271, 533.

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