Dan 3, 14-20. 91-95; Sal Dn 3, 52-56; Jn 8, 31-42
«Si se mantienen en mi palabra…”.
Pero Denis Blaho, eslovaco de Bojnice, no acertó a hacerlo.
Era un niño herido por el alcoholismo de su padre. Su fe primera se murió como una flor sin agua. Y se puso a buscar, no la verdad, sino el prestigio para amparar su timidez y su aislamiento. Creció, se matriculó en la Universidad, pero se fue entregando a la interpretación de los sueños, prácticas de parapsicología, Nueva Era, reiki, psico- trónica, yoga, artes marciales, la hipnosis y las técnicas de meditación de variadas escuelas budistas. Y se fue enfermando.
Y ni sicólogos ni psiquiatras lograron sacarlo de infierno del sinsentido. Una noche, en un bar lleno de humo, su amiga Anka, comenzó a rezar por él. “Ella tenía problemas similares a los míos, pero había encontrado a Jesús”. Aunque Denis Blaho se resistía, ella siguió orando por su amigo. Y Blaho comenzó a sentir el amor y el poder de Dios. Hoy nos asegura: “Soy testigo de su amor. Mi mayor deseo y pasión es hablar de Jesús… darlo a conocer como el ser más maravilloso del universo, como Salvador personal, médico, libertador, amigo y padre. Me deleito al ver a la gente construir una relación personal con Dios a través de Jesucristo”.
Denis Blaho conoció al que es la Verdad, se hizo su discípulo, y la verdad que es Jesucristo lo condujo a la libertad. Ya no necesita mendigar trucos ni hipnosis ni esoterismos.
¡Qué sencilla es la verdad, si le abrimos las puertas! Cuántos falsos rodeos podemos evitarnos. ¡Él es el Camino, la Verdad y la Vida!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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