Am 8, 4-6. 9-12; Sal 118; Mt 9, 9-13.
“Misericordia quiero y no sacrificios”
Jesús sigue llamando, en esta ocasión ha sido a Mateo, el recaudador de impuestos. Él se levantó y lo siguió y se fueron a celebrar a su casa.
Me imagino la escena, la felicidad y nerviosismo que sentiría de tener al Maestro en su casa, compartiendo el pan y la palabra.
Como sucedió en casa de Matero (y puede suceder en nuestra vida), este momento de dicha se ve interrumpido por palabras que incomodan, que lastiman, que hacen dudar. Y Jesús tiene la respuesta (para entonces y para ahora): su presencia en casa de Mateo no es casualidad, conocerlo y ser bautizado no lo es tampoco.
Jesús invitó a Mateo y nos invita de mil maneras a participar del Reino de Dios cuyo camino nos va mostrando. Jesús nos acompaña igual que acompañó a Mateo, a los santos y santas que aprendieron a ofrecer misericordia, la misma que hemos recibido del Maestro y Señor.
María Goretti, adolescente campesina, lo hizo; ofreció a Dios su pureza y el perdón al joven que intentó arrebatársela y que le quitó la vida en el intento. Te pedimos, Señor, por todos los jóvenes, en especial por los que más te necesitan.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Norma Leticia Cortés Cázares
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