Las Hijas de la Caridad, comunidad profética

por | Jul 5, 2018 | Benito Martínez, Formación, Hijas de la Caridad | 0 comentarios

La inserción profética de la Compañía en la realidad del mundo

El Tercer Milenio asigna a las Hijas de la Caridad una misión diferente de la que han tenido hasta no hace muchos años. Ha terminado la situación que la Compañía tuvo en la primera mitad del siglo XX, cuando era la organizadora predominante de las obras caritativo-sociales. Esto no es una catástrofe, si la Compañía, como el cristianismo, aunque sea una minoría, es revulsiva y llena de esperanza a los pobres. En la actualidad las jóvenes dicen que se necesita coraje para manifestarse con vocación de Hijas de la Caridad por las continuas burlas que escuchan. Lo cual significa que, aunque las vocaciones sean pocas, son vocaciones firmes y esperanzadoras.

Aunque admirada y reconocida por las autoridades, los Grandes y los pobres, también en sus orígenes la Compañía fue atacada de forma solapada y tuvo que vencer muchas dificultades. Santa Luisa de Marillac le escribe a san Vicente de Paúl: “El Procurador General me preguntó si pretendíamos ser regulares o seculares; le di a entender que no pretendíamos sino esto último; me dijo que era algo sin precedentes” (c. 320). En Narbona, en Ussel, en Arras se burlaban de ellas, y los hombres de París las trataban como solteras peligrosas. Santa Luisa dos meses antes de morir le retrata esta situación a san Vicente: “Me he dado cuenta de que nuestras Hermanas ya no son tan apreciadas ni queridas y se las trata con más dureza, y en algunos lugares se las vigila por desconfianza, habiéndose llegado a prohibir en plena junta que se les dé nada y así se le ha dicho hasta al carnicero. Esto me ha hecho pensar en la necesidad de que las reglas obliguen a la vida pobre, sencilla y humilde, por miedo a que otra forma de vida obligaría a estar buscando medios para vivir mejor; porque hay ya algunas que dicen que este tocado y este nombre de Hermana, no nos dan autoridad, sino desprecio” (c. 721). Sin embargo, en este periodo las Hijas de la Caridad se consolidaron como necesarias para los pobres. Hoy vivimos una situación más complicada. Vemos que su labor es elogiada, pero a ellas se las ignora por ser mujeres consagradas a Dios.

La entereza y la sinceridad le granjearon a Juan Pablo II el favor de los jóvenes. Le admiraron como a un hombre capaz de anunciar el evangelio, aunque no guste. Los jóvenes esperan que también las Hijas de la Caridad asuman la entereza para ser profetas que devuelvan la esperanza a los pobres.

Está presente el testimonio profético que resaltaba el Sínodo Universal de los Obispos de 1994 en la Exhortación Apostólica «Vida Consagrada» (n. 84-95). Si una mujer, después de meditarlo serenamente y decidida a cumplir las obligaciones que le supone, piensa que, siendo Hija de la Caridad, será feliz y puede hacer felices a muchos necesitados, se ofrece a Dios para servirlo en los pobres, y Dios acepta su entrega, a esta mujer Dios le da el carisma de la vocación vicenciana. Y con la vocación le da el carisma de profecía para anunciar a los pobres que son bienaventurados porque ella luchará hasta morir por sacarlos de la pobreza. Para que los pobres acojan el Reino de Dios hay que proclamarlo, y para proclamarlo hay que ser profetas, como Juan Bautista y Jesús.

Las Hijas de la Caridad profetas representan a Dios

Ser profeta supone haber sido seducida por Dios para escuchar su mensaje y comunicárselo a los pobres como él se lo indique en la oración, en las Sagradas Escrituras y a través de los sucesos de la vida. Debe ser una contemplativa que siente la presencia del Espíritu divino comunicándole un mensaje como a su embajadora enviada a ser la voz de los que carecen de voz.

Ser Hija de la Caridad no es llevar una piedad especial ni hacer unos actos religiosos particulares ni vivir una ascesis determinada. Lo que atestigua que una mujer es verdadera Hija de la Caridad es transmitir el mensaje de Jesús a los pobres, vaciada de su espíritu y revestida del espíritu de Jesús, tal como lo entendió san Vicente.  

El carácter profético de su vida de servicio a los pobres “se enraíza en Jesucristo, manantial y modelo de toda caridad”. Al igual que los profetas antiguos, debe abrazar la pobreza evangélica en comunidad. La pobreza comunitaria es un rasgo profético que hace creíble el servicio en un mundo insolidario. “Tener todo en común y compartirlo entre todas” es un signo profético, porque el servicio sólo adquiere fuerza profética cuando está avalado por la pobreza. Una comunidad que escucha los signos de los tiempos, para convertir el servicio en un mensaje creíble y atrayente, necesita vivir la pobreza. Los pobres de verdad, desde la periferia en la que viven, quieren ver que las Hijas de la Caridad son de los suyos, que están a su lado.

El profeta mira la realidad histórica con los ojos de Dios consciente del momento histórico en el que se encuentra con la intención de asumir los desafíos que se le presentan, pues toda profecía tiene su contexto histórico y geográfico.

La Hija de la Caridad profeta lo es a favor de los pobres

Los políticos empiezan a considerar la pobreza un problema insoluble contra el que no existe antídoto. Se extiende la­ idea que nadie se atreve a formular en voz alta, pero que cada día cuenta con más partidarios, según la cual la pobreza ha dejado de ser una lacra que se puede erradicar, para ­convertirse en una suerte de cáncer endémico que llaman “fenómeno estructural” de las sociedades prósperas, y que se puede someter a “tratamientos paliativos”, pero en ningún caso extirpar de raíz. Hasta parece que se acepta como natural que el bienestar de los pueblos exige un contrapunto de miseria, como natural a la “democratización de la riqueza”. Y cuanto mejor funcionan los engranajes de ese proceso, tanto más difícil resulta incorporar a los rezaga­dos a su maquinaria, y acaban convirtiéndose en fardos pesados que la sociedad arroja a la cuneta, para liberarse de un lastre que retar­daría el progreso. En esta abdicación se constata un fracaso y un cambalache político, cuya justicia social se detiene allí donde estima que no deparará ningún rédito electoral. Y en esta modernidad en la que predominan el triunfo del dinero y el aumento de las desigualdades siempre surge algo que se opone al cristianismo, al clero y al estado religioso o que abofetea los valores evangélicos de los que quieren ser testigos las Hijas de la Caridad. A pesar de todo, un Reino de Dios, donde se viva la justicia, el amor y la paz es posible, sabiendo que quien intente cambiar el mundo será perseguido como Jesús que no vino a traer la paz sino la guerra.  

La Compañía debe responder con talante profético a los desafíos que le presentan los pobres. El profeta, la Hija de la Caridad no puede admitir esta situación como irremediable. Sería blasfemar contra la esperanza, confesando que Dios o no puede o no quiere ayudar a los pobres, que el Reino de Dios que anuncia la Iglesia no es para los pobres y que las Hijas de la Caridad son unas farsantes.

Testimonio del servicio profético

Dios ha fundado la Compañía como parte de la Iglesia dedicada a los pobres. Al igual que lo hizo Jesús, las Hijas de la Caridad quieren sostener a los pobres de la tierra por medio del carácter profético: escuchando el mensaje de Dios y poniéndolo en práctica con libertad y valentía, aunque las persigan, denunciando y exhortando a favor de los pobres, y siendo testigos de Jesús, el gran Profeta que vino a anunciar a los pobres la Buena Nueva, proclamar la liberación a los cautivos, para dar la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4,16s).

El servicio de las Hijas de la Caridad será profético siempre que demuestren que se han entregado a Dios para servirle en los pobres de una manera gratuita, sin ningún interés personal, procurando tan solo ser las pregoneras de Dios que anuncian la justicia, el amor y la paz del Reino de Dios para los pobres, miembros dolientes de Jesucristo.

La actitud profética lleva esperanza a los desheredados, porque Dios seguirá visitando a los pobres a través de las Hijas de la Caridad. Si se enraízan en Jesucristo o, siguiendo a san Vicente, si se vacían de sí mismas y se revisten del Espíritu de Jesucristo, este mismo Espíritu transformará las comunidades y a cada Hermana y las fortalecerá en el esfuerzo de convertir este mundo en un Reino de Dios. Todas las Hermanas tienen algo que aportar. Ser profeta exige oración, escuchar “las llamadas que lanza el Espíritu” para interpelar a la sociedad, denunciar y amenazar con creatividad y audacia.

“La tradición profética del Antiguo Testamento está formada por in­dividuos sobresalientes (Isaías, Jeremías, Oseas, etc.). En el Nuevo Tes­tamento, aparte de Jesús, sólo de unas pocas personas se dice que ten­gan poder profético. Juan el Bautista es el más conocido. ¿Qué había su­cedido?”[1] Que la vocación profética había pasado a la comunidad ya en la primitiva Iglesia, cuando los cristianos se reunían para orar juntos y servían a los pobres en comunidad (Hch cp. 2 y 4). Leonardo Boff nos recuerda que los doce apóstoles no son importantes en cuanto do­ce individuos, sino en cuanto forman la comunidad de los doce, y representan comunitariamente a las doce tribus de Israel.

Tampoco una Hija de la Caridad individualmente tiene tanta importancia como el conjunto de la comunidad, grupo de oración que escucha a Dios el mensaje que debe anunciar a los pobres, denunciar las injusticias y abrir caminos de esperanza. Ser profeta de tal manera que, como dice el teólogo Mertz, la comunidad ejerza un papel de ejemplaridad, de innovación y de choque correctivo[2].

Papel de ejemplaridad ante la Iglesia y el mundo, en el sentido de que guardan fielmente el carisma vicenciano, sirviendo a los pobres con pobreza, en humildad, sencillez y caridad, mostrando al mundo que viven a Dios y hablan de Dios; que la Compañía no es unas ONG dedicada exclusivamente a un servicio material, sino también a un servicio espiritual. Porque si es cierto que sin servicio corporal no hay Hija de la Caridad, tampoco la hay sin servicio espiritual. Modernamente la religión no es para la gente una cuestión privada, les es indiferente y prescinden de ella. La Iglesia no les dice nada o les llena de dudas. Hoy día Jesús es más actual que la Iglesia, y para asemejarse a Jesús la Compañía debe vivir el amor y la compasión de Jesús y anunciárselo a los pobres.

El papel de innovar el mundo y la Iglesia lo ejerce la Hija de la Caridad como profeta. San Vicente tuvo la audacia de romper con el sistema de clases sociales e incorporar a las mujeres a la labor caritativo-social, y santa Luisa supo crear nuevas formas de vida comunitaria, desconocidas entonces. Por su parte, la Asamblea General de 2009 decía que debían tener sed de responder con caridad creativa a las llamadas de los pobres y de vivir todo el servicio como una misión confiada a la Comunidad local.

Entre las respuestas que la Asamblea presentaba estaba la de Comprometerse a responder de manera nueva a las llamadas del mundo de los pobres (migración, tráfico de mujeres y niños, SIDA, amenazas a la vida) Porque las Hijas de la Caridad nunca han sido anticuadas; siempre han sido una institución eclesial que ha ido a contracorriente. Cuando las religiosas se encerraban en sus conventos, las Hijas de la Caridad “iban y venían por las calles” viviendo según la cultura de cada época y lugar.

Debido a su carisma y a su misión, las comunidades de las Hijas de la Caridad se han adaptado al lugar en el que vivían y al servicio que se les encomendaba. Lo confirma el número grande de vocaciones que tenían, atraídas por el carisma profético a favor de los pobres. Lo cual induce a afirmar que, si hay crisis en la Compañía, no lo es de vocaciones, la crisis es de su misión profética, de saber para qué existen y cómo ejercen su misión. Las jóvenes ¿ven a las Hijas de la Caridad como mujeres de oración? ¿Ven creatividad profética en el seguimiento de Jesús y en buscar nuevas maneras de servir a los nuevos pobres? Si las ven mujeres olvidadas de Dios o viviendo y sirviendo de la misma forma que hace medio siglo, pocas jóvenes se incorporarán a ese profetismo.

Si quiere ser choque correctivo en la sociedad, la comunidad de Hijas de la Caridad debe vivir a Dios en medio de su entorno, atenta a la pobreza radical que en estos tiempos de migraciones tanto impacta a las gentes buenas. Porque adaptarse al mundo es relativamente fácil, lo difícil es adaptarse al seguimiento de Jesús en el mundo moderno, que exige conocer la vida social en la que viven, tal y como Dios la ve para ser comunidades profetas, por medio de las cuales Dios humaniza el mundo de los pobres. Los pobres son un producto de la civilización moderna y de los sistemas económicos. La Compañía debe gritar y actuar y las comunidades impactar por su valentía innovadora la pasión por la justicia para salvar a unos pobres, que no son los de hace años.

La Compañía ha sido, desde su fundación un revulsivo dentro de la Iglesia, que obligó a la Santa Sede a cambiar las estructuras de la vida religiosa y a admitir, como vida consagrada, a las Instituciones de Vida Apostólica sin votos públicos y sin clausura para poder servir y evangelizar. Ni san Francisco de Sales ni María Ward lo lograron para sus hijas, pero sí san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac para las Hijas de la Caridad. Y fue un revulsivo en la Vida consagrada, de tal manera que, en los siglos XIX y XX, la mayoría de las fundaciones “religiosas” se hicieron a imitación de las Hijas de la Caridad. Hoy parece que, debido a la globalización, han perdido esa faceta de innovación, asimilándose a otras congregaciones y perdiendo un tanto la propia identidad.

Hoy este aspecto del profetismo no llama la atención, porque desde el Concilio Vaticano II la Iglesia confiesa que el servicio a los pobres es su característica esencial y todas las instituciones de vida consagrada se atribuyen la misión de atender a los pobres. Es connatural al seguimiento de Jesús. De tal manera que las parroquias han llegado a institucionalizar exageradamente el servicio a los pobres, centralizándolo en Cáritas y ensombreciendo y hasta arrinconando el servicio privado. Esta idea, que rechazó rotundamente san Vicente, puede convertirse en un camino fácil a seguir para algunas comunidades de Hijas de la Caridad. ¿Ya no hay pobres a los que no atienden las instituciones oficiales, civiles o de la Iglesia? ¿Ya no tienen creatividad las comunidades vicencianas para buscar nuevos caminos y atender de una manera original y humana a inmigrantes, mujeres maltratadas, niños y adolescentes vejados por sus compañeros? ¿La exención jurídica de la Compañía sirve aún para crear una tensión en la Iglesia que sea fructífera para los pobres? La Familia Vicenciana ¿podría crear una rama que envíe Hermanas o seglares a servir y evangelizar al domicilio de los pobres?

Notas:

[1] D. O’MURCHU, Rehacer la vida religiosa. Una mirada abierta al futuro, Claretianas, Madrid 2001, p. 40.

[2] J. B. MERTZ, Un temps pour les ordres religieux ? Problèmes de vie religieuse, Cerf, Paris 1981, p. 9.

Autor: Benito Martínez, C.M.

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