Hace poco más de dos años, cuando en la Habana se celebraba la Jornada Nacional de la Juventud en sintonía con la JMJ de Cracovia, recibí el anuncio de que la próxima Jornada Mundial de la Juventud sería en Panamá. Recuerdo que en ese momento le dije a un hermano que tenía a mi lado:

—Nos vemos en Panamá —a lo que él me respondió:

—¿Tú crees Migue?

—Si hermano yo tengo fe —le respondí yo y desde ese minuto mi corazón latía más fuerte esperando que llegara el momento.

No es menos cierto que ir a la jornada en Panamá representaba más del 25% de mis salarios íntegros, sin tocar ni un medio. Lo que demuestra que para que un joven cubano pueda asistir a una JMJ hay que tener mucha fe en la Divina Providencia. En aquel momento simplemente me encomendé a Dios y le dije: Si tú quieres yo voy a la JMJ en Panamá. Y ahora no estuviese haciendo esta anécdota si no fuera por tanta gente anónima que se exprimieron los bolsillos para que yo pudiera disfrutar lo que se siente vivir una JMJ.

Cuando recibí la noticia de que iría a Panamá no me lo podía creer. Solo decía cuán grande es mi Dios que se revela a los humildes. Entonces comprendí que Dios tenía un proyecto conmigo. Inmediatamente en Cuba comenzamos con la preparación de los documentos y trámites burocráticos para salir del país, que requeríamos los más de 400 jóvenes a los que Dios nos estaba dando esa oportunidad. Después de más de 6 meses de trámites recibo otro notición, nada más y nada menos que el presidente de Panamá Juan Carlos Varela nos entregaría las visas personalmente durante su visita a Cuba. Para la iglesia cubana esto tenía un buen significado pues no todos los días un presidente hace un hueco en su agenda para conversar con jóvenes cristianos. Después de aquella visita, todos quedamos contentos y con muchas ganas de que llegara el gran día. Y, al fin, después de unos meses preparándonos espiritualmente, llegó el día de volar a por un sueño, la JMJ Panamá 2019. Cuando llegué a Panamá estaba impresionado; era la primera vez fuera de mi Patria, además mi primera JMJ; pero no era yo solo, mis hermanos estaban igual de asombrados. Inmediatamente que salimos del aeropuerto de Tocumén nos llevaron hasta Colón, donde los cubanos pasaríamos la pre jornada. Y aquí comencé a vivir mi JMJ: me tocó hospedarme junto a 3 de mis hermanos en casa de una familia. Por el camino a la casa iba pensando: ¿Y cómo será la JMJ? ¿Y cómo será la familia que me va a hospedar? ¿Y cómo me van a tratar? Para sorpresa mía, mejor familia que la que me tocó no podía tener, me hacían sentir como en casa, me trataban con un amor tremendo, me llevaron a conocer Panamá, se portaron conmigo de una manera excepcional. En tan solo 4 días sentí que eran mi familia panameña y así quedaran grabados para siempre en mi corazón con un amor inmenso como el que ellos nos dieron. Llegada la hora de cerrar la pre jornada y viajar a Ciudad Panamá para la JMJ, no sabía cómo dejar atrás a esa familia, pero en el silencio de la oración pensaba en que ya había vivido un gran regalo del Altísimo en pre jornada, pero que aún faltaba algo más grande, la jornada, eso era lo que me daba fuerzas para la partida. Todos nos fuimos a la jornada con lágrimas en los ojos y el abrazo de los que ya se habían convertido en nuestros familiares panameños.

Ya en ciudad Panamá nos esperaban las Esclavas del Señor que nos abrían las puertas de su colegio, lugar que se convirtió en el hogar de 500 cubanos durante la JMJ. En la JMJ me dejé sorprender por Dios; si en ese momento alguien me hubiese preguntado cuáles eran mis expectativas de lo que iba a vivir le hubiese respondido que ninguna, pues simplemente pedía a Dios que me sorprendiera. Aunque, en el fondo, sí salí de Cuba con la esperanza de abrazar al Papa Francisco y cuando la gente me preguntaba: ¿tú crees de verdad que puedas abrazar al Papa?, yo siempre les contestaba que sí, que todo en la vida es cuestión de fe, y que si yo tenía esta esperanza era porque Dios me iba a hacer ese regalo. Los jóvenes cubanos contamos con la dicha de ser vecinos del Santo Padre, ya que el colegio donde nos hospedaron quedaba justo a 200 metros de la nunciatura apostólica. Ciertamente ya con esto estábamos siendo bendecidos, pues no todos los días se duerme a 200 metros del Papa. Cuando el pontífice estaba llegando a la nunciatura, declaro que mi corazón latía más fuerte, pues pensaba que mi sueño de abrazar al Papa estaba más cerca de cumplirse. En ese momento un sacerdote amigo que tenía al lado me vuelve a preguntar: Migue, ¿tú de veras crees que podrás abrazar al Papa? Yo le contesté como a todos: Padre, todo es cuestión de fe. En ese momento, una monja se sonrió señalándome hacia uno de los autos que estaban en el parking de la nunciatura, el auto tenía un cartel en el parabrisas con la misma frase que yo repetía cada vez que me hacían la misma pregunta: Todo es cuestión de fe.

Ya en ese momento, no me cupo la menor duda de que Dios me estaba hablando. Pero Dios tiene su tiempo de hacer las cosas, porque luego Francisco pasó en su papamóvil y solo sonrió, ni se bajó del coche. Pero, nada, yo me regresé a casa un poco triste pero con fe en que lo que esperaba iba a suceder. Y así fue en la mañana del día 25 de enero, cuando toda la delegación cubana estaba en misa y, justo cuando yo acababa de comulgar, miro para el lado: las puertas de la capilla se abrieron y entró el Papa. De momento se formó una algarabía tremenda, cosa que al pontífice no le gustó para nada pues aún habían personas comulgando, fue entonces cuando nos dio a todos una lección de humildad, se sentó a un costado de la puerta, a esperar a que la misa terminara y luego de recibir su bendición nos echó un buen regaño como para que no lo hiciéramos más. Yo, en medio de todo el bullicio que se formó, supe captar la actitud del Santo Padre y me senté a agradecer a Dios por ese momento y fue entonces cuando supe que ese era el momento para abrazar al Papa. Esperé a que terminara su discurso y ya cuando se iba efusivamente crucé la banca que tenía delante, me colé entre la gente que solo se conformaba con tocarle la sotana y tomarse selfies, y me armé de valor para pasar por encima de los guardias de seguridad, tocarlo por la espalda y decirle: ¡Francisco! Un regalo. Entonces el Papa se viró con una sonrisa y los brazos extendidos para tomar su regalo, lo que él no se esperaba era que el regalo sería mi sombrero panameño, me quité el sombrero y aún sin esperar a que él lo tomara se lo puse en la cabeza, su actitud sí que no me la esperaba, se sonrió y me dijo: Soy el Papa y uso solideo, además de que me han regalado ya muchos sombreros, por eso yo prefiero regalártelo a ti y así podés decir que tienes un sombrero que se ha puesto el Papa. Se quitó el sombrero y muy alegre me lo puso nuevamente en la cabeza, pero esta vez ya no era el mismo sombrero, ya tenía un sombrero bendito por Francisco, como cariñosamente me gusta llamarle. Luego de que él tuviera esa actitud le dije: Yo no puedo irme de Panamá sin abrazar al Papa. En aquel momento me contestó en tono argentino: Y vos que esperas para abrazar al Papa. Y sin dejarme reaccionar abrió sus brazos sonriendo y me envolvió en el abrazo. Confieso que yo no lo quería soltar, pero el Papa me dijo que tenía prisa por ir a confesar a los presos y entonces fue un abrazo rápido porque sabía que había gente que lo necesitaba más que yo. Inmediatamente de que su Santidad saliera de la capilla todo quedó en un silencio absoluto y, entre lágrimas, mi comunidad de JMV me envolvió en un gran abrazo al que luego se sumaron hermanos, amigos, sacerdotes, religiosas y hasta obispos cubanos. Después de aquel gran abrazo corrí a abrazar al sacerdote que, a las afueras de la nunciatura, me había preguntado si yo estaba seguro que abrazaría al Papa, él con cara de fiesta exclamó: lo lograste, Migue. A lo que le contesté de nuevo con la misma frase: Todo es cuestión de fe. Al final, todos los cubanos terminamos cantando a nuestra madre la Virgen de la Caridad, a la que todos le habíamos consagrado nuestro viaje. Luego, cuando ya iba a salir de la capilla, me detuve justo en el lugar donde abracé al Papa, miré hacia el lado y lo que estaba allí era el Santísimo, entonces me acerqué, caí de rodillas y, llorando de emoción, tuve un rato de oración en el que sólo decía a Jesús: Gracias, Gracias…

La jornada para mí fue un regalazo de Dios en la que viví momentos emocionantes que marcaron mi vida de fe para siempre, como fueron las misas en donde se podía escuchar el evangelio en varios idiomas, el dar la paz todos los días a un hermano que no conocía, compartir la fe con hermanos del mundo entero. El verme rodeado de cristianos, cosa que me hacía sentir que no estaba solo. La feria vocacional, las confesiones, la vigilia y muchos otros momentos que si me pongo a escribirlos y a contar la experiencia de cada uno, no tendría para cuando acabar, ni siquiera me alcanzaría el espacio de mi computadora para almacenarlos; simplemente son momentos que sólo se guardan en el corazón. Pero, indudablemente, si me tengo que quedar con algunos´, me quedo con tres momentos:

El primero, lo resumo con la palabra Familia y es que, como ya dije al principio, me fui de Panamá dejando en Colón a una familia que me acogió como se acoge a un hijo. El segundo lo resumo con la frase: Todo es cuestión de fe, y ya se sabe porque Dios me demostró que con la fe se puede volar muy alto, se puede llegar a Panamá, se puede vivir una JMJ, se puede conseguir una familia fuera de la que ya él nos da, se puede conseguir un montón de amigos, pero sobre todo se pueden cumplir sueños como el mío: abrazar al Papa. Y el otro momento lo resumo con la palabra Comunión, porque esto fue lo que viví en la vigilia rodeado de miles de jóvenes compartiendo la fe, con mi bandera cubana bien en alto, con la compañía del sucesor de Pedro y arrodillado delante de una custodia impresionante con la forma de María, que mostraba en sus manos al verbo encarnado, al Señor de los Señores, a Jesús sacramentado.

Por eso, hoy, como joven cristiano y cubano que por obra y gracia del Espíritu Santo viví la JMJ, me atrevo a invitar a otros jóvenes a no flaquear en la fe, a luchar por sus sueños, porque todo sueño, por grande e imposible que parezca, siempre que sea soñado con fe, se puede cumplir. Y termino agradeciendo a Dios por este sueño cumplido y respondiéndole como María: Hágase en mí según tu palabra.

Miguel Suárez Rodríguez, presidente de JMV en Cuba.
Fuente: http://www.secretariadojmv.org/

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