Término, e inicio también, claro, de nuestra búsqueda

por | Feb 23, 2017 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

Jesús es el inicio y el término de nuestra búsqueda del Reino de Dios y su justicia.

Los cristianos debemos buscar sobre todo el Reino de Dios y su justicia.  Para asegurarnos un buen comienzo y el feliz término, solo necesitamos seguir a Jesús.

Jesús inicia su ministerio público confirmando la predicación de su Precursor:  «Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos».  Huelga decir, pues, que comenzaremos bien los que nos decimos discípulos teniendo la conversión como punto de partida.

Y se nos va concretando lo que la conversión significa.  Es anteponer el seguimiento de Jesús a las redes, las barcas e incluso a nuestros familiares.

La conversión implica también ajustarnos al que proclama dichoso lo que el mundo toma por desdichado.  Nos designa él sal de la tierra y luz del mundo, parte de la solución y no del problema.  Espera además que nuestra justicia sea tan radical que refleje la perfección divina.  Asimismo, exige que sean sinceras nuestras limosnas, oraciones y ayunos.

Ejemplo por excelencia de cómo se lleva al pleno término la búsqueda del Reino de Dios

Jesús no es para nada como los ricos que se consumen acumulando riquezas.  De hecho, advierte:  «No podéis servir a Dios y al dinero».  Su pobreza juzga efectivamente a los codiciosos que siempre procuran poseer más de lo que ya tienen amontonado.  Su estilo de vida sencilla condena a los acomodados que se agotan buscando mayor bienestar.  Jesús sostiene además el principio liberador de que la riqueza es para el hombre.

Y el Maestro, claro, no se cuenta entre los maestros amantes del dinero, quienes se burlan de la advertencia.  Pero las burlas no le impiden llevar a pleno término su misión de evangelizar a los pobres.

El Pobre, sí, es la Buena Nueva a los pobres.  Los alienta, diciéndoles que valen más que los pájaros y los lirios.  El Padre celestial cuida de los pájaros y los lirios; indudablemente, cuida también de los pobres.

Y su enseñanza queda acreditada por su ejemplo.  El inicio de su ministerio demuestra que él se pone a trabajar inmediatamente; no es ocioso quien confía en Dios.  Jesús recorre «toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo».

Pero trabaja con alegría y paz, sin agobiarse.  Su confianza total en la Providencia le da certeza de que quienes busquen llegarán al término deseado.

¿Es así nuestra confianza?  En concreto, ¿confiamos que Dios jamás se olvida de nosotros?  ¿Que alcanzaremos el término anhelado, aunque pasemos hambre, persecución o muerte?  ¿Somos servidores fieles de Cristo o nos preocupamos más por nuestros intereses y posesiones (véase SV.ES III:488-489)?

Aliéntanos, Señor, mediante la memoria de tu pasión y la prenda del esperado término glorioso.

26 Febrero 2017
8º Domingo de T.O. (A)
Is 49, 14-15; 1 Cor 4, 1-5; Mt 6, 24-34

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