Hch 3, 1-10; Sal 104; Lc 24, 13-35.
“Los de Emaús estaban de vuelta”
Estos hombres, a medida que se alejaban de Jerusalén, entraban también en lo más espeso de la noche, se iban, se apartaban, y alejándose de la comunidad, también se encontraban en una situación peor, en mayor soledad, en mayor frío, en mayor oscuridad. ¿Qué ha quedado de nuestra esperanza? Habían matado a Jesús y todo se había terminado. ¿Cómo seguir creyendo en él, si le habían aplicado la pena de muerte, y la muerte más cruel de aquel momento? Descalificado el mensajero quedaba desprestigiado el mensaje. Lo más hermoso no es esta descripción casi poética de la realidad humana; lo más hermoso es ver que Jesús, el mismísimo Jesús, acompaña el camino de estos que van con rostro sombrío, de estos que se sienten defraudados.
Esta es la gran noticia de este día, esa es la noticia de este miércoles de la Octava de Pascua: Jesús en su infinita compasión, Jesús en su ternura inagotable, acompaña a estos discípulos, haciendo camino con ellos, entrando en diálogo con ellos.
¿Qué es lo que nos toca hacer a nosotros? Lo que hicieron estos discípulos: Volver a Jerusalén, volver a la comunidad, con ánimo renovado a nuestra Iglesia, para ser miembros vivos de la comunidad cristiana, para entregarnos de un modo nuevo al servicio del Evangelio.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Juan Rodríguez Gaucín, cm
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