Gén 18, 1-15; Sal 1, 46-55; Mt 8, 5-17.
“…me basta, Señor, con que tú lo digas”
El enfermo era un pobre criado suyo. Por él pedía el centurión romano: “Señor, mi criado está echado en casa, paralítico, con terribles sufrimientos”.
San Vicente de Paúl parece describirnos las actitudes del centurión, cuando nos dice que hemos de “entrar en los sentimientos del pobre… de enternecer nuestro corazón y hacerlo sensible a los sufrimientos y miserias del prójimo y suplicar al Señor que nos dé el verdadero sentido de la misericordia”, ese sentido que pronto se convierte en obras y servicios. Pues, “si tuviéramos un poco del amor de Jesucristo, ¿podríamos permanecer con los brazos cruzados? ¡Oh, no! La caridad no puede permanecer ociosa”.
Cuando Jesús le habló al centurión de ir a curar a su criado, la reacción de este oficial romano fue de una fe asombrosa: “No soy digno de que entres en mi casa, basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano”.
Dame, Señor, esta fe, esta total confianza en ti, en esa palabra tuya que nunca envejece y que es siempre nueva, curativa y salvadora.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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