“…los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo”
Rom 8, 28-30; Sal 12, 6; Mt 1, 18-23.
Celso, el filósofo griego del siglo II quería insultar a los cristianos de su tiempo diciendo que “Jesús proviene de una aldeana judía, una lugareña muy pobre que se ganaba la vida hilando”. Hoy celebramos el nacimiento de “esta aldeana”, de esta pobre que vivió a costa de su trabajo. Los insultos de Celso son hermosas alabanzas.
Hoy podemos alegrarnos y dar gracias por el nacimiento de María. Y el fragmento de la carta a los Romanos, arriba señalado, nos ayuda a comprender que Dios la eligió, la destinó a ser madre de su Hijo y a configurarse a su imagen, y la rehabilitó sin mancha, y le comunicó la plenitud de su gracia. ¡Alégrate, ha nacido la aurora y, pronto, aparecerá el Sol para iluminar a los que vivían en tinieblas!
Nos interesan los orígenes de Jesús, la cultura, el país, las tradiciones, las Escrituras que él leyó, todo aquello que forma parte histórica de su Encarnación. Pero más aún nos interesa conocer y amar a aquella que le dio cobijo, código genético, alimento, cariño, habla, la que enseñó a caminar a quien es nuestro Camino, y a aquella a quien Jesús amó como buen hijo. Por eso es tan extraño encontrarse grupos sectarios que la olvidan o menosprecian. Jesús era mariano y María es Cristocéntrica. Él nos la dio como madre al dársela al discípulo amado que nos representa (Jn 19, 25), y ella nos lleva a Jesús y sólo nos pide: “Hagan lo que él les diga”. Como rezaban los primeros cristianos, así nosotros: Bajo tu amparo nos acogemos, no deseches las súplicas que te dirigimos y líbranos de todo mal…
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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