Yo soy la arcilla, tú el alfarero

por | Jun 7, 2018 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

Se acerca la fiesta del Corazón de Jesús, y sin meternos en los descubrimientos modernos sobre el amor y el cerebro, ponemos el corazón como símbolo del amor. Es un tiempo apropiado para hacer un balance sobre la entrega amorosa a Dios, la vida de comunidad y el servicio a los pobres, centrado todo en el amor; tiempo propicio para sentir la presencia de un Dios bondadoso que nos ama porque nos ha creado, y nos ama tanto que se encarnó para ser humano como nosotros y morir crucificado por amor, pero, al mismo tiempo, nos pide que correspondamos con amor a su amor. Hay muchas frases de Jesús en Galilea y en la cruz que podrían guiarnos en el amor. Sin embargo, viendo la autosuficiencia del hombre moderno, he escogido la frase del profeta Isaías: “yo soy la arcilla, tú el alfarero, somos todos obra de tus manos” (Is 6,18). El Espíritu Santo modela la arcilla, suaviza imperfecciones y da forma a cada vasija bella y útil para que quepa en ella el fuego de su amor.

Es cierto que la frase de Isaías no la encontramos en san Vicente ni en santa Luisa, pero sí tropezamos con la idea. San Vicente suele decir que somos barro y que Dios nos modela hasta hacernos una joya preciosa (II, 296; IX, 721, 1078, 1087; X, 811). Por su lado, santa Luisa, prefiere hablar del abandono en Dios, de un abandono que, como muerta, dependa enteramente de Él sin resistirle más de lo que hizo en su creación (E 12, 14). El abandono que pide santa Luisa es más exigente que la pasividad de la arcilla. Santa Luisa exige el abandono total en el Espíritu Santo, desprenderse de uno mismo y de todo lo que le rodea (E 87). El Espíritu Santo, como el alfarero estudia la arcilla, la palpa, determina su humedad, advierte cualquier aspereza, dispuesto a empezar de nuevo y a poner algo de sí en cada vasija. La vasija puede tener infinidad de formas y tamaño y no es metida en el horno hasta que se adapta a los detalles que el Espíritu Santo tiene en su mente para que pueda acoger el amor del corazón de Jesús.

Dios, alfarero de la Hija de la Caridad

Santa Luisa, san Vicente y el Beato Ozanam inculcan la idea de un Dios Padre que atiende a los pobres por medio de sus discípulos, instrumentos dóciles en las manos de Dios: “anonádese delante de Dios, reconociendo que no es usted más que un instrumento inútil y capaz de estropearlo todo”, decía san Vicente a un misionero (SVP. VII, 468; SLM, E 24 y 28). Somos la arcilla de una vasija. Dios, el alfarero, estudia la arcilla y descubre sus virtualidades y los defectos. Con cuidado modela los detalles de cada vicenciano y lo meterá en el horno de la oración. Si no lo introduce en el horno, si no lo introduce en la oración, nunca tomará resistencia.

Mientras modela la arcilla del vicenciano le va comunicando su corazón amoroso, compasivo y misericordioso, que le capacita para servir a los pobres, pero también un corazón resistente para que no se rompa en el servicio. Dios no es un alfarero descuidado que no advierta a tiempo la delicadeza y las torpezas humanas, que no complete la condición de vasija humana con un corazón compasivo y tierno que perdona. Tampoco quiere que después de modelado vaya reduciendo el amor de su corazón con normas minuciosas sin tener en cuenta el bienestar de los marginados y compañeros. Son ideas esparcidas continuamente en las cartas y escritos de san Vicente y de santa Luisa cuando inculcan a las Hermanas que guarden lo mejor que puedan sus reglas, sin perjuicio para los pobres, ya que su servicio siempre debe ser preferido (SL. c. 316)

Dios es el Dios de la ternura que no abandona a quienes le siguen, aunque haya sorpresas: manda cruzar las aguas de los sufrimientos, pero las separa para que pasen a pie enjuto, ordena cruzar el desierto del individualismo, pero da compañeros que proveen de comida. Pero también es un Dios de ira contra quienes deshumanizan el corazón en provecho propio sin tener en cuenta a los débiles de la sociedad. Es un Dios de corazón compasivo que perdona nuestros pecados y jamás los recuerda, un Dios de amor que envió a Jesús como el modelo que inculca santa Luisa: “Vivamos, pues, como muertas en Jesucristo y, como tales, ya no más resistencia a Jesús, no más acciones que por Jesús, no ya más pensamientos que en Jesús, en fin, no ya más vida que para Jesús y el prójimo, para que en este amor unitivo ame yo todo lo que Jesús ama, y por este amor cuyo centro es el amor eterno de Dios a sus criaturas, alcance de su bondad las gracias que su misericordia quiere hacerme” (E 69).

Cada vasija es única

La vasija tiene que ser consciente de tu singularidad, de que Dios no la ha repetido, que no ha sido clonada. Será vasija pequeña o grande, esbelta o ancha, pero es ella con su forma de amar, pues Dios le ha comunicado su imagen para que sea la obra maestra de su taller. Santa Luisa inculca a las Hermanas Sirvientes cómo debe tratar a cada una de las compañeras, recordándoles cómo es cada una. Igualmente le recuerda a san Vicente quién es y cómo es tal y tal Hermana.

La vasija, si es bonita, la ponemos en el centro de la estancia, para que todos se sorprendan al verla. Toda la Familia Vicenciana es una vasija preciosa, pero ¿decora el lugar donde está? Los pobres, los empleados y quien los ve ¿los ponen en el centro de su mundo, porque sus vidas y servicio son un testimonio de amor auténtico?

Cuando hacemos un regalo, entregamos algo que agrade. Tú eres una vasija modelada con cariño por Dios que quiere regalársela a los pobres. Que te vean como el mejor regalo que les ha podido hacer Dios como muestra de su amor.

Pero todas las vasijas no se hacen exclusivamente para adornar una estancia. Además de servir de adorno las vasijas se hacen por utilidad, para cumplir una misión, generalmente contener agua. Por eso suelen ser de arcilla porosa para que el agua se mantenga fresca al ser evaporada por el aire. Que el amor propio no te haga tan compacta que tu compasión y ternura no puedan ser aireadas por el viento del Espíritu de Jesús.

San Vicente le indica a la señorita Le Gras cómo ser arcilla y cómo dejarse modelar por el Espíritu Santo: “Le ruego, señorita, que piense un poco en el Hijo de Dios, que vino a este mundo no sólo para salvarnos con su muerte, sino para someterse a todos los deseos de su Padre y atraernos hacia él por el ejemplo de su vida. Todavía estaba en el vientre de su Madre cuando se vio obligado a obedecer a un edicto del emperador. Nació fuera de su país, en una época muy dura del año y en medio de una extrema pobreza. Poco después tuvo que padecer la persecución de Herodes y marcharse al destierro, donde sufrió sus propias incomodidades y por compasión las de la Virgen y san José, que padecían mucho por su causa. En Nazaret fue creciendo, sujeto siempre a sus padres… Y sin duda pensaba en usted. Y, si usted dirige los ojos a ese divino Salvador, verá usted cómo él sufre, cómo reza, cómo trabaja y cómo obedece” (VII, 165).

Preguntas para meditar

  • Dios pone algo de sí en cada vasija. ¿Estás satisfecho con lo que tienes, cómo eres? ¿Eres un don para los demás, acogedora, tierna, comprensiva? ¿Das paz y unidad?
  • Dios modeló cada vasija con ternura y amor, y puso estos sentimientos en los vicencianos. ¿Los has convertido en comprensión, compasión, cariño y perdón hacia compañeros y pobres? ¿O te has dejado llevar por la autosuficiencia y el protagonismo?
  • Toda vasija tiene su lugar, pero no todas están en la misma dependencia. ¿Has aceptado y estás contento con tu destino y el servicio que te han encomendado?
  • Toda vasija está llamada a saciar la sed. ¿Has evangelizado a los pobres compartiendo sus alegrías y sus penas? ¿Los has servido como servirías a Cristo?

Benito Martínez, C.M.

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