Hch 15, 1-2. 22-29; Sal 66; Ap 21, 10-14. 21-23; Jn 14, 23-29.
“Me voy, pero volveré”
En su discurso de despedida, Jesús hace algunas observaciones. Los mandatos legados a sus seguidores anteponen siempre el amor. El Señor permanece en nosotros, con la condición de que lo dejemos actuar, de que nuestro cuerpo y nuestras acciones sean movidas por su Espíritu, pues somos morada de Dios, él habita en nosotros.
Una segunda idea: Nos advierte que no perdamos la paz, no nos turbemos ante las situaciones de conflicto y violencia. Muchas veces creemos más en el mal, y anulamos el bien. Creemos que los buenos nunca triunfarán y sólo quien se aproveche de los demás saldrá victorioso. Pero Dios no quiere la injusticia, sino la justicia que acompaña y construye la paz.
Por último, saber que vendrá de nuevo, quizá no en un sentido físico, pero volverá en esa presencia viva y transformante que es el Espíritu Santo, el Espíritu que hace nuevas todas las cosas y que renueva la faz de la tierra.
Que ese Espíritu nos renueve y nos convierta en fieles seguidores de Jesús, entusiastas constructores del Reino, con todas sus implicaciones, hasta sus últimas consecuencias.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Seminaristas del Seminario Mayor Vicentino de Tlalpan, Cd. de México
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