2 Pe 1, 1-7; Sal 90; Mc 12,1-12.
“Un hombre plantó una viña…”
La parábola de los viñadores malvados es toda una síntesis de la historia del pueblo de Israel. Israel es la viña que con tanto cariño y esmero plantó y cuidó Yahvé a lo largo de los siglos. Él es el dueño pero los viñadores –los dirigentes del pueblo– se creen amos y señores y no quieren dar cuentas; a los profetas los rechazan y al Hijo lo matan.
Los viñadores somos también nosotros y la viña es la vida que Dios nos ha dado; vida que Dios ha cuidado con tanto esmero y cariño, que ha cubierto de dones y regalos, que ha enriquecido con la fe en Jesucristo y la vida que en él tenemos. Y nos resistimos a dar cuentas, a dar frutos.
No reconocemos a Dios como el dueño de nuestra vida y de nuestro destino. ¿Quién es Dios para decirme cómo vivir? ¿Quién es él para pedirme cuentas? Pretendiendo ser libres e independientes, nos construimos la vida según nuestro miope parecer. Y muy seguido nos equivocamos.
¿Cómo hacerte entender que Él ama tu vida más que tú mismo? ¿Qué Él no quiere limitarla, sino sólo que tu vida~viña se llene de flores, y que los pájaros canten en ella y que la lluvia de su amor la fecunde y que el sol de la tarde la haga resplandecer con reflejos cálidos de plenitud?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón, cm
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