“Les enseñaba las cosas por medio de parábolas”

Hebr 10, 11-18; Sal 109; Mc 4, 1-20.

Jesús, el enviado del Padre, estaba tan colmado del Reino de Dios, que quiso compartirlo con nosotros. Pero, ¿cómo decirnos lo indecible con las gastadas palabras de los diccionarios? ¿Cómo expresar aquello que no cabe en el palacio de nuestro lenguaje? Por eso nos habló en parábolas. No porque su auditorio fuera ignorante. Todo auditorio lo es ante el misterio de Dios y su Reino. El que es la mejor parábola del Padre –“el que me ha visto a mí ha visto al Padre”(Jn 14, 9)– se vio precisado a hablarnos en parábolas, como la de hoy del sembrador que salió a sembrar la semilla.

Una parábola es como una ventana, es leguaje abierto, pluridimensional, democrático, alusivo, lleno de consonancias. Al asomarnos a la ventana de la parábola, podremos contemplar, cada uno, distintos aspectos del mismo paisaje. ¿Nos fijamos en el sembrador? ¿Quieres fijarte en la distinta suerte de la semilla según los terrenos? ¿Prefieres detenerte para ver qué clase de respuesta estás dando a la semilla que Jesús siembra en ti?

Y Jesús se vale de las cosas ordinarias de la vida para sus parábolas, porque esas cosas ordinarias también son insinuación, balbuceo, rumor que apunta al más allá de sí. ¿Podremos hacer silencio en nosotros para escuchar lo que Jesús nos dice?

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm