Gál 3, 21-29; Sal 104; Lc 11, 27-28.
“¡Dichosa la mujer que te llevó en su vientre!”
Jesús debió haber estado encantado de oír esta alabanza para su Madre. Pero él aprovecha esta ocasión para revelarnos otra dimensión de la bienaventuranza de los que escuchan la Palabra de Dios. ¡Cuán cercana era la relación espiritual entre Jesús y sus discípulos, cuando incluso supera la relación biológica natural entre él y su madre! ¡Qué enorme y hermosa dignidad poseemos los cristianos!
En esa alabanza tan hermosa y natural hacia Jesús, esa mujer anónima entre la multitud expresa una emoción intensa desde la perspectiva femenina y maternal. ¿Es Jesús tan real y tangible para mí, que pueda algunas veces hablarle, relacionarme con él de una manera realmente espontánea y personal?
Jesús, te doy gracias por incorporarme a mí en tus bendiciones. El ángel le dijo a María que ella estaba bendita, como yo también lo estoy. ¿Quién soy yo entonces? ¡Soy la bendecida o el bendecido de Dios!
Abre mis oídos y permanece en mí siempre, de modo que mi vida sea una demostración de la Palabra de Dios.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Adrián Acosta López, CM
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