Is 1, 10. 16-20; Sal 49; Mt 23, 1-12.
“Muéstranos, Señor, el camino de la salvación”
Lo que hoy escuchamos en el Evangelio, por una parte, es una crítica a los fariseos (vv. 1-7), y por la otra, nos presenta las características del discípulo y de la Iglesia a la luz de la experiencia de Jesucristo (vv. 8-12). No pensemos que los fariseos eran falsos y superficiales. Lo que se pone en juego son dos maneras distintas de relacionarse con Dios, de formar comunidad, de relacionarse con los demás. Veamos si alguna de estas críticas también nos “checa”: 1) Incoherentes. Lo que cuenta son los hechos y no las palabras; 2) Doble moral. Son auto-complacientes en su moral, pero culpabilizan a los demás por no cumplir la ley; 3) Hipócritas. Su devoción está vacía, sólo les sirve para aparentar, para ser vistos; 4) Ostentación. Les gusta los primeros lugares, y que les reconozcan o den mérito por sus muchos quehaceres parroquiales.
Ahora, el modelo del discípulo y de Iglesia. ¿Cómo necesitamos ser discípulos, y vivir en la Iglesia? 1) Desde la igualdad y fraternidad. Todos tenemos la misma vocación: la de ser hijos de Dios y hermanos de Jesucristo. La jerarquía sólo destaca por el servicio; 2) Cristocéntrica. El único maestro es Jesús, él es la medida de nuestra vocación cristiana; 3) Servicial. La grandeza de los ministerios está en el servicio. Para san Mateo lo importante está en la coherencia de vida, no se trata de ser perfectos en la devoción o en el cumplimiento de los mandamientos, pero sí se necesita personas decididas a vivir cristianamente.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Rubén Darío Arnaiz, C.M.
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