Entramos en el año 2019 y pienso que las Hijas de la Caridad tienen que renovarse continuamente, porque de lo contrario, la Compañía muere. La Hija de la Caridad desarrolla su vida en la Compañía, vive dentro de la Compañía y sirve a los pobres desde la Compañía. En ella se consagra a Dios, asume una nueva existencia y transforma su ser. Toda su vida y su servicio tienen a la Compañía como punto de referencia. Al entrar en la Compañía se le asigna una comunidad con otras mujeres, formando un grupo de amigas que se quieren. Convivirá con ellas, y sus vidas quedan entrelazadas en solidaridad humana y vocacional.
La Hija de la Caridad es sirvienta y profeta en una comunidad de amigas que se quieren, pero amigas que se le impone, que ella no ha escogido y que en el primer destino acaso ni se conocían, con las que a veces no congenia o no la agradan y pueden hacerla sufrir, porque junto a lo positivo, aparece lo negativo de un grupo humano. Y duele, porque las relaciones con las compañeras de comunidad es lo que le da vida.
Sin embargo, si se mira la comunidad desde el evangelio o desde los consejos que daban san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac, las quejas irían acompañadas de esperanza sin dejarse dominar por el cansancio profético, como Elías.
Profetizar una espiritualidad de comunión es comprometerse a construirla entre las Hermanas de la comunidad. La comunión comunitaria pide un estilo de vida que no es ni democrático ni autoritario, sino un estilo de vida que algunos llaman sinodal, “caminar juntos”. Tanto la imposición como la independencia individual provocan un daño de largo alcance en las relaciones entre las Hermanas. Acaso se necesiten reformas en las estructuras para favorecer la convivencia sinodal, porque ciertas carencias e imposiciones afectan de forma negativa especialmente a las jóvenes. Y la Hermana profeta no debe callar. Pues la falta de una espiritualidad comunitaria puede llevar a una Hermana a vivir la indiferencia y a quedar aislada y condenada a la soledad.
El desafío de tres generaciones
Por la edad las Hermanas de las comunidades forman parte de cuatro generaciones, y cada generación es hija de una sociedad diferente, de situaciones y entornos sociales muy diversos que pueden provocar choques o integración.
A la generación más joven le cuesta integrarse en una historia provincial o comunitaria que ni la ha hecho ella ni la ha vivido, y le puede parecer ajena, de una época pasada. Las jóvenes aman la Compañía, tienen vitalidad y quieren ser profetas denunciando y creando nuevas formas de convivencia y servicio. Las Hermanas intermedias es fácil que luchen contra el tedio y la comodidad, esforzándose en poner serenidad, prudencia y seguridad. Las Hermanas próximas a la jubilación sienten el realismo de lo que fueron y lo que son, sienten que aún tienen vitalidad, pero las leyes laborales les impiden continuar en el servicio, y experimentan el dolor de saber que es difícil que alguien venga a relevarla, cuando llegue su jubilación. Son el profeta Elías que debe transmitir su carisma profético a Eliseo y no lo encuentran. Y a las Hermanas mayores, acaso jubiladas hace años, les puede asaltar el falso sentimiento de que en la comunidad ya no sirven, molestan y no se cuenta con ellas, y exclamen como el profeta Elías, perseguido por Jezabel: “¡Basta ya, Señor! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres!”. Caer en ese sentimiento sería una ofensa a la Compañía, a las Hermanas de su comunidad y a Dios.
En todas las comunidades aparece la inquietud común del relevo, de la crisis vocacional como una preocupación dolorosa, agravada por no poder desempeñar su servicio al llegar a la jubilación, sintiéndose aún con fuerzas, llena de vida de Dios y con la mentalidad de ser Hija de la Caridad hasta morir. La falta de relevo lleva a estirar las fuerzas de una manera ejemplar, aunque repercuta en la salud, en la sicología y en la vida espiritual de muchas Hermanas. Pero el profeta, una persona seducida y posesionada por Dios, tiene presente lo que san Vicente decía a santa Luisa: pero cree usted, señorita, que Dios que vela por su Iglesia no va a velar por un grupo pequeño de mujeres que se le han entregado para servir a los pobres.
Y hay que ser profetas también en comunidad. Una comunidad donde las cuatro generaciones sienten la inspiración profética, actuará guiada por el Espíritu de Jesús que contagia esperanza. Y no porque dejará de haber problemas o las soluciones serán fáciles, sino porque la Hermana profeta sacará energías desde Dios para solucionar los conflictos personales, comunitarios o de servicio. Es la esperanza divina y humana que repercute en todos los miembros.
Situación actual de la Compañía
Para la sociedad actual la Compañía no es lo que era. No hace muchos años, el pueblo consideraba a las Hijas de la Caridad como unas monjas dedicadas por entero a recoger a los más pobres que no tenían con qué sostenerse. La Hermana de la Caridad era inseparable de los más pobres y considerada como el ángel de los necesitados. Los organismos civiles las veían como las mejores benefactoras de los pobres y les entregaban sus establecimientos de beneficencia. Algunos decían que por ser empleadas baratas, otros lo atribuían a que eran eficientes. Al abundar el trabajo, sus puestos eran despreciados porque se consideraba de poca categoría trabajar en la beneficencia. Su servicio era considerado como una obra social y se las dispensaba de muchos impuestos. También en la actualidad la sociedad ha reconocido su labor y con un aplauso generalizado, en 2005 se les ha otorgó el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia.
Hoy todo ha cambiado. La gente ni se fija en ellas. Son pocas y no hacen sombra en los trabajos, aunque sean seguros y bien remunerados, y aunque, debido a los adelantos técnicos, ningún aspecto aparezca desagradable. Los gobiernos y la dirección tampoco las necesitan, pues los puestos de trabajo son ocupados al instante y su salario es equiparable al de otras operarias seglares que trabajan tan eficazmente como ellas.
A pesar de todo, las Hermanas viven contentas en la Compañía, aunque algunas puedan ver ciertos virajes institucionales que no les agradan y hasta pensar que se ha desviado de sus orígenes o verla acomodada, conformista, que no responde a los retos de la sociedad actual. Con finura y delicadeza la Superiora General de las Hijas de la Caridad, Sor Juana Elizondo, expuso a las Hermanas en la carta circular del 2 de febrero de 1999 que «amar a la Compañía es aceptarla con todo lo positivo que hay en ella y sin asustarnos ni desencantarnos de lo negativo. No conviene idealizarla tanto que perdamos de vista que está constituida por seres humanos y nos escandalicemos de sus fallos»
La Compañía tradicional y creativa
La postura que tomen las Hermanas dependerá de la imagen de Compañía que descubren en los orígenes de la Compañía. El carisma-vocación de la Compañía está empapado de dos fuerzas: una de autodefensa o conservación, y la otra, de dinamismo o expansión. La primera se encamina a conservar la identidad que le dieron los fundadores, mirar los orígenes y revivir la tradición, y la segunda, a ser creativa de acuerdo con los cambios del mundo que se viven en cada época. Todas las Hijas de la Caridad defienden una u otra fuerza, creyendo que es el mensaje que Dios les encarga anunciar.
La dinámica recela de la autodefensa. Teme que la institución se estanque, se haga arcaica, deje de ser creativa y se anquilose. Pide que la Compañía sea una institución apta para servir hoy a los pobres. La autodefensa, por su parte, teme perder su identidad, que las Hermanas se «secularicen» y pierdan su carácter de consagradas, pues, aunque sean seculares, no son seglares; son consagradas que viven y sirven en el siglo.
La Historia de la Compañía y la sociología llevan a la conclusión de que las dos tendencias, la conservación y la creatividad, están en continua tensión. Lo estuvo en el pasado, lo está en el presente y lo estará en el futuro. En muchas cartas y escritos de los fundadores descubrimos esta tirantez ya en los primeros años de la fundación.
La tensión entre conservación y creatividad se traslada a la comunidad. Unas Hermanas, conscientes de hablar de parte de Dios, sienten rechazo a considerar como acción del Espíritu divino algunas innovaciones iniciadas por otras Hermanas porque temen que esas novedades fomenten el individualismo o lleven a una dejación en la vida de oración. Otras Hermanas, conscientes de hablar de parte de Dios, pueden achacar a esta postura involución o miedo a que se desvíen de «las piadosas costumbres», pierdan el fervor y se asemejen a los seglares, y hasta lo atribuyan, en plan de queja, a falta de confianza, a que no se fían de su madurez como mujeres ni como Hijas de la Caridad.
Si todas son sinceras y delante de Dios están convencidas de ser mensajeras del Espíritu divino, no tiene sentido quejarse o acusar a otras de la dirección que toma la Compañía. Santa Luisa hablaba del descontento de las Hermanas y aún de las consejeras hacia ella (D 632). No se puede culpar a los superiores o a ciertas Hermanas, sin reconocer que también nosotros carecemos de audacia.
Cómo situarse
Las dos dimensiones se necesitan y deben acoplarse. Olvidar la tradición es perder la identidad y dejar de ser vicencianas, no actualizarse es incapacitarse para servir hoy a los pobres. Hay que acoplarlas, pues la tradición no es nada arcaica, es viviente; no es hacer lo mismo que hicieron las Hermanas anteriores y del modo como lo hicieron, sino inspirarse en ellas para comprometerse hoy en el seguimiento de Cristo a favor de los pobres, al igual que ellas, pero no del mismo modo que lo hicieron ellas. La Compañía no ha nacido para conservarse como una joya en una caja fuerte. La Compañía fundamentalmente es expansiva. Lo decía santa Luisa: “Guarden lo mejor que puedan sus pequeñas reglas, sin perjuicio para los pobres, ya que su servicio debe ser preferido siempre, pero de la manera que se debe y no según nuestra propia voluntad” (c. 316) (Dos cartas de santa Luisa a san Vicente y dos borradores con estas ideas: c. 374 y 394, y E 81 y 101.).
Si el Espíritu divino fundó la Compañía y la conduce a través de la vida, se puede aplicar a la Compañía lo que el Concilio Vaticano II asigna a la Iglesia: que el Espíritu Santo la guía y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos, la embellece con sus frutos y la renueva incesantemente (LG 4). Cuando se dice que el Espíritu Santo unifica y dirige la Compañía, se entiende que dirige y alienta a cada miembro de la Compañía, a los superiores y a las Hermanas particulares; a cada cual según su función y su puesto. Es cada Hermana la que lleva el carisma de profecía y está guiada por el Espíritu de Jesús que reside en cada miembro, desde los Superiores Generales hasta la última Hermana que acaba de ingresar en el Seminario.
La Compañía, como la Iglesia, es pueblo de Dios, donde reside la autoridad como servicio y donde la creatividad implica compartir y participar. Erróneamente creemos que todas las iniciativas deben proceder de la autoridad y descargamos en ella nuestra conciencia. No somos creativos y nos disculpamos, traspasando las obligaciones a los superiores, a pesar de ser nosotros quienes estamos en medio de los pobres. Los superiores confirmarán los caminos que abramos, si ven en ellos las huellas del Espíritu.
Del mismo modo, hay que tener en cuenta, cuando se habla del deterioro interno de las comunidades, que el buen funcionamiento de la comunidad está en manos de todas las Hermanas y no sólo de la Hermana Sirviente. Convendría tener siempre presente lo que acertadamente expone Sor Juana Elizondo en la misma circular: “La Compañía no es un cuerpo independiente de sus miembros, sino formado por ellos; dichos miembros deben trabajar por su existencia, su construcción, su evolución y su perfección. Nada se consigue con criticarla y sembrar la desesperanza, al contrario, podemos con ello contribuir a un deterioro mayor. San Vicente se lamenta de aquellas que, en lugar de amarla, la descuartizan… Y recomienda a las Hermanas amarla y preferirla, como se ama y se prefiere a la propia madre, aunque sea legañosa”. Porque la Hija de la Caridad, mensajera de Dios, debe estar poseída por él para ser profeta. Si no hace oración, no escuchará al Espíritu Santo que la guía.
P. Benito Martínez, C.M.
Es un artículo muy bueno, evangélico, vicentino y profético. Gracias.
Sor Inés desde Ecuador.