La Compañía
A las jóvenes que seguían los pasos de Margarita Naseau, Vicente de Paúl las enviaba a casa de la señorita Le Gras para que las preparara y las colocara en una Caridad. Con la ayuda de un eclesiástico, en poco tiempo quedaban preparadas en lo más indispensable para servir a los pobres. A veces, comenzaban con unos días de retiro. Luisa de Marillac se convirtió así en el centro de acogida, de formación y de distribución, creándose cierta relación entre las jóvenes y la santa, y de pertenencia a no sabían qué, pero que las unía en el mismo ideal. San Vicente contempló la relación y, al hablar con santa Luisa, las llama sus hijas.
A las primeras Hermanas, que entraban y salían como si se apuntaran a una asociación seglar cualquiera, les costó seis años comprender que la Compañía era una institución a la que se pertenecía gracias a una vocación divina. Sor Maturina Guérin cuenta que a menudo oyó decir a la señorita Le Gras que en los comienzos las jóvenes venían en gran cantidad, pero que permanecían poco tiempo y que ella sufría mucho al ver tanta diversidad de caras (D 822). A lo largo de la historia la Asociación de estas jóvenes fue tomando una identidad propia que impactó a la sociedad.
En España hasta finales del siglo XX, para el pueblo las Hijas de la Caridad se dedicaban a acoger a los pobres que no podían pagar su salud o su educación o no tenían con qué sostenerse, y los organismos civiles les entregaban los establecimientos de beneficencia. Algunos decían que por ser empleadas baratas, eficientes y sacrificadas. Su servicio era considerado una obra social y se las dispensaba de numerosos impuestos. En el año 2005 se les concedió el premio de la Concordia del Príncipe de Asturias. Al abundar el trabajo, sus puestos en la beneficencia eran considerados de poca categoría con salarios bajos y en quehaceres con algún aspecto desagradable[1].
Hoy todo ha cambiado. Los puestos de trabajo en las instituciones nada tienen de repulsivo, son seguros, están bien pagados y son apetecidos por los seglares. Hasta hace poco la gente en paro veía a las Hermanas como unas competidoras. Hoy no; las instituciones no las necesitan, ya que su salario se iguala al de otras operarias seglares que trabajan tan eficazmente como ellas, y sus puestos de trabajo son ocupados al instante. Si aún dirigen algunos establecimientos, por lo general privados, es debido a que son eficientes. Ante el nuevo orden laboral, las Hijas de la Caridad han asumido las directrices que les daba Luisa de Marillac: Ir a los pobres a los que no llegan otras instituciones, humanizar el servicio con su espíritu y preocuparse por el servicio espiritual[2].
Formación en valores humanos
Para cumplir con dignidad estas tres directrices necesitan una formación capaz de igualar, y aún superar a la de las compañeras seglares en lo humano, en lo espiritual y en lo profesional. La formación primordial es la humana (E 70). Sin valores humanos ni las Hermanas ni los pobres llevarán una vida digna. Encauzar los valores humanos de las jóvenes que se presentaban fue la primera labor a la que se dedicó Luisa de Marillac nada más fundar la Compañía. Sor Maturina Guérin cuenta cómo eran aquellas jóvenes y las dificultades que tuvo santa Luisa para formarlas “por la rusticidad de la mayor parte de ellas que era contraria a su espíritu; no obstante su repugnancia, nunca las rehusó, sino que para ella se reservaba a las más toscas” (D 946). Tan faltas de finura estaban que, a los dos o tres meses, en un momento de agotamiento se quejó a su director, quien le respondió: «En cuanto a lo que me dice de ellas, no dudo de que son tal como me las describe; pero hay que esperar que se vayan haciendo y que la oración les hará ver sus defectos y las animará a corregirse» (I, 305). Todavía al final de su vida, está preocupada por la formación humana de sus hijas: “Dígame si, al trabajar en el servicio externo, su interior se ocupa en velar sobre sí misma para vencer sus pasiones negando a los sentidos lo que les puede llevar a ofender a Dios. Sin esto las acciones exteriores, aunque sean para servir a los pobres, no pueden agradar mucho a Dios” (c. 722). Y cuando redacta el Reglamento de la Directora del Seminario insiste en la formación humana: «El principal cometido de esta Hermana es velar por las Hermanas nuevas, examinando durante los primeros ocho o quince días sus temperamentos y disposiciones naturales. Y dialogará con la Superiora para ver juntas en que podrán ser más apropiadas y más necesario ejercitarlas» (E 48, 108; c. 716, 721).
En la conducta humana influyen el componente genético y el ambiente. Aunque la carga genética predispone hacia una conducta sin determinarla inexorablemente, es el ambiente el que más impacta en la formación. Los tiempos actuales han modificado el concepto de valor humano. Hoy día se lleva ser demócrata y estar abierta a todas las corrientes, pues todo es relativo. Las jóvenes que entran en la Compañía viven esta dinámica que poco a poco va penetrando en Hermanas con más años de vocación.
La formación, obra de la Hermana
“La formación es, ante todo, la acción de Dios presente en el corazón de la persona que él mismo ha llamado. Es, después, obra de la propia Hermana, en su deseo de fidelidad creciente a la vocación”, dice la C 51a, y santa Luisa tiene frases de contenido parecido: “El Espíritu Santo daba el testimonio de la verdad de la divinidad y humanidad perfecta de Jesucristo, para que sus discípulos pudieran formarse según sus acciones santas y divinas”, “alabo a Dios que ha mejorado la salud a Sor Micaela a quien ruego que la emplee bien para el servicio del prójimo y para trabajar en formarse en las máximas de las verdaderas Hijas de la Caridad”, “entre tanto, espero que Dios nos conceda la gracia de que se vayan formando las recién llegadas” (E 98, c. 371, 450). Ella y san Vicente tenían un plan de formación que lo aplicaban día a día[3] en una formación de personalización, y poniéndoles los cauces de la formación de asimilación, a través de la Compañía y de las compañeras que estaban a su lado. Hoy, a través de los escritos de los fundadores y los documentos de las Asambleas y de los Superiores Mayores.[4]
Siguiendo a Jesús cuando afirmaba que el árbol bueno da buenos frutos y el malo los da malos, el primer paso para formarse una Hermana es conocer y aceptar sus cualidades y limitaciones, pues, como decía santa Luisa, nosotras no tenemos mayor enemigo que nosotras mismas (c. 260). Para que no sea una formación individualista, los sicólogos y sociólogos insisten en una interacción social, de acuerdo con lo que decía Ortega y Gasset de que yo soy yo y mis circunstancias. Entre las circunstancias se encuentran las personas que la rodean dentro de su historia familiar y social. Asumiéndolas construye su proyecto personal con optimismo, pues toda persona guarda más positivo que negativo, más posibilidades de formarse que peligros de deformarse.
Hacia dónde dirigir la Formación humana
“La formación humana trata de desarrollar todas las dimensiones de la persona, de educar el juicio crítico, base de una conciencia recta, y de actualizar los conocimientos profesionales” (C 52b), de acuerdo con las directrices que san Vicente daba a santa Luisa sobre la formación de las primeras Hermanas: “Será conveniente que les diga en qué consisten las virtudes sólidas, especialmente la mortificación interior y exterior del juicio, de la voluntad, de los recuerdos de la vista, del oído, del habla y de los demás sentidos; de los afectos que tenemos a las cosas malas, a las inútiles y también a las buenas, por amor de Nuestro Señor, que las ha utilizado de ese modo” (I, 305). Control del juicio, de la afectividad y de los sentidos, sin destruir los gozos materiales. Dios quiere que los gocemos con la condición de no hacer daño a los demás. Dios impone a los hombres el proyecto de hacer felices a todos en una sociedad llamada Reino de los Cielos, cuyo camino enseñó Jesucristo, y san Vicente resumía en vaciarse del espíritu propio y revestirse del espíritu de Cristo a través de las virtudes de humildad, sencillez y caridad o, como decía santa Luisa, de tolerancia, mansedumbre y cordialidad[5].
Santa Luisa proponía a una Hija de la Caridad que pusiera “sus faltas delante de los ojos [mente], sin excusarse, porque nada puede ser causa del mal que hacemos sino nosotras mismas. Excite [corazón] en su corazón un gran amor por nuestra querida Sor Luisa y, a la vista de la misericordiosa justicia de nuestro Dios, échese [acción] a sus pies y pídale perdón por sus sequedades y por la pena que le ha causado, prometiéndole, con la gracia de Dios, amarla como Jesucristo quiere” (c. 15). Hay que humillar el amor propio, dialogar y aceptar a los demás, comprendiendo los motivos de sus actuaciones, no vaya a ser que “elevándose por encima de lo que son, se hagan las suficientes en su empleo” (c. 394). La humildad lleva a respetar y a tolerar los criterios de los demás.
A una Hija de la Caridad no le basta ser una analista certera de las situaciones de los pobres, como en un laboratorio. Necesita la afectividad; que se le remuevan las entrañas, se compadezca de ellos y pase a su bando para sentir como ellos y asumir su soledad y pobreza. La formación de la afectividad es difícil, pero imprescindible, porque en la voluntad es donde reside la naturaleza de la persona, aclaraba santa Luisa[6]. San Vicente decía: “estáis destinadas a representar la bondad de Dios delante de esos pobres enfermos” (IX, 915). Exigencia que modernizó san Juan Pablo II cuando en mayo de 1997 escribía a la Superiora General, Sor Juana Elizondo, la vocación de las Hijas de la Caridad es la de ser el rostro de amor y misericordia de Cristo.
Pero hay que actuar si se quiere ayudar a los pobres a salir de la pobreza. Y para no ser consideradas una simple ONG, deben dirigir la formación humana a revestirse del espíritu vicenciano. Lo señala santa Luisa en cartas y en meditaciones, cuando insiste en la autenticidad, la sinceridad y la sencillez que producen la confianza y el respeto a la persona para no quedar destruida por la máquina (E 101).
Madurez humana
Unas Hermanas adquieren la madurez a una edad y otras en años distintos, unas pueden alcanzarla en algunos aspectos y en otros, no. Una Hija de la Caridad adquiere la madurez cuando sabe controlar los avatares de la vida y da a las cosas y a los sucesos la importancia que tienen en la realidad. Llega a la madurez mental cuando asume una conciencia moral de lo que hace bien o mal sin buscar falsas razones para tranquilizar la conciencia. La madurez mental favorece una convivencia tolerante que capacita para relacionarse amigablemente con las personas. Llega a la madurez afectiva, cuando se deja amar limpiamente. Quien no recibe amor queda anquilosado y quien no lo da destroza su personalidad. La madurez afectiva destruye el infantilismo, si sabe imponer, le decía san Vicente a santa Luisa, la vigilancia, la prudencia y la renuncia. Ni la cautela excesiva de otros tiempos ni la libertad exagerada de una parte de la sociedad actual. La madurez afectiva da generosidad hacia los otros, hombres o mujeres. El potencial activo en una Hija de la Caridad madura camina equidistante de dos extremos peligrosos: el activismo materialista y el espiritualismo angelical.
Luisa de Marillac en el Consejo del 11 de junio de 1654 manifestó que nunca alcanzaremos una formación completa, y espantada de las condiciones que san Vicente exigía, le dijo: “Padre, es muy difícil encontrar Hermanas que tengan todas las condicio-nes que usted dice”. “Mire, Señorita, dice el santo, es menester que las tengan, o que les falte muy poco… Padre, dijo la señorita, si encontrásemos personas que diesen esperan-za de adquirir con el tiempo esas disposiciones, creo que no estaría mal” (X, 810).
La Hija de la Caridad tiene en cuenta que su formación humana es sobrenatural porque, al ser creada nunca podrá prescindir de la referencia a su creador. Santa Luisa lo creía y lo vivía: “Considerando que soy de Dios por su Ser único y por la creación, que son los dos fundamentos de mi pertenencia a él, he visto que le pertenecía también por la conservación que es el sostén de mi ser y como una creación continua” (E 98). Dios ha creado al hombre, será su fin y le atiende durante la vida por medio del Espíritu Santo si no le ofrece resistencia (E 87), y a él debe acudir por la oración como soporte.
Las Hijas de la Caridad también están referidas a la comunidad, al lado de otras mujeres, Hijas de la Caridad como ella, cada una con su temperamento y sus aspiraciones personales. Avanza por dos carriles que la formación unifica: servir a los pobres viviendo en una comunidad de amigas que se quieren. Una formación humana acertada logra que la alegría en la comunidad dulcifique la dureza del servicio y que la desilusión en el servicio no malhumore la vida de comunidad.
Y está referida a los pobres. La Hija de la Caridad necesita confiar en ellos y conocer cómo son ellos y su mundo. “Le he dicho a la Hermana que está en Saint-Germain, escribía santa Luisa a san Vicente, que no podemos tener en la casa personas descontentas y que desedifiquen a las otras Hermanas, que si quiere continuar, debe cambiar, y que no pretenda ir a servir a los pobres al menos por varios años” (c. 38). El pobre solamente será ayudado si somos sensibles a su realidad.
La Hermana ciertamente necesita una formación también técnica y esto en justicia, como escribía santa Luisa a la esposa del Gran Condé: “permítame, señora, que le diga que dos motivos impedirían que tuviese usted de inmediato la satisfacción que desea: uno, que hace falta mucho tiempo para preparar a las jóvenes, tanto por lo que se refiere a su formación personal, como para que aprendan lo que necesitan saber para servir a los pobres” (541). Pero la Hermana se forma para ser una sirvienta de los pobres y no una funcionaria.
P. Benito Martínez, CM
Notas:
[1] Benito MARTÍNEZ, “Dinámica socio-institucional de las Hijas de la Caridad en el País Vasco y Navarra (s. XX)” en Joseba INTXAUSTI (Ed.), Historia de los Religiosos en el País Vasco y Navarra. Actas del Primer Congreso de Historia de las Familias e Institutos Religiosos en el País Vasco y Navarra. (Arantzazu, 24-28 de junio de 2002) (Eusk. Cast. y Franc.), Arantzazu E. F., Oñati 2004, pág. 999-1011.
[2] Es una idea muy repetida en santa Luisa, E 55, 108; c. 129, 426 y 436.
[3] “No crea que es poco trabajo tener que probar a tantos espíritus tan diversos y perder tanto tiempo y tantos años empleados en servirlas para formarlas y que luego la flaqueza nos las lleve (c. 293).
[4] Ver GARRIDO Javier, Qué es Personalización. Para educar y evangelizar hoy, Frontera-Hegian, Gasteiz/Vitoria 19922. ID. Comunidad y Personalización, Frontera-Hegian, Gasteiz/Vitoria 19942; AYESTARAN Sabino, Crecimiento personal en la comunidad. Esquemas para un diálogo comunitario, Frontera-Hegian, Gasteiz/Vitoria 1995.
[5] Modernamente se está dando mucho auge a esta formación de sensibilidad humana, llamada “inteligencia emocional”. Véase Daniel GOLEMAN, Inteligencia emocional, Kairós, Barcelona, 1996.
[6] MARTINEZ Benito, La Señorita Le Gras y santa Luisa de Marillac, CEME, Salamanca 1991, p. 131s.
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