Pascua, sin diálogo no hay comunidad

por | Abr 6, 2018 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Espiritualidad del diálogo

Jesús vuelto a la vida dice a las mujeres que van al sepulcro y luego a María Magdalena, que comuniquen a la comunidad que ha resucitado, conversa con los discípulos camino de Emaús que se vuelven a contárselo a la comunidad, y “estando a la mesa los once discípulos, se les apareció Jesús y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Los que crean en mi nombre harán muchos prodigios… Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16. 14-20).

Esta lectura de Pascua me ha sugerido la importancia que tiene el diálogo en la vida comunitaria y social. La misma Trinidad es un diálogo de relaciones entre las tres divinas Personas, pues “el Padre y el Hijo no han dejado nunca de dialogar, y ese amor mutuo ha producido eternamente al Espíritu Santo”, decía san Vicente (XI, 444). Jesús anunció el Reino de Dios dialogando con la gente, y la Iglesia proclama la Buena Noticia a través del diálogo. El evangelio no se impone, se propone y quien no transmite el evangelio dialogando no evangeliza bien. A dialogar se aprende en la oración, como dice santa Luisa: cuando hacemos oración hablamos con Dios que nos indica su bondad rebajándose hasta nosotros y elevándonos hasta él (IX, 377). Y el servicio a los pobres es un diálogo con unos amigos que descubren sus miserias y desgracias, las bofetadas que han recibido y hasta la ilusión de haber podido conversar contigo

En 1645 santa Luisa de Marillac meditó cómo tres años antes Dios le había dado un aviso, cuando impidió que ella, san Vicente de Paúl y algunas señoras de la Caridad se reunieran en una sala que se desplomó, evitando así la muerte de alguno de ellos (E 53). Ese día se salvó la Compañía, y le escribe a san Vicente que Dios le avisa que no se oponga a que el Superior General de la Congregación de la Misión lo sea también de la Compañía de las Hijas de la Caridad, pues de lo contrario la Compañía desaparecería. Pero también escribe a sus hijas que, para que no desaparezca, deben vivir en gran unión de corazones con un diálogo tolerante, sencillo y cordial (E 53).

En la comunidad se dialoga

La comunidad vicenciana necesita actividades que unan, como orar en común, eucaristía comunitaria, intercambios, salidas, esparcimiento y tareas domésticas en común. Pero, sobre todo, que la comunidad dialogue. Sin comunicación no hay comunidad. En la comunidad vicenciana hay un momento al día, la recreación, en donde el diálogo y la comunicación son los protagonistas.

Jesús llama bienaventurados e hijos de Dios a los que trabajan por la paz, y la paz no se logra con las armas, sino con el diálogo en las relaciones internacionales y nacionales, en los problemas sociales y laborables, y entre la Compañía y el mundo para trabajar juntos en bien de los pobres.

Porque las Hijas de la Caridad no son religiosas, son seculares. La secularidad de las Hermanas consiste en que sus estructuras no las impida servir a los pobres «con la libertad que les da la ocupación de ir a diversos lugares», decía santa Luisa (E 62) o como se lo grabó san Vicente, teniendo «por monasterio las casas de los enfermos, por celda un cuarto de alquiler, por claustro las calles de la ciudad». No pueden estar enclaustradas dentro de un muro, aunque sea de tradiciones o de normas. Cada vez más se relacionan con seglares, asociaciones e instituciones civiles y religiosas. No será raro en los próximos años, que tengan que servir a los pobres unidas a otras congregaciones y a seglares. Es lo que la Exhortación Apostólica Vida Consagrada, llama “misión o vida compartida”. Los fundadores conversaron con la reina, ministros, obispos, con el jansenista Saint-Cyran, con jesuitas y visitandinas en bien de la Iglesia y de los pobres. Y también hay que dialogar dentro de la comunidad. La Asamblea General de 2009 propuso que, para “vivir juntas en una gran unión”, había que intensificar la calidad de los intercambios comunitarios en un clima de escucha mutua y de diálogo. Hiere el silencio de una compañera o la imposición de la autoridad sin que medie un diálogo. Sin diálogo no hay caridad, pues la caridad hoy día se llama diálogo, decía Pablo VI (ES 26).

¿Qué es el diálogo?

El diálogo es el puente que une a las Hermanas con los pobres como amigos, para aceptar diferencias y para que “la Comunidad sea una comunión en la que cada una da y recibe, poniendo al servicio de todas cuanto es y cuanto tiene” (C. 32). Chiara Lubich, fundadora de los focolares, explicaba que dialogar significa “escuchar lo que el otro tiene en el corazón: abrirse del todo. Dejar a un lado todo para poder entrar en el otro. Esto suscita la escucha recíproca y, en el diálogo, ponernos de acuerdo para vivirlos juntos”. El diálogo permite comunicar nuestras inquietudes y escuchar lo que otros sienten.

Nadie nace sabiendo dialogar. Exige un aprendizaje y la comunidad es una escuela de diálogo. Hablar es propio de hombres, pero dialogar es propio de sabios. Dialogar es difícil; hablamos sin escuchar, sin importarnos las razones de los demás. Hablar y hablar, pero sin escuchar. ¡Cuántas veces interrumpimos a la Hermana que habla, cuántas veces rechazamos lo que siente, aceptando sólo las opiniones que coinciden con las nuestras y subestimamos sus sentimientos, creyéndonos tan expertos que ya tenemos las respuestas antes de contarnos la mitad! ¡Cuántas veces pensamos que la otra está equivocada!

Por medio de la conversación las Hermanas se conocen mejor y se descubren facetas que parecían ocultas: dolores, alegrías, dificultades personales, familiares y de los pobres. ¡Cuántas veces, después de una conversación desaparecen las murmuraciones y las envidias, y nacen la amistad y el perdón!

Metas en diálogo comunitario y en el servicio

Con talante dialogante se resuelven muchos problemas comunitarios o relacionados con el servicio. Las Hermanas se sienten con libertad viendo que no se les imponen las soluciones. Con el diálogo se superan los conflictos, se evitan los enfrentamientos y nos vestimos de humildad, sabiendo ceder en las opiniones que considerábamos intocables. Esto supone que el amor propio y los intereses personales están controlados por la humildad. Supone hablar con sinceridad, con la sencillez del espíritu vicenciano. Si fingimos o tenemos intenciones ocultas, el diálogo muere. La sencillez o sinceridad se sustentan en la capacidad de creer en el otro. Supone la caridad para que cada una se sienta libre para expresarse con total libertad y las tímidas no experimentan el peso de otras Hermanas consideradas inteligentes y por su prestigio controlan las decisiones. Supone que ninguna Hermana se siente cohibida por el carácter impositivo o genio pronto de alguna compañera que involuntariamente impone las conclusiones.

Y no tener prisa por acabar el diálogo. Es duro para Hermanas que tienen tanto que hacer. Pero hay que saber prolongar el diálogo para no dar soluciones precipitadas. Nuestros interlocutores son personas que saben dialogar: buscan a Dios y quieren ayudar a los pobres que deseen conversar con personas que se interesen por ellos.

De la Virgen Milagrosa podemos aprender a dialogar, conocer los problemas y las necesidades de las personas, interesarnos por ellos y buscar soluciones. Lo encontramos en el diálogo que mantuvo con santa Catalina la noche del 18 de julio de 1830.

P. Benito Martínez, C.M.

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