Jer 11, 18-20; Sal 7; Jn 7, 40-53.
“Jamás hombre alguno habló como este hombre”
Los guardias que habían sido enviados por los sacerdotes y los fariseos a detener a Jesús, quedan fascinados al escucharlo. Llevaban lanzas, espadas, cadenas para sujetarlo… todo lo rindieron ante Jesús y regresan con las manos vacías. Ante los reclamos de sus jefes sólo pudieron decir: “Nadie ha hablado como ese hombre”.
¿Y cómo hablaba Jesús? Sabemos que no lo hacía con elevada elocuencia, que no usaba ningún truco de oratoria para impresionar a sus oyentes, ni citaba a famosos escritores en sus discursos. Hablaba sencillo, usaba muchas imágenes y comparaciones que entendían bien los pastores, los campesinos, los pescadores, las amas de casa.
¿Y de qué hablaba Jesús? Hablaba sobre todo del amor de Dios y del proyecto que tiene para el mundo.
Hablaba de algo nuevo que estaba naciendo, algo pequeño como una semilla de mostaza, pero que iba a ser capaz de transformar el mundo como un tsunami de paz, de justicia y de esperanza para todos, pero sobre todo para los pobres.
No sabemos qué sucedió con esos guardias, ni hasta dónde llevaron su asombro por las palabras de Jesús, pero me gustaría preguntarte: ¿Qué efecto causan en ti las palabras del Evangelio? ¿Te llena de fascinación y asombro la sencillez y profundidad de las palabras de Jesús? ¿Te invitan a dejar guiar tu vida por ellas?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Silviano Calderón S., cm
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