Nosotros debemos hacer lo que Jesús, nuestro Maestro y Señor

por | Dic 13, 2018 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

El Verbo es más fuerte que nosotros.  Pero, haciéndose carne, participa él de nuestra debilidad, para que participemos de su fuerza, bautizados con Espíritu Santo y fuego.

Inician el proceso de arrepentimiento los que han acudido a Juan, pues preguntan:  «¿Qué debemos hacer nosotros?».  Es la pregunta que hace la gente en general; la hacen también unos cobradores de impuestos, e igualmente unos soldados.  Porque se va repitiendo, la pregunta parece ser un estribillo de un himno o poema.

Pero el Bautista no da una respuesta generalizada.  Concreta él más bien el significado de la conversión, de la preparación del camino del Señor.  Efectivamente, pide que cada grupo dé fruto de arrepentimiento conforme a su estado o situación.

En primer lugar, pues, se les recuerda a los que toman a Abrahán por padre su obligación de asistir a sus hermanos pobres.  No deben endurecer el corazón ni cerrar la mano a ellos (Dt 15, 7).

En segundo lugar, contesta Juan a los recaudadores de impuestos.  Esto quiere decir que no abandona a los que son evitados y etiquetados como pecadores públicos sin remedio por los fariseos.  Les manda a los colaboradores de los odiosos romanos no exigir más de lo establecido.  No han de cobrar exorbitantes apremios y recargos.  La codicia no debe apoderarse de ellos.

En tercer lugar, el Precursor de Jesús reconoce que les es posible también a los soldados arrepentirse.  Pero tendrán que renunciar a la maldad con la que los relaciona la gente.  Es decir, no recurrirán al abuso de poder.  No intimidarán a nadie ni fabricarán denuncias con motivo de obener dinero u otro beneficio.

Nosotros también preguntamos hoy en día:  «¿Qué debemos hacer nosotros?». 

Se nos contesta a los cristianos sencilla y generalmente que nosotros debemos hacer lo que Jesús, nuestro Maestro y Señor.  Por hacerla menos general, la respuesta significa la observancia del mandamiento de amor a Dios y al prójimo.  Por el amor, nosotros seguimos siendo nosotros, no yo.  Claro, el amor supone, a lo mínimo, la justicia para con el prójimo.

Y amar como Jesús es amar hasta el extremo.  «A costa de nuestros brazos, con el sudor de nuestra frente» (SV.ES XI:733).   Con la frente sudando sangre y los brazos extendidos en la cruz.

Pero nos toca a nosotros aún buscar respuestas cada vez más concretas.  Por eso, nosotros debemos seguir rezando:  «Señor, si tú estuvieras en mi lugar, ¿qué harías en esta ocasión?» (SV.EN XI:240).

Señor Jesús, nos convida a tu Cena, en la que nosotros comemos tu cuerpo y bebemos tu sangre.  Danos la fuerza, por tu Espíritu Santo y fuego, para que podamos preparar, a nuestra vez, una cena semejante para nuestros hermanos y hermanas.

16 Diciembre 2018
Domingo 3º de Adviento (C)
Sof 3, 14-18a; Fil 4, 4-7; Lc 3, 10-18

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