1.-Presentacion.
Muchos ya conocemos a sor Adelina Gurpegui, una hija de la caridad que hace honor a su nombre, navarra, incansable, sin miedo a lo desconocido, valiente para denunciar la injusticia, disponible siempre para ayudar a los más pobres allá donde estén. No pasan los años por ella, ni en su rostro ni en el calor y entusiasmo con que se entrega a la misión que se le ha confiado. Habla siempre de ellos con el calor de una madre entregada en cuerpo y alma a sus hijos, sobre todo a los necesitados.
Viéndola cruzar ríos, caminos y vericuetos desconocidos, hacer frente a riesgos y amenazas de animales peligrosos, como una diminuta atleta lanzada a la corona del primer premio, uno se pregunta qué extraña fortaleza mental y espiritual le anima a seguir adelante sin desfallecer. Y, sin querer, su manera de actuar le evocan a uno la pregunta que Francisco Javier dirigida a los estudiantes de la Sorbona: ¿Qué hacéis ahí obnubilados por preguntas filosóficas e inquisitoriales sin sentido, mientras aquí hay tanta gente que necesita vuestra presencia y vuestra entrega?
Ella, cariñosamente, nos envía, de vez en cuando, alguna de sus experiencias misioneras vivas, queriendo contagiarnos lo mejor de sí misma: su entusiasmo y su entrega al servicio de los pobres, animada por el más puro estilo y espíritu vicenciano. Haríamos bien en escucharla, acompañarla en sus correrías evangelizadoras, con nuestra oración y con nuestro apoyo emocional.
Aquí la dejo con sus relatos, que divido en dos partes principales, con sus correspondientes apartados, titulados, para hacer más asequible y pedagógica su lectura.
Primera parte: Abriendo caminos en la jungla…
A partir de ahora es Sor Adelina misma la que nos cuenta su experiencia por la selva de Bolivia.
“¡Cómo me gustaría poder compartir cada paso en este nuevo servicio¡. Las fotos no dicen nada, quedan bonitas, pero la realidad y vida son muy diferentes, cada paso podría ser una historia.
Estos días estoy en un internado, en medio de la selva, donde hay 80 jóvenes, desde secundaria, hasta terminar técnico superior en agropecuaria, con 30 profesores tanto de humanística como de profesional; pero no es el estudio lo que les forma. Es la vida entera, el ambiente, vivir la realidad del TIPNIS (Territorio indígena Parque Nacional Isiboro-Secure) y sus comunidades. A las cinco y media de la mañana ya están debajo de mi ventana los que atienden a los numerosos patos. Otros están ordeñando los búfalos en los potreros, arreando los caballos y vacas; por otro sector, las gallinas. Para las siete ya están listos para el desayuno. Inmediatamente, cada grupo, con sus profesores, agrónomos, veterinarios, técnicos, ya está listo para el trabajo.
Me han invitado estos días a participar en varios de estos centros; y después de 44 años en misiones y 2, anteriormente, en el Beni, puedo decir que no conocía NADA de la verdadera vida de ellos.
Sin miedo a las dificultades.
Miércoles, a desmontar la selva para poder sembrar arroz y maíz. Desde Noviembre, en que comienzan las lluvias, esto no ha sido posible, todo estaba cubierto de agua, inundado. Aprovechamos el tiempo seco, buscando terreno alto y lejos de los animales. Pasamos al otro lado del río, en terreno prestado. Hay que ver a estos chicos (y yo con ellos), machete en mano cortando cañas gigantes, lianas a montón y árboles pequeños (los grandes vendrán luego con motosierra), toda clase de malezas, sin miedo a los numerosos animales, desde hormigas, avisperos, mosquitos, garrapatas, hasta tigres y víboras que por aquí pululan. De hecho esta semana el tigre ha matado dos terneros y una vaquita. Nuestra recompensa fue descansar comiendo caña de azúcar, que aparece mezclada entre la maleza.
A las dos de la tarde, clases teóricas. A las seis, un pequeño toque de campana hace que todos corran con baldes a buscar agua de los lagos que nos circundan, para que beban los animales, limpien potreras, chiqueras, gallineros, patera…, y los cierren a dormir. A las siete, cena y rienda suelta a sus guitarreadas. Tanto en la madrugada como a medio día sacan tiempo de lavar y bañarse fuera del río. Lo de bañarse así, sacando el agua del río, es una necesidad, no sólo por el calor agobiantes, sino también, y principalmente, porque hay muchos animales, cocodrilos, pirañas… De vez en cuando, van en barca a otras lagunas a pescar. También a ayudar algunos comunarios en la siembra o recolección (ahí tienen que viajar (siempre en canoa, único camino disponible) durante varios días.
Viaje a Trinidacito. Dista de Katery, unos 35 Km. Voy con el Padre a celebrar su fiesta patronal. Hemos tardado 4 horas navegando en canoa con un pequeño motor. Imposible contar el viaje. Los ríos bajaron mucho, y hemos ido por dos riachuelos y otros dos más pequeños. Estos dos últimos están en tramos casi cubiertos de vegetación, por lo que nos atascábamos y había que salir empujando, con palos largos. Bueno, el paisaje es idílico. He visto más cocodrilos y caimanes que en toda mi vida. Algunos a 1 metro. de distancia; la mayoría, cuando llegamos a su lado, con el ruido del motor, se meten al agua y no sabes ya donde están. Parecen domesticados, porque no atacan, solo los caimanes, si les molestas.
Por supuesto también atraviesan cantidad de aves, monos que saltan por los árboles y yo no logro ver, los escucho gritar, también desde casa. Por las orillas, mirándonos pacíficamente, familias enteras de capihuaras, especie de cerdos salvajes que aquí no comen porque los indígenas respetan mucho la naturaleza y solo matan lo indispensable para comer.
Anunciando al Dios de la misericordia, a tiempo y a destiempo…
A la llegada encontramos varias canoas, de las comunidades y casitas aledañas. Se reúnen para la fiesta del pueblo. De ahí caminamos a pie un buen trecho, entre ramas y árboles. Gracias a Dios, esta vez no por el barro. Hemos celebrado bautismos, primeras comuniones, confirmaciones y matrimonios…
Del internado ha venido un grupo de mayores para poder realizar su campeonato de futbol; han venido a pie, pero eso es otra historia. Yo no he podido porque aún hay mucho barro y maleza; hay que atravesar curichis (aguas estancadas), y hasta dos ríos a nado. Cuando está más seco vamos en caballo.
En la fiesta realizan todas las ceremonias y rezos que les enseñaron los jesuitas, a pesar de que hace cuatro siglos que fueron expulsados. Bailan los macheteros con sus grandes plumajes, pasan la noche velando al santo, alternando sus oraciones con bailes.
Como es zona ganadera matan dos vacas, de las que todo el mundo come. Por la tarde, nosotros volvimos, pero ellos siguieron la fiesta, el jocheo de toros, el palo encebado…y la borrachera con chicha.
El próximo fin de semana vamos a otra ciudad, mucho más lejana: todo el día navegando, y ya en Junio, volvemos a Trinidad, desde donde os mandaré la carta; mientras tanto, tengo mi cuerpo de picaduras de japutamos (son como puntitos, no se ven) pero se meten por las partes más indiscretas del cuerpo y dejan ronchas y picores; son, junto con los mosquitos, los más temibles para mi: absolutamente dañinos.
Con carencias de todo tipo
¿Qué hace el gobierno?. Es otro capítulo. En muchas comunidades han construido dispensarios para la salud, pero no hay enfermera, ni medicinas; en algunas más cercanas hay médico, que está por temporadas. En la mayoría hay escuelas, aunque rudimentarias; otras mejores, y ahora ha puesto a su gente en la Central indígena, sacando a los que estaban en contra de construir la carretera que atraviesa y divide el territorio, y por donde ya llegan los cocaleros (productores de coca) destruyendo la naturaleza y su modo de vida, con el dinero fácil para unos pocos. Es la actual lucha por la dignidad y el territorio. Con todo, solo alcanza algunas comunidades; estas últimas no son beneficiadas en nada.
Es mi actual misión. De verdad, nada fácil. Pienso en los primeros gigantes o quijotescos misioneros y es un verdadero desafío para mi edad.”
P. Félix Villafranca, C.M.
Fuente: http://felixvillafranca.es/
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