1 Tes 2, 9-13; Sal 138; Mt 23, 27-32.
“Ustedes son hijos de los asesinos de los profetas”
Jesús se encuentra en Jerusalén, sabe que le queda poco tiempo. Es su última oportunidad de hacer reflexionar a los escribas y fariseos para que se arrepientan y alcancen la salvación. Habla fuerte no por condenar un pecado muy grave, sino por remover conciencias cauterizadas. Jesús no los condena, ha venido a dar la vida por la salvación de todos sin excepción.
Pero así como sucedió con los fariseos, nos puede suceder a nosotros: por el pecado nos apartamos de Dios, que es la verdad, y nuestro juicio sobre nosotros mismos deja de corresponder a la realidad.
El pecado va confundiendo la mente de manera que cada vez es más difícil distinguir lo bueno de lo malo y lo grave de lo no tan grave. Empezamos a encontrar justificaciones a todo, a minimizar nuestros pecados, y acabamos creyendo que no tenemos pecado. Luego empiezan a surgir incongruencias, como juzgar duramente los pecados de los demás y desear un castigo severo e inmediato para ellos, mientras pedimos comprensión y perdón generoso para nosotros mismos. Acabamos con la mirada puesta totalmente hacia afuera, para no ver el mal en nosotros mismos.
¿He formado mi conciencia con la vida y el mensaje de Jesús, que me presenta el evangelio?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Servando Sánchez Ayala, cm
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