Is 41, 13-20; Salmo144; Mt 11, 11-15.
“Para que vean y sepan, reflexionen y aprendan de una vez”
“No hay peor sordo que el que no quiere oír”, así reza un dicho popular. Podemos ampliarlo y decir: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. En una ocasión en que Jesús dio rienda suelta a su frustración y desconsuelo ante la torpeza de los apóstoles lo hizo en estos términos: “¿Para qué tienen ojos, si no ven, y oídos, si no oyen?”.
Varias veces termina Jesús sus enseñanzas con una frase críptica: “El que tenga oídos para oír, que oiga”; como diciendo, “Ahí queda eso, se lo dejo de tarea”.
El dicho de Jesús se refiere tanto al Reino de los cielos como a la persona de Juan Bautista para quien, con todo y su aspecto un poco estrafalario, Jesús solo tiene las mayores alabanzas: una antorcha ardiente, un carácter que no se doblega ante ningún viento de halago o amenaza, el hombre más grande nacido de una mujer, casi una réplica del profeta Elías por su fuego y su celo por la gloria de Dios.
Pero, al fin, un hombre del Antiguo Testamento.
Para Jesús, el más pequeño en el Reino, el que se ha hecho violencia para seguirlo, es más grande que Juan.
San León Magno, en un sermón de Navidad, exhorta a los bautizados, diciendo: “Reconoce, oh cristiano, tu dignidad”. Si tienes oídos para oír, escucha: Tú, cristiano, eres más grande que el Bautista. ¡Casi nada!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Miguel Blázquez Avis, CM
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