Miq 5, 1-4; Salmo 79; Heb 10, 5-10; Lc 39-45.
“O Emmanuel: Oh Emmanuel, Rey y legislador nuestro”
Apenas han transcurrido dos días desde que escuchábamos el mismo evangelio: la Visitación de la Virgen a su parienta Isabel.
Cuando se enteró María de que Isabel había sido bendecida por Dios, se encaminó presurosa a un pueblo de la montaña, para visitarla. Ella también tenía un maravilloso secreto que compartir. Además, la sierva del Señor, también está para servir a los demás. María e Isabel son testigos de las grandezas del Señor.
María es portadora de Cristo, como lo será en el Tepeyac y en tantos otros momentos de la historia. Es “causa de nuestra alegría”, como pudo atestiguar Isabel: el niño saltó de gozo en su vientre; y ella misma está llena de alegría por el inesperado honor de ser visitada, no simplemente por una parienta, sino por “la Madre de su Señor”, cuya esencia hace que el Espíritu Santo irrumpa en esa casa.
Isabel y Juan se convierten en los primeros adoradores de Cristo, oculto en el sagrario del seno de María.
María e Isabel, dos mujeres en las que Dios ha hecho grandes cosas, guardando las distancias: Una es la madre del mayor de los nacidos de mujer; la otra es la madre del mismo Dios.
Preparémonos nosotros a celebrar en Navidad este mismo misterio con el mismo estremecimiento de Isabel: ¿Quiénes somos nosotros para que el Señor venga a visitarnos y a vivir la vida de los hombres?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Miguel Blázquez Avis, CM
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