Para renovar la Compañía de las Hijas de la Caridad, renovar el Espíritu

por | Ago 31, 2019 | Benito Martínez, Formación, Hijas de la Caridad, Reflexiones | 0 comentarios

La semana pasada ponía como reflexión los cuatro componentes de la identidad de las Hijas de la Caridad: entrega a Dios, espíritu propio, servicio a los pobres y vida comunitaria. Esta semana propongo meditar sobre el espíritu propio que distingue a la Compañía de otras congregaciones y le da dinamismo para ayudar a los pobres, viviendo en comunidad.

El espíritu en una sociedad en cambio

Las Hijas de la Caridad están atentas a rejuvenecer el carisma y el Espíritu que anima el servicio y la vida comunitaria. Rejuvenecer no cuadra con la postura pesimista de que no hay solución, ni con la actitud de autodefensa, de echar las culpas de los males a la sociedad moderna. Rejuvenecer tampoco indica volver al pasado para que las Hermanas vivan aspectos de una vida que ya no sirve y desanima a las jóvenes a entrar en la Compañía. Rejuvenecer es poner la vida personal y comunitaria en odres nuevos, aunque exija esfuerzo y dé miedo emprender un nuevo camino. El odre nuevo que pide el Espíritu se encuentra en la respuesta a tres preguntas: ¿Permitimos al Espíritu Santo que transforme la Compañía? ¿Qué transformación? ¿Cómo hacerla? Preguntas que se desmenuzan en otras tres: ¿Dónde estamos? ¿Cómo estamos? ¿A dónde queremos ir? Responder exige atreverse a discernir qué hay de verdad y de mentira en la vida de una Hija de la Caridad.

La sociedad sigue siendo dual, pero no los dos bloques tradicionales de pobres y ricos, sino la gran masa de excluidos y todos los demás. Y la Iglesia ha llegado a la conclusión de que no se puede seguir a Cristo ni evangelizar si no se atiende a los marginados. La Iglesia estaba en profunda crisis de identidad, hundida en escándalos y sin horizontes para las jóvenes generaciones. Y ha encontrado un líder mundial. El papa Francisco es hoy el personaje más admirado del planeta. Con unos pocos gestos simbólicos, ha logrado una revolución religiosa y política que empieza a resonar más allá de la Iglesia. También las Hijas de la Caridad pueden hacer una revolución en la Compañía como la hicieron los fundadores. No que hagan lo que hicieron ellos, que acaso ya no valga, sino que asuman la misma inspiración que tuvieron ellos para seguir a Cristo.

El Concilio Vaticano II indicó a las instituciones de Vida Consagrada dos exigencias ineludibles: dedicarse a liberar a los pobres y hacer tal cambio en sus estructuras y en sus objetivos que parezca una refundación. Las Instituciones que las cumplieron recibieron un impacto tan tremendo que se llenaron de una vitalidad desconocida hasta entonces. En las Hijas de la Caridad, la opción por los pobres era su única razón de ser y llevaban en esa misión varios siglos. El servicio de los pobres no podía servirles de choque de revitalización, pues habían hecho el descubrimiento de servir a Jesús en los pobres en el mismo momento de su fundación. Pero eso implicaba el peligro de la monotonía de varios siglos en la misma tarea. Sin embargo, todas las instituciones se desgastan y envejecen, necesitando, de tiempo en tiempo, un shock que las despierte del letargo; también las Hijas de la Caridad. Y para ellas no puede ser el servicio corporal y espiritual de los pobres, que no les es nada nuevo y porque, desde el Concilio Vaticano II y la Teología de la Liberación, la opción por los pobres se considera común a toda la Vida Consagrada, a la Iglesia y a la humanidad entera. El shock que las despierte tiene que ser revitalizar el espíritu propio.

Da la impresión de que los vicencianos nos habíamos adueñado de los pobres como propiedad exclusivamente nuestra y nos sentíamos la élite en su liberación. Sabíamos que otras entidades también iban a los pobres, pero las Hijas de la Caridad se identificaban con la frase «nosotras a todos los pobres y solo a los pobres». Su distintivo era la universalidad y exclusividad a los pobres. Pero, si hay otras congregaciones que también se dedican exclusivamente a los pobres, ya no puede ser el distintivo de las Hijas de la Caridad. Su distintivo solo puede ser el espíritu propio, la manera de servir a los pobres. Lo decía san Vicente: «Hay muchas compañías que hacen profesión de asistir a los pobres como vosotras, pero no de la manera que lo hacéis vosotras» (IX, 533).

El Espíritu de la Compañía, la manera de vivir y de servir al pobre, en humildad sencillez y caridad, es el distintivo de las Hijas de la Caridad, lo que hace que sean Hijas de la Caridad. Y tiene máxima importancia en la época actual, porque el fenómeno de la globalización lleva a la uniformidad mundial en economía, costumbres, cultura, religión y vida social, aportando a la humanidad las dimensiones positivas de sentirse todos solidarios. Las migraciones extienden por los pueblos la integración y la asimilación, aún de las religiones. Sin embargo, también se va perdiendo la singularidad de cada pueblo, región y nación, matando su identidad y marcando peligrosamente a las congregaciones consagradas una uniformidad de vida. Es el peligro que corre la Compañía, la de quedar uniformada a otras congregaciones, si no revitaliza su espíritu.

Porque las Hijas de la Caridad no son religiosas, son seculares. La secularidad de las Hermanas consiste en que sus estructuras no las impidan servir a los pobres «con la libertad que les da la ocupación de ir a diversos lugares», decía santa Luisa (E 62), o como se lo grabó san Vicente, teniendo «por monasterio las casas de los enfermos, por celda un cuarto de alquiler, por claustro las calles de la ciudad». No pueden estar enclaustradas dentro de un muro, aunque sea de tradiciones o de normas. Cada vez más se relacionan con seglares, y con asociaciones e instituciones civiles y religiosas. No será raro, en los próximos años, que tengan que servir a los mismos pobres unidas a seglares y a otras congregaciones. Es lo que la Exhortación Apostólica Vida Consagrada, llama “misión o vida compartida”. Quieran o no, les llega el contagio y la asimilación, no sólo en la forma de trabajar, sino también en el estilo de vivir.

Será enriquecedor trabajar al lado de otras congregaciones, pero encierra el peligro de perder el espíritu propio. Sería mortal, recalcaba san Vicente: «Mientras la caridad, la humildad y la sencillez estén entre vosotras, se podrá decir: ¡La Compañía aún vive!; pero cuando estas virtudes ya no se vean, se podrá decir: ¡La pobre Caridad ha muerto! Más valdría que no hubiera Hijas de la Caridad si no tuvieran estas virtudes. Quien os vea, tiene que conoceros por esas virtudes» (IX, 536s). Y santa Luisa escribía que la Compañía, para no desaparecer, debe esforzarse en adquirir su espíritu mediante el amor a Nuestro Señor y la práctica de la humildad, sencillez y caridad (E 81).

El espíritu, el servicio y el estilo de vida

Las Hijas de la Caridad deben definir su papel en la sociedad y en la Iglesia del tercer milenio, y saber qué vida deben llevar y «la manera de asistir a los pobres» en una sociedad nueva que en poco se parece a la anterior. Actualizar el espíritu será el impacto que las despierte y las haga creativas para encontrar maneras más actuales de ayudar a los pobres de las periferias.

El Espíritu es el principio de identidad que diferencia a las Hijas de la Caridad de otras Instituciones de Vida Consagrada, pero también la fuerza vital que dinamiza el servicio, la vida de comunidad y la oración a través de las virtudes de humildad, sencillez y caridad. San Vicente explica que el espíritu vicenciano es el mismo espíritu que animaba a Jesús, es decir, el Espíritu Santo: «¿Cómo se entiende esto? ¿Es que se ha derramado sobre ellas el mismo Espíritu Santo? Sí, el Espíritu Santo, en cuanto su persona, se derrama sobre los justos y habita personalmente en ellos. Cuando se dice que el Espíritu Santo actúa en una persona, quiere decirse que este Espíritu, al habitar en ella, le da las mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo en la tierra, y éstas le hacen obrar, no digo que con la misma perfección, pero sí según la medida de los dones de este divino Espíritu» (XI, 411). Las Hijas de la Caridad, de todas las disposiciones y virtudes que el Espíritu Santo revistió a Jesús, han escogido, como manifestación del espíritu, la humildad, la sencillez y la caridad (C. 13). Santa Luisa consideraba estas virtudes un tanto teóricas para sus hijas y las desmenuzó en otras tres virtudes: «La mansedumbre, la cordialidad y la tolerancia deben ser la práctica de las Hijas de la Caridad, como la humildad, la sencillez y el amor a la humanidad santa de Jesucristo que es la perfecta caridad, es su espíritu» (c. 420). Para santa Luisa una Hija de la Caridad será humilde, si se manifiesta tolerante, y será sencilla, si actúa sin engaño, mientras que demuestra su caridad siendo dulce y cordial. Y añade que, si el espíritu de la Compañía es el de Nuestro Señor, cuando el pobre descubra en las Hermanas el Espíritu de Jesús, las identificará con él. Más importante que descubrir a Cristo en los pobres es que los pobres descubran a Cristo en la Hija de la Caridad y la identifiquen con él (c.114; E 98).

Servir a los pobres con ese espíritu ha creado en las Hijas de la Caridad un estilo y una fisonomía que se identifica con su vocación. La gente las ha considerado como “monjas” buenas, sencillas, entregadas en alma y cuerpo a los más necesitados, a los que muchos seglares tenían reparos en atender, porque su servicio parecía repugnante y estaba mal pagado. Y esto desde los primeros tiempos, cuando exigían a las jóvenes adquirir el espíritu de la Compañía.

En la actualidad los gobiernos locales y nacionales están institucionalizando o controlando la sanidad, la educación y la labor social. Los seglares están ocupando los puestos que desempeñaban las religiosas de tal manera que parece que ya nada tienen que hacer en la sociedad, a no ser el de ser signo y testimonio del Reino de Dios en la tierra, que fue para lo que nacieron en la historia. Pero las Hijas de la Caridad no fueron fundadas para ser signo, aunque lo sean; su nacimiento fue exclusivamente para servir a Jesús en los pobres. ¿Tienen que morir, entonces, pues toda obra en favor de los necesitados ya está cubierta por instituciones civiles? No, si se instalan en los lugares o en las obras de pobres excluidos a los que no llega ni atiende el Estado, si en las obras verdaderamente de pobres y sometidas a la dirección de las instituciones dan a los pobres, junto al servicio material, el espiritual, y si humanizan el servicio con la impronta de su espíritu de humildad, sencillez y caridad.

En cualquiera de estas tres orientaciones son clave las tres virtudes de su espíritu. La humildad, como destrucción de la autosuficiencia, la sencillez, como sinceridad en una colaboración auténtica y en una vida sin engaño ni doblez, y la caridad, que se manifiesta por medio de la acogida, la cordialidad y la dulzura en el trato y las palabras. Hoy ya no vale ser sirvienta de los pobres, porque sirvienta se identifica con criada o empleada de hogar por un salario. Hoy la Hija de la Caridad asume ser amiga de los pobres por amor, en igualdad y con sinceridad.

Recuperar la identidad

La renovación a la que se sienten llamadas las Hijas de la Caridad sea cual sea su edad, su puesto y servicio, tienen que comenzarla ya, profundizando en las actitudes de Cristo “hacia los humildes y oprimidos” (C. 22a). En el servicio a los pobres, las técnicas y los medios son importantes, pero no prioritarios; lo esencial es el espíritu que llevan cuando los sirven. El espíritu de Jesucristo, el modo de servir en humildad, sencillez y caridad las capacita para dar nuevas respuestas a los problemas nuevos de la sociedad.

Revestirse del Espíritu de Jesús es pensar como Jesús, sentir como él, amar como él, vivir como él, compadecernos de los que sufren como él. Revestirse del Espíritu de Jesucristo en esta época significa vivir la humildad tolerando las diversas opiniones de los otros; significa vivir la sencillez siendo auténtica Hija de la Caridad sin engañar ni fingir; significa vivir la caridad compadeciéndose de los pobres sin importar el lugar o el puesto que ocupa, porque a todas se las invita a colaborar en la tarea de dejarse transformar por el Espíritu. Lo primero que se aprende de Jesús no es doctrina, sino su manera de ser, de amar, de confiar en el Padre y de preocuparse por los seres humanos.

Para vivir el espíritu propio, dice el Papa Francisco, tiene que haber lío en las comunidades. El lío de saber acoplar tradición y creatividad, austeridad e inculturación. Porque vivir en comunidad no es broma, es algo muy serio. Es tu forma de vivir, como la familia lo es para otras personas, y en esa forma de vivir encontrar la felicidad.

P. Benito Martínez, CM

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