Gen 37, 3-4.12-13.17-28; Sal 104; Mt 21, 33-46.
“Por último, envió a su propio hijo…”
Jesús presenta el Reino de Dios en la imagen de una viña, una plantación de la que el dueño esperaba cosechar fruto abundante. Desde luego necesitaba trabajadores que día con día colocaran su esfuerzo y lograran, junto con él, que aquella obra prosperara. Pero en esta historia los trabajadores se han querido apropiar de la viña a como dé lugar, maltratando y dando muerte a los enviados, incluyendo al Hijo del dueño.
En esta parábola se dibuja la historia de Israel, su modo rebelde y violento de comportarse frente al gran proyecto de Dios, el Reino. Pero no sólo es el comportamiento de Israel, también es el nuestro: una vida medio o nada comprometida en el trabajo para que la viña dé fruto.
Hay aquí un elemento que se asoma y no hay que perderlo de vista: el dueño es el Padre, y uno, si bien lo hace, es un trabajador. Y es que suele suceder, encontrarnos con un catequista, una religiosa, un coordinador de un grupo o apostolado, un misionero, un presbítero… que se comporta como dueño, que primero va su parecer y no la escucha de los otros y de la voluntad de Dios en la obra.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Emmanuel Velázquez Mireles, cm
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