El sacerdote argentino Pedro Opeka, misionero en Madagascar (África), viajó a Roma (Italia) para dar testimonio de su experiencia como misionero y sensibilizar al mundo sobre la posibilidad de erradicar la pobreza. «¡Los pobres me han evangelizado!», exclamó.
«Todos en esta Tierra, en este planeta hemos de ser hermanos, ayudarnos los unos a los otros. No puede ser que en este mundo que hay tantas riquezas haya un millar de personas que viven con el hambre en el estómago, es una injusticia que grita el cielo».
El Padre Pedro, quien vive en Madagascar desde hace más de 40 años, nos recuerda que «es todo un continente el que sufre, África y Madagascar».
«Yo levanto la voz y grito ¡basta!, basta de discursos, ¡tenemos que obrar, tenemos que actuar y ayudar al continente que tiene hoy millones de niños que están en peligro y que mueren por razones por las que no deberían morir!».
«Mi mensaje es de solidaridad, compartir lo que tenemos, porque las riquezas que tenemos nos han sido dadas para compartirlas, porque lo que yo no necesito se pierde, hay un proverbio indio que dice eso, ¿por qué guardar algo si hay un hermano que lo necesita?».
El Padre Pedro asegura que se puede vencer la pobreza imitando a Jesucristo: «yo puedo decir hoy, es posible vencer la pobreza, es posible devolver a los pobres su dignidad de hijo de Dios», «vivo en medio de un pueblo pobre, que vivía en la extrema pobreza, y con dignidad, con fe, con compasión, nos levantamos de esta pobreza extrema», concluyó.
La historia del Padre Opeka
Pedro Pablo Opeka nació en Buenos Aires, Argentina en 1948, sus padres Luis Opeka y María Marolt, eran inmigrantes eslovenos que llegaron a Argentina en enero de 1948 huyendo del comunismo instalado en Eslovenia.
A los 18 años ingresó en el seminario de la Congregación para la Misión de San Vicente de Paul, en San Miguel (Argentina), y dos años más tarde viajó a Europa para estudiar filosofía en Eslovenia y teología en Francia, estuvo dos años como misionero en la Congregación en Madagascar.
En 1975 fue ordenado sacerdote en la basílica de Luján (Argentina), y en 1976 regresó a Madagascar, donde ha permanecido hasta nuestros días.
Al ver la situación de indigencia y pobreza que reinaba en Antananarivo, la capital del país, sus suburbios, y especialmente los basureros donde la gente vivía en casas de cartón y los niños se disputaban la comida con los cerdos, decidió hacer algo por los pobres.
En el año 1990 fundó con la ayuda de a un grupo de jóvenes, la Asociación Humanitaria Akamasoa –que lengua malgache significa «Los Buenos Amigos» –, para servir a los más necesitados.
Con ayuda del exterior y el trabajo de la gente de Madagascar, comenzaron a fundar pequeños poblados, escuelas, dispensarios, pequeñas empresas y hasta un hospital.
Hoy día, son cinco poblados donde viven cerca de 3 mil familias, representando una población estable de más de 17 mil personas, de las cuales el 60 por ciento son niños menores de 15 años. Unos nueve mil 500 chicos estudian en sus colegios y se da trabajo a unas tres mil 500 personas en la Asociación.
Hasta la fecha, más de 300 mil personas han pasado por su Centro de Acogida.
Tomado de AciPrensa
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