1 Mc 1, 10-15.41-64; Sal 118, 53.61.150-158; Lc 18, 35-43.

“…recobró la vista y se puso a seguir a Jesús”

Por el evangelio de Marcos sabemos el nombre de nuestro hombre de Jericó. Se llamaba Bar-Timeo. Y de él se nos dice que: 1- era ciego, 2- era mendicante y 3- que estaba sentado a la vera del camino (dicho de otra manera: no estaba en el seguimiento). Pareciera que el evangelista nos estuviera describiendo a algunos de nosotros. Ciegos para lo que más importa; mendigando cualquier trozo de aplauso para subsistir, y no metidos en el camino de Jesús. ¡Bien sentados a la orilla!

Pero Bar-Timeo, al saber que era Jesús que pasaba por allí, no se contuvo, y comenzó a gritar: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”. Pero los que iban adelante “le increpaban para que se callara”. Y ahora sí, ahora Bar-Timeo comienza a ser alguien. Alguien capaz de llevar la contraria al qué dirán los demás. Y se puso a gritar más fuerte. Y a éste que hace lo que puede para vencer la dificultad, Jesús va a atenderlo enseguida. Jesús se detuvo, cada día se detiene por ver si nos incorporamos a su seguimiento. “Mandó que se lo trajesen, y le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti?”.

Es la misma pregunta que hoy nos dirige a cada uno de nosotros. ¿Qué quieres que haga por ti? ¿Qué desean de verdad tus deseos, qué necesita tu corazón y tu vida? El ciego conocía lo que necesitaba, sabía lo que le faltaba: Ver y ponerse a seguir a Jesús. Y Jesús lo curó, y él se puso a seguir a Jesús. No sólo se curó su ceguera física, supo ya para qué servían los ojos. Para caminar “fijos los ojos en Jesús, autor y consumador de nuestra fe” (Hbr 12, 1).

¡Danos, Señor, que a él nos parezcamos!

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm