Por mi contacto y conversaciones mantenidas con algunos compañeros maestros, puedo afirmar algo que creo es bastante evidente: la educación supone más que una profesión: es realmente una vocación. Enseñar, compartir conocimientos, trasmitir contenidos es una virtud que no todos son capaces de practicar. Conocemos muchas personas muy inteligentes, pero que no tienen el don de saber compartirlo con sus compañeros.
Para ser educador uno debe tener, ante todo, pasión y gusto por lo que hace; y ser paciente, ya que el proceso de enseñanza y aprendizaje es lento, dependiendo de la persona. Sabemos cuándo un trabajo se hace por deber o por amor. Se puede enseñar una profesión (solo hace falta comprobar la profusión de universidades privadas); pero la vocación… no se puede enseñar. No se aprende, viene con nosotros.
Nosotros —vicentinos de la Sociedad de San Vicente de Paúl y miembros de otras ramas de la Familia Vicenciana— somos educadores natos. En el contacto directo y semanal con los excluidos, actuamos con el fin de compartir ejemplos, de interactuar e intercambiar experiencias, y mucho más. Buscamos ser el rostro y la voz de Cristo. En esta interacción de la caridad, por vocación, desempeñamos la tarea del educador que ejerce su actividad con amor, sin preocuparse del salario o de cualquier otra contraprestación.
Somos vicentinos y educadores por amor, por caridad, por vocación, por Cristo, por María, por san Vicente, por Ozanam y por Dios. Compartimos el conocimiento sin exigencias ni concesiones.
Somos educadores, sí, pero siempre aprendemos mucho de nuestros «aprendices». No regresamos de nuestras visitas a domicilio —o de cualquier otra acción vicentina— igual que llegamos. Volvemos diferentes, más reflexivos y, por tanto, mejores. Somos transformados por el proceso de la educación, que es un proceso bidireccional. No en vano la santificación de los consocios ocurre precisamente durante la visita domiciliaria. Los grandes maestros, como nos enseñó Ozanam, también deben tener la humildad de entender que podemos aprender mucho de nuestros asistidos. Después de todo, son instrumentos de Dios. San Vicente ya les llamaba nuestros «amos y señores»[1].
Así pues, mis queridos vicentinos y queridos miembros de las distintas ramas de la Familia Vicenciana, no olvidemos nunca que somos educadores por naturaleza y, por lo tanto, tenemos la gran responsabilidad de predicar la Palabra de Dios a nuestros asistidos. Hemos de darles conocimientos que les sean útiles y necesarios (sobre derechos laborales, consejos de nutrición, empleo, etc.), y también consejos morales y éticos. Nuestra santificación vendrá en esta monumental tarea de ser santo y propagar la santidad.
Si no actuamos así, nos convertiremos en meros distribuidores de bolsas, y no cumpliremos con nuestra misión de cristianos bautizados y verdaderos educadores vicentinos.
[1] Cf. «Los pobres son nuestros amos, son reyes, señores» (SVP IX, 1137).
Renato Lima de Oliveira
16º Presidente General de la Sociedad de San Vicente de Paúl
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