Sir 5, 1-10; Sal 1, 1-6; Mc 9, 41-50.
“Si alguno hace tropezar o caer a uno de estos pequeños mejor sería para él que lo echaran al mar”
Por la fe y el bautismo recibimos la vida de Jesucristo. Quitarles la fe a otros es quitarles la vida verdadera. Y son las personas que tienen prestigio ante nosotros, por una u otra razón, las que más daño pueden hacer a nuestra fe. Su mal ejemplo, la hipocresía, la vida falsificada, el uso de la fe para el egoísmo personal son fuertes obstáculos que ponen aquellos de quienes esperábamos ayuda y ánimos.
Hoy celebramos el martirio de un auténtico testigo que nos ayuda: San Policarpo de Esmirna…
Lo quemaron vivo en el año 155, a sus ochenta y seis años de edad. San Ireneo de Lyon nos dice: “Siendo yo niño, conviví con Policarpo en el Asia Menor… Conservo una memoria de las cosas de aquella época mejor que de las de ahora… Él contaba cómo había convivido con Juan y con los que habían visto al Señor. Se acordaba muy bien de sus palabras, y explicaba lo que había oído de ellos acerca del Señor, sus milagros y sus enseñanzas. Habiendo recibido todas estas cosas de los que habían sido testigos oculares del Verbo de la Vida, Policarpo lo explicaba todo en consonancia con las Escrituras…”.
Su Iglesia es la nuestra, su fe es la nuestra, ¿también lo es su manera de vivirla y de testimoniarla?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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