Deut 30, 15-20; Sal 1; Lc 9, 22-25.
“El que pierda su vida por mí, la salvará”
En una reflexión anterior, decíamos que Santo Tomás de Aquino escribía en su Summa Theologiae que somos imagen y semejanza de Dios “en cuanto poseemos la libertad de elegir y tenemos poder sobre nuestras acciones”. Las lecturas de hoy ponen en juego esta capacidad de elección.
En la primera lectura, la dureza del Deuteronomio nos presenta: “Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha […], la bendición y la maldición.”
¿Quién puede elegir la muerte, la desdicha o la maldición? se pudiera pensar. Y sin embargo, muchas de nuestras decisiones están más encaminadas a esto que a la vida y la felicidad.
Curiosamente, es mucho más fácil hacer el mal que el bien. Por eso la propuesta de Jesús no es nada sencilla. Implica que, si lo elegimos a Él, tenemos que renunciar incluso a nosotros mismos, renunciar a querer salvar nuestra propia vida y a perderla por Él para poderla ganar. Tal vez para llegar al supremo grado de Pablo cuando dice: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi”.
Con ese anhelo cantamos con el salmista: “Dichoso el hombre que confía en el Señor”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: José Luis Rodríguez Vázquez
0 comentarios