Las Hijas de la Caridad son signo de innovación en la sociedad

por | Ago 15, 2019 | Benito Martínez, Formación, Hijas de la Caridad, Reflexiones | 0 comentarios

La vocación en la sociedad moderna

Muchas jóvenes se sienten atraídas por Jesucristo y por los pobres, pero no por la vida religiosa, a la que pertenecen, se­gún ellas, las Hijas de la Caridad. Para ellas, las Hijas de la Caridad ya han cumplido su misión en la historia.

La sociedad actual rechaza a Dios y considera ridículo entregar la vida a un ser que no existe. Rechaza asimismo una sociedad sagrada propia de una época pasada. Lo sagrado debe estar al margen de las instituciones y de la vida social, aunque se acepte una religiosidad en la vida privada. El Estado se ha convertido en una nueva Iglesia donde los laicos sustituyen a los religiosos, la técnica a lo sobrenatural, la profesión a la entrega consagrada y la acción social a la caridad.

El hombre vive pendiente de la comodidad, de que no le falte nada, de flotar en la abundancia y, si es joven, de sentir placeres abundantes, fuertes y rápidos sin sacrificarse. Su ideal es no negarse nada de lo que apetece, pues bueno es lo que es bueno para él. Su libertad es la norma de conducta con tal de no hacer daño a nadie y se ha convertido en una moda hacer el bien a los desfavorecidos a través de las ONG.

Ante una sociedad y unos hombres que se sitúan como propietarios de los logros obtenidos, ante el egoísmo que se cobija en el miedo a perder lo conseguido y ca­da día busca más sin dejar oportunidades a los débiles, la Hija de la Caridad es testigo de que el Espíritu divino actúa en ella como fuerza de choque y de innovación para cambiar la sociedad y las familias, aunque ella materialmente salga perdiendo.

Las Hijas de la Caridad, aunque asuman sin quejarse los sacrificios que entraña el servicio a los pobres, están pendientes también de los bienes materiales necesarios para liberar a los pobres y gozar ellas mismas del progreso. Pero hay peligro de destrozar la entrega a Dios que siempre encierra el sacrificio de tomar la cruz. A causa del ambiente en el que viven, es fácil que el sacrificio se debilite en la vida comunitaria y, cuando se presenta, la respuesta pueda ser una queja. Una espiritualidad de la dicha y de la felicidad también aquí en la tierra y para todos, aún para las Hijas de la Caridad, es buena, pero una espiritualidad que no subordina la dicha material del hombre a la salvación íntegra del pobre, no impacta, y si el servicio a los pobres no es signo de innovación y fuerza de choque, se esfuma. Aunque ser feliz es esencial en la vida de todos los hombres, las Hijas de la Caridad son felices haciendo felices a los pobres.

Ruptura y vinculación, exigencia de la innovación

Ante el testimonio de las Hijas de la Caridad, la joven experimenta la misma sensa­ción de rechazo o seguimiento que sintieron los judíos delante de Jesús y se convierte en la gran batalla de las jóvenes modernas, pues seguirle supone destrozar los tres ídolos que habitan en su interior. El ídolo de su personalidad que quiere ser alguien en la vida y deben transformarla en otra nueva que las convierta en unas mujeres distintas entregadas a los pobres. Es una muerte de la propia personalidad para resucitar a otra nueva y se necesita mucha humildad. El seguimiento no es a una doctrina, sino a una persona, a Jesús, que las transforma.

El segundo ídolo son las comodidades modernas y la libertad que gozan las jóvenes. Tienen miedo a soltar amarras hacia lo desconocido, a las exigencias de una vida consagrada en favor de otros que son pobres. A veces se quiere vivir las ventajas del mundo dentro de la vida consagrada. Es un engaño. Se necesita sencillez.

El tercer ídolo es el prestigio humano y les da vergüenza manifestar delante de la sociedad que ella ha decidido seguir a Jesús, es el miedo a que la sociedad la catalogue de débil y se burle de ella, es el martirio moderno, como lo definía san Vicente, y que sólo puede ser superado por la caridad.

Para ser fuerza de choque innovadora, se requiere una ruptura, no sólo de los bienes materiales o espirituales, sino de la mentalidad. La forma de vivir en la Compañía es el modo peculiar de comprender y seguir a Jesús, haciendo visible y testimonial el carisma vicenciano que induce a seguir a Jesús hasta la cruz, sirviendo a los pobres en humildad, sencillez y caridad desde la comunidad fraterna, asumiendo el celibato y contentándose con lo necesario para vivir.

La historia de las Hijas de la Caridad es vivir como fuerza de choque innovadora por amor a Dios que está en los pobres. La joven que se hace Hija de la Caridad sigue a Jesús hasta la cruz, y la cruz más cruel es vaciarse del espíritu propio y asumir el Espíritu de Jesús que “no vino a ser servido, sino a servir y a dar la vida en rescate de muchos” (Mc 10, 45). Para ello intenta conocer sus propias cualidades y la realidad social desde donde va a iniciar el choque innovador. Este conocimiento le da una autonomía que la hace capaz de decidir por sí misma la opción que va a tomar, aunque tenga que pedir consejo a personas que la ayuden a discernir y a responsabilizarse de su decisión.

Presencia testimonial y apostólica

El testimonio viviente de una Hija de la Caridad delante de un enfer­mo, anciano, niño, insertada en medio de las jóvenes que la ven, constituye un signo y un impacto privilegiado de la presencia de Cristo y su evangelio, pero el impacto más penetrante lo da la comunidad, el grupo de Hermanas entregadas a los pobres. La Compañía no existe en la Iglesia para responder de una manera general a muchas necesidades materiales, cubiertas por las instituciones públicas o privadas, pero sí como innovadora de una presencia de Dios y de su actuación en favor de los pobres. Y da igual el puesto que ocupe cada Hermana, lo que impresiona es el grupo.

Algunas Hijas de la Caridad han considerado la comunidad como el lugar donde se autorrealizan las personas. Su ideal es encontrar un grupo de amigas que se dan el afecto, maduran su personalidad y quedan satisfechas su libertad y sus necesidades. La comunidad les ayuda a madurar como mujeres en un ambiente de paz, clave para poder servir a los pobres. Otras Hermanas prefieren una comunidad realizada en el servicio que lleva a colocar sus viviendas en medio de los pobres. El ideal comunitario para estas Hermanas no es la realización personal sino servir más eficazmente a los pobres.

Ambos ideales comunitarios tienen sus ventajas y sus contrapartidas. El primer ideal conlleva el peligro de convertir la comunidad en una residencia llamada estufa o nido, donde se vive al calor del hogar. En el segundo ideal aparece el peligro de convertir la comunidad en una empresa que distribuye el trabajo entre sus operarias según la titulación y la eficacia de cada una. Su razón de ser es la actividad que domina a las personas. Y la razón de existir la comunidad parece más instrumental que vivencial.

Ninguno de los dos modelos ha dejado satisfechas a las Hermanas. El primero porque puede deslizarlas hacia la vida conventual y el segundo porque les parece que el aspecto de trabajadoras anula su ser de consagradas. Ante las jóvenes aparecen las primeras más como religiosas observantes que como Hijas de la Caridad, y las segundas, más como trabajadoras eficaces que como sirvientas consagradas. Unas y otras, insatisfechas por su desajuste existencial, buscan dar una nueva imagen de su forma de vida.

El carisma no puede anular la idea de que, estén donde estén, las Hijas de la Caridad siempre serán signo del Reino de los cielos. Pero las Hijas de la Caridad no fueron fundadas para ser signo, aunque lo sean, sino para honrar a Nuestro Señor Jesucristo, sirviéndole corporal y espiritualmente en los pobres, si no se quiere destruir la Compañía y fundar otra distinta de la que fundaron Vicente de Paúl y Luisa de Marillac.

Algunos escritores están divulgando la imagen de “parábola”: Había una comunidad en la que las Hermanas se amaban como amigas sinceras y voluntariamente vivían la pobreza para mejor servir a los pobres; tenían dificultades, problemas y encuentros dolorosos y lloraban, porque eran débiles, pero se soportaban con mansedumbre y un corazón limpio. A pesar de las contradicciones querían encontrar la felicidad en la comunidad y ayudarse mutuamente a lograrla, y así demostraban que Dios es amor, que es un Padre que nos ama tanto que envió a la tierra a su Hijo lleno de amor hasta dar la vida para salvarnos. Guiadas por el Espíritu Santo, las mujeres que habitan esta comunidad se dedican a servir a unos pobres a los que nadie quiere. Y presentan a la humanidad un proyecto de vida y de acción capaz de convulsionar el mundo, de transformarlo y de hacer una nueva creación. Con su entrega de seguimiento a Jesús demuestran que hacer una nueva sociedad es posible, si todos se sacrifican en solidaridad con los pobres. Es lo que Jesús llamó implantar en la tierra el Reino de Dios donde también a los pobres se les trate con justicia, amor y paz. Para lograrlo más eficazmente se reunen a vivir en una comunidad. Tienen presente el Proyecto Provincial y están al servicio de la diócesis y de las parroquias en su colaboración de anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, con tal de que la Iglesia no quiera dedicarlas a ministerios contrarios a su carisma. El obispo no puede convertirlas en otra cosa que no sea Hijas de la Caridad con el carisma que el Espíritu Santo dio a san Vicente y a santa Luisa para fundar una fuerza de choque que despertara y empujara a anteponer, en favor de los pobres, la justicia, la solidaridad, la tolerancia, la mansedumbre, el sacrificio y la pobreza. Con esta opción por los pobres y su mundo, esas mujeres se sienten felices.

Tensión entre los dos aspectos de la parábola

La tensión entre los dos aspectos de la parábola es continua en las comunidades de Hijas de la Caridad. Reflejo de la tensión entre actividad y contemplación, entre el descanso y el tiempo para los demás. Muchas Hermanas con una aplicación envidiable a un trabajo agotador en bien de los pobres, se han confundido y han terminado siendo unas trabajadoras en perjuicio de su consagración. Se han confundido igualmente en la interpretación de la palabra responsable, considerándola exclusivamente con relación a los pobres hasta un heroísmo sangrante y sacrificado, y se han olvidado de ser responsable con ellas mismas, abandonando el descanso y la recreación. Han olvidado que santa Luisa les decía que la eucaristía y la recreación son los dos puntales que sostienen la vida comunitaria. Y la recreación, que siempre ha sido insustituible en la comunidad vicenciana lleva peligro de quedar anulada por la libertad individual.

Es urgente dedicar en los Proyectos comunitarios un tiempo para el descanso y el esparcimiento; hay que lograr un tiempo para la sana diversión que alegra el corazón y borra las penas, si no se quiere destrozar la salud perjudicando a los pobres; hay que tener tiempo para el ocio, si no se quiere desquiciar la sicología, presentando ante los pobres a una Hija de la Caridad cansada; hay que encontrar tiempo para hablar a los demás, acogerlos, escucharlos y dialogar. Porque las penas y los sufrimientos de los pobres, que ansían ver que son amados y escuchados para sentirse valorados, hay veces que únicamente se curan con la conversación.

P. Benito Martínez, CM

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