Deut 26, 4-10; Sal 90; Rom 10, 8-13; Lc 4, 1-13.
“El Espíritu llevó a Jesús al desierto; ahí fue tentado”
El relato del Evangelio nos presenta las tres tentaciones de Jesús en el desierto, que siguen siendo las tentaciones de nuestro desierto.
En la primera Jesús se niega a usar a Dios para satisfacer su propia hambre, dejando claro que no es lo único que lo alimenta. Yo, ¿Alguna vez en mi desierto, usando el nombre de Dios o pisando a algún hermano, me he aprovechado para satisfacer mis necesidades?
En la segunda tentación, Jesús renuncia a tener “poder y gloria” a costa del sometimiento a alguien que no sea Dios. ¿Cuántas veces yo sí, he decidido someterme a intereses del mundo para obtener algo de poder?
En la tercera tentación, Jesús rechaza el triunfalismo y el éxito fácil, no tentará a Dios. ¿Acaso en mi desierto, algunas veces no he usado su nombre o el de su Iglesia, para conseguir reputación, renombre y prestigio? ¿Y cómo puede vencer el cristiano estas tentaciones? La respuesta la tiene la carta a los Romanos: “Confiesa con tu boca que Jesús es el Señor y cree con tu corazón que Dios los resucitó de entre los muertos”. En el desierto de nuestra vida clamemos con el salmista: “Tu eres mi Dios y en ti confío”..
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: José Luis Rodríguez Vázquez
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