Hch 9, 1-20; Sal 116; Jn 6, 52-59.
“Quien come mi carne habita en mí y yo en él”
En este párrafo del discurso eucarístico de Jesús, cambian los términos. Ya no habla de “pan”, sino concretamente de “carne” y “sangre”; “su carne” y “su sangre”, que se convierten en un alimento de vida para quien lo recibe.
Quien comulga el cuerpo y sangre de Jesús, establece una relación profundísima con él, una compenetración vital. Jesús viene a él, lo habita y le comunica la misma vida de Dios.
A esta realidad se refiere la palabra que utilizamos para el acto de recibir la eucaristía: “comulgar”. Porque al comulgar entramos en comunión con Jesús, es decir, en una unión vital, donde dos corazones se hacen uno, dos vidas se hacen una, dos proyectos, el de Jesús y el mío, se funden en uno solo. Y la comunión con Cristo deberá ir creando la comunión entre los hermanos.
“Que este Cuerpo inmolado y esta Sangre sacrificada por los hombres, nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de Justicia y de paz a nuestro pueblo. Unámonos, pues, íntimamente en fe y esperanza a este momento de oración… –en este momento sonó el disparo–.” (Mons. Oscar A. Romero, homilía del 24 de mayo de 1980).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón Soltero, cm
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