Según Javier Aguinaco, el cura paúl que ejerce la pastoral penitenciaria en La Torrecica, «en la cárcel hay gente que me dice que tiene miedo a salir a la calle».
Una pequeña libreta azul. Esa es su principal herramienta de trabajo. En ella, Javier Aguinaco, el sacerdote paúl que ejerce la pastoral penitenciaria, anota los encargos que le hacen los presos; el nombre de aquellos a los que ingresará los 10 euros de peculio y otras precisiones. Este párroco, de 71 años, nacido en Álava, de trato afable y discurso franco, habla de su experiencia en La Torrecica. Es el cura de la cárcel.
¿Qué le llevó a la vida consagrada?
Es algo que se discierne a lo largo de la vida, no es una decisión que se tome a golpe de caballo, se descubre poco a poco. Soy cura desde 1971, me ordené en una época de mucho cambio, político, social y en la Iglesia, con todo el Concilio Vaticano II. Siempre he dicho que para no ser cura tenía que encontrar al menos el 51% de razones para dejarlo y, de momento, siempre he encontrado más de la mitad de razones para continuar.
Suma, por tanto, 47 años de sacerdocio, dan para mucho, ¿no?
Si que dan. Empecé en Baracaldo, luego estuve en Cuenca, Teruel y volví a mi tierra, primero a Murguía y después a San Sebastián, aquello fue duro, por la violencia, recuerdo el primer viaje a San Sebastián, estuve 100 kilómetros dándole vueltas al coco para entender aquello. Por lo que se veía en los medios parecía que en la calle había una guerra diaria y no era así, ciertamente, entender el fenómeno político del País Vasco no se hace desde Madrid o Barcelona. Regresé a Baracaldo y allí me propusieron irme a Honduras.
¿Qué le quedó a usted de esa época de misionero?
Me ha dado otra visión del mundo más enriquecedora. El prisma es otro. Cuando se ve el Tercer Mundo desde el Tercer Mundo uno echa juramentos y comprende qué es la injusticia global. Sí, aquí en nuestro primer mundo, sin ir más lejos en Albacete, en estos barrios de La Estrella y La Milagrosa, hay pobreza. Pero aquella es otra pobreza. Solo un detalle, allí hay muchísimos niños y muchos no tienen ni un cuaderno y un lápiz para ir a la escuela, cuando me di cuenta hice una campaña para que al menos tuvieran eso. Visitaba 40 aldeas, sin luz, donde se cocinaba aún con fuego.
Cinco años en Honduras y regresó, ¿con qué ánimo?
Me vine a estudiar la doctrina social de la Iglesia, qué dice la Iglesia sobre el mundo injusto, el paro, la pobreza y durante dos años hice un master en Madrid, un master en el buen sentido de la palabra (risas). Los cristianos en doctrina [social] tenemos un suspenso de un cero. La Iglesia ha dado palabra sobre la política, la economía… pero no nos preocupamos de lo que dice. La fe del cristiano no está a la altura de los problemas sociales, se enfoca mucho en la catequesis del niño, la devoción de la virgen… pero, ¿y de los que están en paro, qué dice la Iglesia? ¿y de los que están en la cárcel? De todo eso no nos preocupamos. Es importante tener una formación y de ahí pasar a la acción. Para eso hemos montado un aula social en la parroquia de San Vicente de Paúl, hay mucho que tratar.
Fuente: M.M.B. – domingo, 28 de octubre de 2018. http://www.latribunadealbacete.es/
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